El niño del Reducto 3
Un día más y la zozobra nos mantiene tensos, todos callan nadie se
atreve a pronunciar palabra alguna. Los que antes celebraban el inicio de esta
guerra ahora están preocupados, algunos se niegan a dejar a sus familias, otros
valientemente han venido aquí a oponer resistencia. Sea cual sea la actitud de
los nuestros la suerte está echada.
Nos calma un poco la idea saber que
diversos batallones provenientes de todos los rincones del Perú están llegando,
no sé si agradecerles por venir o llamarlos insensatos, no saben a lo que se
exponen. Ver a los pedazos de regimientos que pelearon en las campañas del sur
regresar heridos y moribundos es un impacto tremendo, desalentador por llamarlo
de alguna manera. Observar sus rostros me hace cuestionar el propósito de esta
resistencia, ¿servirá?, ¿podremos defender Lima? Solo Dios lo sabe y espero que
esté de nuestro lado.
Es 14 diciembre de 1880 y aunque
la Navidad está a la vuelta de la esquina nadie habla de ella, estos días me
vuelven nostálgico, dejar a mi familia en Lima y no sentir el calor del hogar
común, acaban con mi poca voluntad de permanecer aquí en Miraflores en donde
rápidamente se nos dio la orden de construir reductos. Tal vez si ayudo con
empeño a construirlos mitigue esta inmensa tristeza.
A medida que construimos nuestros
bastiones me doy con la sorpresa de que habíamos cometido un terrible error.
Nuestro presidente, Nicolás de Piérola, mandó a construir estos mismos reductos
en Ancón, concluyendo que el ejército chileno, como en campañas anteriores,
venía por el norte, así lo explica mi oficial a cargo de defender este punto.
Es un abogado y ha nombrado este regimiento como Reducto número 2.
Se nos comunica que se
construirán diez de estas trincheras y que perteneceremos a la segunda línea de
defensa. La primera línea ubicada en San Juan y Chorrillos la compondrá lo que
ha quedado de nuestro ejército, me tranquiliza saber quiénes estarán a cargo de
proteger esas defensas: el valiente Miguel Iglesias, el correcto Justo Pastor
Dávila, el viejo y honesto Belisario Suárez, ‘el león de Pisagua’ Isaac
Recavarren y por si fuera poco, el símbolo de nuestra resistencia, Andrés
Avelino Cáceres Dorregaray.
Nuestro comandante quien es un
conocido y prestigioso abogado nos da la orden de pasar el rancho. Mientras
cocinábamos un guiso a base de papa y un poco de carne me enteré con la
sorpresa que nuestro comandante de nombre Ramón Ribeyro donó parte de su dinero
para la compra de un acorazado tras la caída de nuestro buque insigne, el Huáscar.
Lamentablemente esa adquisición nunca se pudo concretar. La historia no será ingrata
con este ilustre abogado cuyo apellido lo portará también un reconocido y
querido cuentista.
Acabado el almuerzo decidí
caminar un poco, topándome con un niño que dormía abrazado de su fusil. Al
notar mi presencia el jovencito se despierta y con una mirada enternecedora me
pide que no lo reprenda por su relajo. Qué haces aquí muchachito, le dije un
tanto enojado. ¿No sabes que estamos en guerra?, ¡vete a casa! El niño tomó su
rifle manejándolo como si fuera parte de su cuerpo y con voz firme me
respondió: ¡No puedo señor!, se me encomendó defender el Reducto Número 3 a
cargo de mi comandante Narciso de la Colina… ¿Narciso de la Colina?, ¿el también
abogado y constructor de los ferrocarriles en Tarapacá está a cargo de esa
trinchera?, lo interrumpí. ¡Sí señor!, me respondió el pequeñín en el acto y
mientras tomaba sus pertenencias el niño decidió retirarse no sin antes
estrecharme la mano como todo un caballero.
Me gustaría que platiquemos un
rato le dije, nadie te regañará, le aseguré. Y obsequiándole unos caramelos que
tenía en mi bolsillo el jovencito aceptó y mientras disfrutaba sentándose a
comer los dulces le pregunté con mucha curiosidad quién era aquel muchachito cuya
destreza con el rifle lo asemejan a cualquier veterano que haya participado en
incontables batallas.
Ahora sabrás de quien se trata cada vez que pases por ahí |
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