La Plaza Elguera y el misterio de una bala
Para Fernando Vidal, un joven que no poseía escrúpulos, ni
moral, las calles del centro de Lima eran de su propiedad. No había pleito
nocturno del que no estaba involucrado. Este muchacho de veintidós años era de
esos jóvenes indeseables que si se muriese nadie lo iba a llorar. Una carga
menos para lo sociedad, como se diría hoy en día.
Pese a tener aspecto de niño, Fernando era un experto carterista,
que usaba la avenida Wilson como su centro de operaciones. Utilizando la
noche y la tenue iluminación, ‘El Mudo’, como se le conocía en la zona,
aterraba a muchas mujeres golpeándolas para arrebatarles sus carteras o cuanta
cosa de valor podían llevar. Ninguna fémina sin distinción de edad se salvaba de
ser atrapada. Una vez consumado el delito, el muchacho huía tirando por algún
lado las carteras que estaban rotas producto del intenso forcejeo.
El dinero robado era gastado en discotecas o en los llamados
bares de mala muerte. En esos lugares se emborrachaba hasta perder el control. Ni las botellas que compraba con licor adulterado se salvaban y
eran arrojadas con tal fuerza que, al impactar contra la pared, los pedazos de
vidrios se disparaban como esquirlas, dañando el rostro de algunos inocentes transeúntes
que simplemente pasaban cerca de él.
Hasta los monumentos históricos eran víctimas preferidas de
Fernando. Muchos de ellos sufrían grandes daños producto de los botellazos que
les propinaba. Por si fuera poco, como un ensañamiento a distintas figuras de
héroes de “la Guerra del Guano y del Salitre”, el joven sacia su instinto salvaje
miccionando las efigies, ante la mirada atónita de algunos vecinos que son
despertados por tal alboroto.
Una noche y como es su costumbre, Fernando transita por la
avenida Wilson. Con botella en mano y fuera de sus cabales, decide acabarse el
licor en un rinconcito de la plaza Elguera. Como era de esperarse, el joven
pretende vaciar su vejiga en un angosto muro y entre frases incoherentes acompañadas de palabras de grueso calibre, empieza su accionar…
Munición para fusil Comblain. Parte de la colección del INEHPA |
¡Deténganlo!, dijo un oficial que venía escoltado por cuatro
efectivos. ¿Este es el que mató a Iturriaga?, preguntó. ¡Sí, señor! ¡Este es!,
respondió uno de los que lo acompañaban. Fernando, asustado por la brusca
intervención, jura inocencia: ¡No sé de qué me hablan! ¡Yo no he matado a nadie!
¡Ni siquiera conozco al tal Iturriaga!
El oficial, enfurecido por la respuesta,
replica: ¡Después que lo asaltaste lo mataste! ¡Ahora morirás como un perro!
Mientras los efectivos lo amarraban de pies y manos, el jefe de la patrulla continúa
amenazándolo. Serás fusilado aquí mismo, por asesinar a uno del regimiento de
artillería. El muchacho, asustado por todo lo que estaba ocurriendo, no
comprendía si quiera a qué se referían estos señores. ¿Regimiento de artillería?
¡Yo no sé nada!, no dejaba de repetir.
Por órdenes de nuestro comandante, Patricio Lynch, serás
pasado por las armas como escarmiento. ¡Alzar tu mano contra un soldado chileno
significa la muerte! ¡Preparen los fusiles!, sentenció.
Los nervios traicionaban cada vez más a Fernando, a penas y
podía hablar. El desconcierto por lo que ocurría, sumado a balas que eran
colocadas en antiguos artefactos bélicos que él nunca había visto en su vida, era demasiado frustrante. ¿Qué
te pasa muchachito, jamás habías visto un fusil?, le dijo uno de los soldados.
¡Yo no sé nada…!, dijo Fernando. ¡Cállate, mierda!, le dijo
un chileno y colocándole la culata del fusil en el cuello, le advierte: Te voy
a disparar en medio de la frente, peruanito.
Uno de los que le había amarrado las manos, decide sacar un
pañuelo de su bolsillo para vendarle los ojos. ¡No!, dijo el oficial. ¡Quiero
que vea venir a la muerte! Las lágrimas de Fernando no conmovían en lo más
mínimo al jefe de la patrulla.
¡Dos tiros en el pecho y dos en la cabeza!, fue el
mandamiento para los soldados que ya se habían alejado de Fernando para apuntar
con sus fusiles. ¡A mi orden!, dijo el oficial, mientras desenvainaba su sable. Aquellos
segundos eran de terror para Fernando, los recuerdos de su triste vida
comenzaban a pasarle por la mente.
¡Fuego! Las balas le explotan el cuerpo a Fernando, quien cae
agonizante. El golpe que se dio contra la pared producto del impacto de la
munición, le había desatado las manos. Inmediatamente el joven decide tocarse
el abdomen y siente como un líquido calentaba cada vez más su estómago.
No era sangre, sino
su propia orina lo que había sentido. Me quedé dormido, todo fue una terrible
pesadilla, dijo. Y al tratar de ponerse de pie, lleva una de sus manos al suelo
como apoyo y siente un dolor intenso. Tal vez se había sostenido en una pequeña
piedra, sin embargo, al coger lo que le había causado tal dolor, le llevó una
macabra sorpresa. Había recogido una bala. Por si fuera poco, al revisar al
detalle el objeto, el joven encontró un nombre escrito en ella: Fernando Vidal.
Al levantarse por causa del terrible susto, Fernando
descubre una cruz en el muro de la plaza. La noche era a cada instante más
oscura cuando decidió abandonar el lugar, no sin antes darle un último vistazo
al símbolo religioso. Dejando la bala cerca a esa pared, el muchacho corre
asustado, deteniéndose en cada cuadra para recoger botellas de licor y colocarlas en los basureros.
Al poner la última botella de la avenida Wilson en la
basura, Fernando es felicitado por un viejo que pasaba tranquilo por el lugar. ¡Es
usted un ejemplo! ¡Ojalá y todos los jóvenes fueran así! Una pequeña sonrisa se le nota a Fernando, ¿Cuál es su nombre, señor?, le pregunta. Juan Antonio
Iturriaga, responde el viejo, quien se desvanece en la lejanía…
La plaza Elguera se había convertido en una terrorífica
leyenda. Todas las noches cerca a esa cruz, muchos vecinos oyen disparos bajo
órdenes de: ¡fuego!, sin embargo, pocos se atreven a contarlo y revelar su
misterio.
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
Bibliografía: "Memorias del Contra-Almirante Patricio Lynch. Operaciones norte del Perú". (Colección bibliográfica del INEHPA)
PREGUNTAS PARA EL SORTEO:
Coloca en el posteo de Facebook de este relato las respuestas y participa en el sorteo de una botella de Pisco de Uvina.
1. ¿Cómo se apellidaba el chileno al que Fernando fue acusado de matar?
2. ¿Cuál es el apodo con el que se le conocía a Fernando en el centro de Lima?
3. En el relato: "Los rugidos de Chorrillos, segunda parte", ¿de qué nacionalidad eran los bomberos?
1.- iturriaga
ResponderEliminar2.-el Mudo
3.- italianos
Hola Carla, por favor, publica tu respuesta en el posteo de Facebook de este relato. Así podemos contabilizar tu participación. Gracias.
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