Guía al Huáscar hacia la luz y aleja la arrogancia de sus
victorias, hazlo fuerte frente a sus enemigos y deja que surque el mar tan sólo
una vez más, pues las correrías de este buque son la esperanza de todo un
pueblo…
Recuerdo que poco antes del combate en Iquique del 21 de
mayo de 1879 eso fue lo que me dijo. Yo
no le respondí, tan solo lo miré y pude ver en su rostro el temor del fracaso,
el miedo en sus palabras pero la entereza para soportarlas.
¡No temas Miguel! ¡Ánimo! Las correrías de tu buque aún no
terminan, tienes un compromiso con todos nosotros y debes cumplir, sé que
tienes miedo pero tu deber está por encima de todo, hasta el temor a la muerte.
Prometiste no regresar al Callao si no traes el triunfo, ¿recuerdas?, el Huáscar sigue su curso y
espera tus órdenes, le dije.
Miguel se despide de mí con una reverencia, se coloca su
gorra de almirante, toma su espada y antes de retirarse de su camarote prende
una vela y la deja junto a mi imagen. Recuerdo nunca haberle dicho que estaría
con él, recuerdo que le prometí que no estaría a bordo del Huáscar por mucho
tiempo. Escucharía sus ruegos, ¡sí!, pero no calmaría dudas. Caminaría por la
cubierta de su buque, mirando a cada tripulante observando su dedicación y amor
por una causa, recordando sus rostros pero sin mencionarles si quiera
susurrarles palabra alguna.
Al término del combate y mientras la Esmeralda se hundía
cada vez más en el océano, me fuiste agradecido. Adjudicaste mi victoria a mi
fuerza. ¡No, Miguel! No fue mi fuerza, sino la fuerza del espolón que destruyó
el buque rival. Recuerdo que pensaste en mí cuando tus enemigos se ahogaban,
estuve en el bote que mandaste para salvarlos. ¡Sí Miguel! yo recuerdo todo.
Tras la captura del transporte Rímac te acercaste a mí y me
diste las gracias. Supe que esa pequeña victoria fue importante no solo para ti,
sino para el Perú. Nunca fuiste arrogante y en todo momento fuiste humilde y
agradecido. Yo solamente sonreía mientras te despedías, nuevamente con tu
amable y cálida reverencia.
Una vela que estuvo siempre encendida fue mi acompañante, un
buque de metal llamado Huáscar fue el tuyo. Quise entender el porqué de ese respeto
y admiración de cada tripulante hacia ti, así que me tomé la molestia de ver en
cada uno de sus corazones. ¡Tú eras el Huáscar Miguel! , no había dudas de eso.
Cada victoria del Huáscar era celebrada en Lima, era tanta
tu influencia que el Perú ya te daba por héroe. ¿Qué respondes a eso Miguel? ”Si
todos los héroes fuesen como yo, declaro que no hay héroes en el mundo”, te
escuché una vez decir.
Era una tranquila noche en el Huáscar, las olas rompían
suaves en el casco del monitor, la brisa refrescaba las caras de los pocos que
quedaban aún en cubierta, cuando te veo escribir una carta. Tu esposa y tus
hijos nublan tu mente Miguel, pese a tener tareas por hacer te das un tiempo
para ellos, y aunque estés muy lejos de casa, la educación de tus hijos es tu
principal preocupación. De algunas cartas que le enviaste a Dolores recuerdo
una escrita en mayo en la que mencionaste que eras infeliz.
Imagen sacada del libro "El Corresponsal del Huáscar", de Luis Enrique Cam |
Miguel, ahora en setiembre, ¿piensas lo mismo? El Huáscar
con todo en su contra sigue navegando firme y tus enemigos se desesperan cada vez
más, supiste mantenerlos donde querías y los llevaste al límite y así ¿eres
infeliz? No importa cuántas victorias tenga el Huáscar, ni cuanto mérito te den
por ello, si no ves a tu familia tu desdicha es cada vez más grande.
