Bajo la Palma de Ricardo y el héroe del dos de mayo
Hace un par de años en la antigua Biblioteca Nacional había
conversado con don Ricardo, un simpático viejito que guarda en su memoria miles
de historias de notables personajes que dejaron huella en el Perú.
Para quienes no lo recuerdan, este singular anciano de
aspecto socarrón, es escritor y lo conocen muy bien con el apodo de ‘Bibliotecario
Mendigo’. ¿Ya saben a quién me refiero? Conocido como un gran tradicionalista
se esconde casi siempre en los pasillos de la biblioteca, ocultándose de la
gente, esperando la noche para sentarse a leer, utilizando una vela a sabiendas
que hay luz eléctrica.
Todavía llevo marcado los bastonazos que me dio en la
cabeza, sin embargo, para evitarlos, esta vez voy a visitarlo preparado. Leí
muchos libros de historia y sé que hoy es un día muy especial, así voy a ver a
don Ricardo con la esperanza de que me cuente una historia más.
¡Se ha ido a la plaza Dos de Mayo!, no debe tardar, me dijo
el administrador de la Biblioteca Nacional. ¿Se fue? ¿Y solo?, le pregunté. Sí,
intentó subirse a un micro pero por poco agarra a bastonazos al cobrador, me
respondió. No pude evitar sonreír, qué le habrá dicho el cobrador para que don
Ricardo se haya molestado.
Tomé un taxi para alcanzarlo, un tanto preocupado. Como sabrán
las calles son peligrosas y más para un anciano, caminar hasta la plaza es un
riesgo que al parecer don Ricardo no tomó en cuenta. Mirando a todos lados bajé
del carro dispuesto a bordear la plaza para encontrarlo. No había nadie cerca
al monumento, deduje entonces que pudo haberse extraviado.
Las bocinas de los carros se hacían cada vez más
insoportables, un intenso tráfico se genera, los conductores pierden la
paciencia y lanzan improperios, los transeúntes miran hacia un solo lugar,
generando la atención de más curiosos que no tardan en aglomerarse. ¿Quién o
qué era el causante de tal desastre? Era don Ricardo que trataba de cruzar la
pista con dirección al monumento. ¡Bájate de ese caballo mecánico para que
sepas lo que es bueno!, amenazaba el viejo a un conductor.
No tarde ni un segundo en correr hacia él para ayudarlo, don
Ricardo buenos días, ¿se acuerda de mí?, le pregunté. ¡No recuerdo ni de lo
que desayuné esta mañana y me voy a acordar de ti!, llévame al monumento,
respondió. Mientras caminábamos trataba de hacerle recordar a don Ricardo quien
era yo, parecía venirse una lucha casi perdida, pero el viejo me miraba
atentamente, llevando a ratos su vista al bastón que llevaba.
¡Ahh! ¡El bellaco!, me dijo. El cabezón atarantado que me
vino a visitar hace algún tiempo, continuó. Sí don Ricardo, ese mismo: ¡el
cabezón!, le respondí mientras me tomaba la cabeza. Vino a honrar a los héroes
del Combate 2 de Mayo, le comenté. Así es muchacho, pero sobre todo vine para
mostrar mis respetos a un gran amigo. ¿Amigo?, ¿de qué habla?, no tardé en
cuestionar. Si supieras muchacho, que este hermoso monumento inaugurado en 1874
ha reflejado en mármol y en bronce la gloria y la inmortalidad.
El gobierno peruano abrió un concurso que tenía como
finalidad erigir un monumento para perpetuar la victoria de aquel combate.
Francia fue la cuna de su construcción, un jurado europeo eligió este modelo como el mejor de todos, y no se equivocaron. ¡Míralo! Contempla
cada uno de sus pormenores, siente en sus detalles la magia de su historia.
