Los rugidos de Chorrillos (Primera parte)
¡Ya vienen los chilenos!, dijo la
esposa de Ignacio, mi dueño. Él era el único que conocía el valor de la figura
que yo representaba. Los chilenos bajarán por el morro y encontrarán nuestro
hermoso balneario, destruirán todo a su paso y no dejarán nada, Chorrillos
quedará reducido a cenizas y sucumbirá bajo el fuego invasor, explicó nervioso
Ignacio.
La esposa de mi dueño, Catalina,
toma una manta y trata de convencer a Ignacio de salir cuanto antes de la casa.
Las arengas del enemigo se escuchan cerca a de aquí, eso significa que San Juan
ha caído y el morro fue la última resistencia de tantos patriotas que pelearon
hasta el momento final. Sin embargo, Ignacio no obedeció la orden de su esposa,
desesperadamente se movía por toda la casa como buscando algo. ¡Mi sello! ¡Dónde
está mi sello!, no dejaba de repetir. ¿Cuál sello? ¿De qué hablas?, vámonos,
gritaba Catalina ante la terquedad de Ignacio por quedarse.
¡Un sello con forma de León! ¡No
me puedo ir sin haberlo encontrado!, dijo mientras tiraba los cajones al
suelo. Tus hermanos han muerto y ¿te quedarás aquí buscando un simple objeto?
Nuestro hijo va a nacer en poco tiempo, ya no nos queda nada, ¡vámonos!,
suplicaba Catalina. Aquí estoy quería gritarle, pero no podía. Estaba frente a
sus ojos, pero la desesperación de mi búsqueda fue la culpable de que no me
viera.
¡Revisen casa por casa y maten a
todo aquel que se resista!, oigo decir a un soldado. Al mirar por la ventana
observo a algunos de nuestros defensores rodar por el morro, abatidos por fuego
de fusilería, el enemigo había llegado al balneario, rompiendo puertas,
maldiciendo y sacando a la fuerza a los ocupantes de casas aledañas a la
nuestra.
Ya es tarde, se lamentó Ignacio,
el enemigo está aquí. Catalina estaba aterrada, pálida, por instinto sabía que
ella y el hijo que llevaba en su vientre corren un gran peligro. ¡Pronto!,
vamos a la ambulancia, tal vez si nos ocultamos ahí nuestras vidas serán respetas,
dijo mi dueño quien se había resignado a perderme.
Sello de agua encontrado en Chorrillos |
Por la ventana observo como
escapan tomados de la mano. Los incendios comienzan a manifestarse, casa por
casa la destrucción se hacía presente. No me queda más que esperar lo peor,
mientras comienzo a recordar a Ignacio y sus hermanos, jóvenes trabajadores a
quienes la vida había golpeado una y otra vez, sin embargo, supieron salir
adelante a base de esfuerzo y dedicación, siendo reconocidos como los mejores
costureros de Lima. Llegaron desde Jauja con una maleta llena de promesas e
ilusiones que felizmente pudieron cumplir, ahora esos sueños se convierten en
pesadillas. Los hermanos de Ignacio han desaparecido y ahora él me abandona junto
con su esposa. No les guardo rencor, me hubiese gustado conocer al niño que
esperan.
Nunca antes había tenido la
necesidad de luchar por mi existencia, hoy en plena Batalla de San Juan, era
tiempo de mostrar colmillos y garras, pues león era y como león debía pelear.
Estaba listo, sabía que en cualquier momento el enemigo entraría, de pronto
diviso por la ventana que Ignacio suelta a su esposa, metiéndola en la casa que
servía como ambulancia y regresando hasta aquí. ¡Qué haces tonto, vete!, quería
decirle. Las garras nunca aparecieron y el animal temible al cual yo
simbolizaba no se manifestó.
Ignacio entra a la casa y
continúa con mi búsqueda, al encontrarme me toma entre sus manos e intenta
salir del lugar, sin embargo, un chileno le cierra el paso. Aquí hay un soldado
peruano que intenta acuartelarse en esta casa, alertó a sus compañeros mientras
le apuntaba con un fusil. ¡Quieto carajo o te vuelo la cabeza!
Ignacio tenía miedo, lo supe
cuando las manos que me sostenían le empezaban a temblar. De pronto un grupo de
chilenos irrumpe en la casa, algunos empujaban a Ignacio preparándose para darle
una golpiza, otros saqueaban y robaban todo lo que podían. Cuadros, floreros y
retratos de lo que fue una familia quedó reducido a escombros.
Ignacio, en un acto de valentía
golpeó a un chileno en la cabeza, utilizando la fuerza y dureza de mi contextura,
partiéndole el cráneo y causando su muerte. Entre el caos que provocó este
hecho una bala me alcanza rompiendo una parte de mí. Caigo al suelo herido
mientras observo como se ensañan con Ignacio por haber matado a un chileno.
Golpe tras golpe, mi dueño peleaba por su vida.
Poco a poco la fuerza de Ignacio
iba desapareciendo, estaba ensangrentado a penas y podía mantenerse consciente.
¡Morirás como un perro!, se escuchó decir a un chileno
mientras sacaba un corvo. ¡Espera!, dijo otro de los soldados. ¡Quiero que ella
lo vea morir!, y entre las puertas de la casa traen de los pelos a Catalina,
quien no dejaba de suplicar por su vida.
El invasor al ver que Ignacio
trataba de recomponerse, optó por ultrajar a Catalina. Comenzaron a arrancar a
la fuerza sus vestiduras y al tratar de ser besada ella logra arrancarle un
pedazo de la mejilla a un soldado, causando aún más la furia del grupo.
Jamás había visto tanta crueldad,
quería hacer algo, pero no podía moverme. La impotencia me invade, soy solo un
sello con cabeza de león, me decía. Un símbolo de fortaleza, ¡nada más! En ese
momento, cuando creí haber visto suficiente maldad, se le oye decir al soldado
que fue mordido por Catalina: ¡Préndanle fuego a la casa! ¡Quemen todo, con
ellos adentro!
Catalina abraza a Ignacio quien
ensangrentado trataba de consolarla. Ella se toma el vientre y con un te amo
deciden despedirse. Cuando se prende la primera antorcha la desdichada familia observa sus vidas pasar en pequeños rayos de luz, no había
garras ni colmillos que pudieran salvarlos.
De pronto, una extraña voluntad
me invade y decido por primera vez en mi larga existencia gritar de rabia. Un estruendoso
sonido a manera de rugido rompe los tímpanos de los invasores, quienes se
habrían paso entre las llamas para escapar. Ignacio, con las pocas fuerzas que
le quedaban me toma entre sus manos llenas de sangre y decide arrojarme por la
ventana en un intento por salvarme.
Las llamas consumían la casa y lo
único que podía hacer era mirar. En ese momento entre la intensa humareda
observo a unas personas que intentan entrar rompiendo la puerta trasera. ¿Serán soldados peruanos o chilenos? Tal vez sea el enemigo que intenta
rescatar un objeto de valor, ¡no lo sé!, a penas y puedo ver. El fuego comienza
a consumir toda la casa, ya no había nada que hacer. Presumo que Catalina e
Ignacio han muerto en el incendio.
Colaboración Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
Bibliografía: "La última resistencia", Juan Carlos Flórez - Ernesto Linares. (Colección bibliográfica del INEHPA)
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