Recuerdo que de un puerto tuviste la delicadeza de comprarme
algunas flores y pidiéndome perdón porque no conseguiste una rosa hiciste tu
amable reverencia. Esperé a que salieras de tu camarote para sonreír. Me tomé
la molestia de salir de la imagen para tomar las flores y olerlas.
Como olvidar el día en que el mar estaba embravecido y
mientras tratabas de encender mi vela te quemaste la mano y se te escapó una
mala palabra, te arrodillaste y me pediste mil perdones, ¿lo recuerdas? Por si
fuera poco, como el mar azotaba fuertemente al Huáscar, al momento de hacer tu
reverencia tambaleaste y te golpeaste duramente la cabeza con la mesita donde
yo reposaba. No sabes la risa que me dio verte salir de la habitación sobándote
la cabeza.
Es octubre de 1879 y como presagiando el fin me pides
fuerzas, sabías bien que no te las daría pero sin embargo fuiste agradecido.
Pediste por tu tripulación pero sabías que mi tiempo en este buque terminó.
Suplicaste que no olvidara sus rostros, te disculpaste por si pensabas que en
algún momento me ofendiste. Traté de consolarte Miguel, pero no pude.
Era la mañana del 8 de octubre de 1879, traté de quedarme un
momento más pero no podía. El cañoneo empezó y las balas traspasaban tu camarote.
Miguel, no tuviste tiempo de decirme adiós. Te despediste de Diego Ferré con un apretón de manos. Salí de la imagen y vi como las
balas atravesaban mi figura. Mientras me alejaba vi como el Huáscar sucumbía
ante sus enemigos en un terrible escenario. Sangre peruana se derramaba en
cubierta y yo solamente atiné a marcharme.
Recuerdo que Lima me culpó por no ayudar, recuerdo que
algunos se apartaron de mí y me alejaron de sus oraciones o pensamientos. Dónde
estuve se preguntaban muchos, qué hacía mientras el Huáscar era destrozado. Solamente me quedó llorar.
Recuerdo cuando Miguel me hizo prometer que velara por su
familia y la familia de sus tripulantes, me hizo prometer que si uno sobrevivía
estaría con él. Cuando Miguel me preguntó si moriría, yo le respondí que sí.
Por eso me hizo jurar que no me quede en el Huáscar, que permanezca con sus
hijos, con su esposa, dándoles fuerzas. Miguel me hizo prometer que llegado el
momento abandone el buque y me quede con todos aquellos que creyeron en un
país mejor y aunque nunca me regaló esa rosa que tanto quería, me hizo entender
del porqué no debo abandonar la esperanza en el Perú cada vez que vea una “rosa
de Lima”, sembrada en cualquier jardín como esperando a ser contemplada.
Luego del combate recuerdo haber regresado, a pesar de saber
que Miguel estaba muerto, tenía la vaga idea de encontrarlo con vida. El Huáscar estaba destruido,
reducido a lo que alguna vez fue. Moribundos quejándose de dolor pero a mi paso
cambiaban sus llantos por una pequeñísima sonrisa. Todo terminó, les dije, ya
pueden descansar valientes tripulantes de este viejo buque y antes de dejarlos
partir les hice recordar que ellos son el Huáscar.
Algunos historiadores cuentan que luego de la guerra muchos me
culparon, pues yo era la fuerza del Perú, sin saber que en todo momento surqué
con Miguel Grau los mares a bordo del Huáscar y aprendí a su lado a respetar sus deseos.
Rosa de Lima, guía al Huáscar hacia la luz y aleja la
arrogancia de sus victorias, hazlo fuerte frente a sus enemigos y deja que
surque el mar tan sólo una vez más, pues las correrías de este buque son la
esperanza de todo un pueblo... Eso fue lo que Miguel Grau me dijo alguna vez.
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
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