José Gabriel Gálvez Egúsquiza |
Está olvidado don Ricardo, mire el polvo y la suciedad, solo
nosotros dos sabemos lo que pasó un día como hoy. Su amigo debe estar enterrado
en el recuerdo, le mencioné. Don Ricardo contempla el monumento pasando sus
dedos sobre el descuidado mármol y mirando a la gente pasar sin siquiera
detenerse unos segundos y observar la majestuosidad de su construcción, me
responde: No lo ven, sin embargo sus corazones lo sienten, mi amigo está
enterrado pero está en el recuerdo. Y señalando una parte de la edificación
continuó, este es mi amigo el gran Ministro de Guerra y de Marina José Gabriel Gálvez
Egúsquiza, orgulloso cajamarquino que no dudó en luchar contra la opresión
española. Jamás había oído hablar de él, le interrumpí, había leído de un tal Gálvez combatiente en la guerra con Chile de 1879, ¿habrá sido él? De pronto,
don Ricardo me mira fijamente y levanta el bastón con todas sus fuerzas, supe en ese momento que había dicho una tremenda tarugada. ¿Recuerdan que dije que vine preparado? Pues
bien, una gorra gruesa llevaba puesta, la cual reduciría el dolor
considerablemente.
¡Sácate ese cachivache de la azotea!, me dijo el viejo y
colocando el bastón en posición, me lo acomodó fuertemente en cabeza exclamando
sabias palabras: ¡Serás de mula!
Ese es su hijo, José Gálvez Moreno, explicó. ¡No te
confundas!, continuó. De acuerdo don Ricardo, lo recordaré para toda la vida, le dije mientras
me sobaba la cabeza. Cuénteme, ¿qué le pasó a su amigo? Estábamos en la torre
de La Merced, donde la explosión de una granada llenó de oscuridad el combate,
eran casi la una de la tarde del 2 de mayo de 1866. Otras veintiséis personas
corrieron con misma suerte que Gálvez, todos comprometidos con la causa, ninguno
retrocedió. Pero, si usted estaba ahí ¿cómo se salvó? Estuve con el ministro
Gálvez en la torre, salí de la torre unos minutos antes de la explosión. Esa
fue la última vez que lo vi, estrechamos un fuerte apretón de manos antes del
combate y rápidamente nos dirigimos a nuestros puestos.
¿Qué pasó con todos esos héroes, qué fue de los que sobrevivieron?,
le pregunté al viejo. Los que sobrevivieron continuaron sus luchas personales
hasta que La Guerra del Guano y del Salitre los volvió a juntar trece años más
tarde. Niños que se iniciaron en el fragor del combate se volvieron hombres en
la guerra de 1879, como Leoncio Prado y tantos otros.
Con este monumento se inició todo, debemos estar felices de
que esté aquí, y yo sería más feliz si al menos colocaran una vereda para llegar
hasta este lugar. ¿Te imaginas, cuántos ancianos como yo quisieran llegar al
monumento de sus padres y abuelos, pero por culpa de este caos no pueden?, me
explicó.
¿Lo llevo a casa don Ricardo?, le pregunté. ¡No! Llévame a
Barrios Altos, quiero ir al Presbítero Maestro, ahí está el mausoleo de Gálvez
y parte de su familia. He visto algunas sillas que caminan con solo la voluntad
de los viejos, se ven cómodas para viajar, dijo el anciano. Son sillas de
ruedas eléctricas, don Ricardo, le expliqué soltando una risa.
¡Entonces llévame primero donde venden esos artefactos y
cómprame uno!, exclamó Ricardo. La risa se me borró del rostro pues, un
artefactito de esos me iba a salir un ojo de la cara. Mientras caminábamos por
la intensa congestión vehicular, traté de convencer a don Ricardo Palma que
mejor era tomar un taxi y saber un poco más del tal José Gálvez, héroe del
Combate 2 de Mayo...
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
Bibliografía: "Gálvez en el sesquicentenario de su muerte heróica", Fuero Militar Policial, "Historia y odisea de monumentos escultóricos conmemorativos, José Antonio Puertas Gamarra, "El combate del 2 de mayo de 1866 en el Callao", José Ramón García Martínez. Libros que pertenecen a la biblioteca especializada del INEHPA.