sábado, 4 de marzo de 2017

La Plaza Elguera y el misterio de una bala 

Para Fernando Vidal, un joven que no poseía escrúpulos, ni moral, las calles del centro de Lima eran de su propiedad. No había pleito nocturno del que no estaba involucrado. Este muchacho de veintidós años era de esos jóvenes indeseables que si se muriese nadie lo iba a llorar. Una carga menos para lo sociedad, como se diría hoy en día.

Pese a tener aspecto de niño, Fernando era un experto carterista, que usaba la avenida Wilson como su centro de operaciones. Utilizando la noche y la tenue iluminación, ‘El Mudo’, como se le conocía en la zona, aterraba a muchas mujeres golpeándolas para arrebatarles sus carteras o cuanta cosa de valor podían llevar. Ninguna fémina sin distinción de edad se salvaba de ser atrapada. Una vez consumado el delito, el muchacho huía tirando por algún lado las carteras que estaban rotas producto del intenso forcejeo.

El dinero robado era gastado en discotecas o en los llamados bares de mala muerte. En esos lugares se emborrachaba hasta perder el control. Ni las botellas que compraba con licor adulterado se salvaban y eran arrojadas con tal fuerza que, al impactar contra la pared, los pedazos de vidrios se disparaban como esquirlas, dañando el rostro de algunos inocentes transeúntes que simplemente pasaban cerca de él.

Hasta los monumentos históricos eran víctimas preferidas de Fernando. Muchos de ellos sufrían grandes daños producto de los botellazos que les propinaba. Por si fuera poco, como un ensañamiento a distintas figuras de héroes de “la Guerra del Guano y del Salitre”, el joven sacia su instinto salvaje miccionando las efigies, ante la mirada atónita de algunos vecinos que son despertados por tal alboroto.

Una noche y como es su costumbre, Fernando transita por la avenida Wilson. Con botella en mano y fuera de sus cabales, decide acabarse el licor en un rinconcito de la plaza Elguera. Como era de esperarse, el joven pretende vaciar su vejiga en un angosto muro y entre frases incoherentes acompañadas de palabras de grueso calibre, empieza su accionar…

Munición para fusil Comblain. Parte de la colección
del INEHPA
¡Deténganlo!, dijo un oficial que venía escoltado por cuatro efectivos. ¿Este es el que mató a Iturriaga?, preguntó. ¡Sí, señor! ¡Este es!, respondió uno de los que lo acompañaban. Fernando, asustado por la brusca intervención, jura inocencia: ¡No sé de qué me hablan! ¡Yo no he matado a nadie! ¡Ni siquiera conozco al tal Iturriaga! 

El oficial, enfurecido por la respuesta, replica: ¡Después que lo asaltaste lo mataste! ¡Ahora morirás como un perro! Mientras los efectivos lo amarraban de pies y manos, el jefe de la patrulla continúa amenazándolo. Serás fusilado aquí mismo, por asesinar a uno del regimiento de artillería. El muchacho, asustado por todo lo que estaba ocurriendo, no comprendía si quiera a qué se referían estos señores. ¿Regimiento de artillería? ¡Yo no sé nada!, no dejaba de repetir.

Por órdenes de nuestro comandante, Patricio Lynch, serás pasado por las armas como escarmiento. ¡Alzar tu mano contra un soldado chileno significa la muerte! ¡Preparen los fusiles!, sentenció.

Los nervios traicionaban cada vez más a Fernando, a penas y podía hablar. El desconcierto por lo que ocurría, sumado a balas que eran colocadas en antiguos artefactos bélicos que él nunca había visto en su vida, era demasiado frustrante. ¿Qué te pasa muchachito, jamás habías visto un fusil?, le dijo uno de los soldados.

¡Yo no sé nada…!, dijo Fernando. ¡Cállate, mierda!, le dijo un chileno y colocándole la culata del fusil en el cuello, le advierte: Te voy a disparar en medio de la frente, peruanito.

Uno de los que le había amarrado las manos, decide sacar un pañuelo de su bolsillo para vendarle los ojos. ¡No!, dijo el oficial. ¡Quiero que vea venir a la muerte! Las lágrimas de Fernando no conmovían en lo más mínimo al jefe de la patrulla.

¡Dos tiros en el pecho y dos en la cabeza!, fue el mandamiento para los soldados que ya se habían alejado de Fernando para apuntar con sus fusiles. ¡A mi orden!, dijo el oficial, mientras desenvainaba su sable. Aquellos segundos eran de terror para Fernando, los recuerdos de su triste vida comenzaban a pasarle por la mente.

¡Fuego! Las balas le explotan el cuerpo a Fernando, quien cae agonizante. El golpe que se dio contra la pared producto del impacto de la munición, le había desatado las manos. Inmediatamente el joven decide tocarse el abdomen y siente como un líquido calentaba cada vez más su estómago.      

 No era sangre, sino su propia orina lo que había sentido. Me quedé dormido, todo fue una terrible pesadilla, dijo. Y al tratar de ponerse de pie, lleva una de sus manos al suelo como apoyo y siente un dolor intenso. Tal vez se había sostenido en una pequeña piedra, sin embargo, al coger lo que le había causado tal dolor, le llevó una macabra sorpresa. Había recogido una bala. Por si fuera poco, al revisar al detalle el objeto, el joven encontró un nombre escrito en ella: Fernando Vidal.

Al levantarse por causa del terrible susto, Fernando descubre una cruz en el muro de la plaza. La noche era a cada instante más oscura cuando decidió abandonar el lugar, no sin antes darle un último vistazo al símbolo religioso. Dejando la bala cerca a esa pared, el muchacho corre asustado, deteniéndose en cada cuadra para recoger botellas de licor y colocarlas en los basureros.

Al poner la última botella de la avenida Wilson en la basura, Fernando es felicitado por un viejo que pasaba tranquilo por el lugar. ¡Es usted un ejemplo! ¡Ojalá y todos los jóvenes fueran así! Una pequeña sonrisa se le nota a Fernando, ¿Cuál es su nombre, señor?, le pregunta. Juan Antonio Iturriaga, responde el viejo, quien se desvanece en la lejanía…

La plaza Elguera se había convertido en una terrorífica leyenda. Todas las noches cerca a esa cruz, muchos vecinos oyen disparos bajo órdenes de: ¡fuego!, sin embargo, pocos se atreven a contarlo y revelar su misterio.


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Memorias del Contra-Almirante Patricio Lynch. Operaciones norte del Perú". (Colección bibliográfica del INEHPA)


PREGUNTAS PARA EL SORTEO:

Coloca en el posteo de Facebook de este relato las respuestas y participa en el sorteo de una botella de Pisco de Uvina.

1. ¿Cómo se apellidaba el chileno al que Fernando fue acusado de matar?

2. ¿Cuál es el apodo con el que se le conocía a Fernando en el centro de Lima?

3. En el relato: "Los rugidos de Chorrillos, segunda parte", ¿de qué nacionalidad eran los bomberos?