Bajo la 'Palma' de Ricardo (Primera parte)
Estaba en la vieja Biblioteca Nacional de Lima, en uno de sus tantos salones antiguos que inspiran al limeño de a pie esa galantería y elegancia de la capital de antaño. Era tarde y sabía que en cualquier momento darían la orden para cerrar el recinto.
Mi tarea era informar al público
a tomar precauciones y desalojar el lugar sin contratiempo. Las pocas personas
que ahí se encontraban iban retirándose. La biblioteca iba de a pocos recuperando ese silencio fúnebre que siempre la caracterizó. ¡Misión cumplida!,
me dije, hora de retirarse.
Uno de los encargados impide mi
retirada y me da la orden que hasta el momento era la más difícil de todas.
¿Cuál era?, pues desalojar a un viejo de nombre Manuel, quien se encontraba en
el lugar más recóndito de la biblioteca. ¡No se diga más!, le dije al delegado y
me apresuré a retirar al anciano. ¿Qué tan difícil puede ser pedirle a un señor
de avanzada de edad que se marche?, pensé.
La biblioteca había apagado sus
luces haciéndola misteriosa, sus lúgubres pasillos me llevaban a los salones más oscuros.
Ni una linterna tenía, únicamente mis ganas de querer irme del lugar. De pronto, pude ver al viejo sentado en uno de los aposentos más oscuros, leyendo bajo la
luz de un candelabro dorado muy antiguo, jamás había visto ese tipo de lámpara, tal vez el anciano lo tomó de un museo, es curioso, habiendo un interruptor que encienda la luz de la habitación prefiera esa tenue iluminación. Caballero es hora de que se marche, la
biblioteca está por cerrar, le advertí. El anciano ni se inmuta, lee con
paciencia, como si para él el tiempo no pasara.
Tenía que acercarme, por cada paso
que daba la luz de una vela me revelaba con más claridad su rostro. ¿Dónde he
visto esa cara?, me pregunté. El viejo tenía unos lentes muy raros, solamente
su nariz soportaba el objeto, no tenía esas orejeras propias de unas gafas comunes. Estando a escasos metros le hago una segunda advertencia: ¡Señor, por
favor debe de marcharse!, le dije levantando la voz. El viejo alza la cabeza
y me mira, sus ojos me analizaban mientras esbozaba una pequeña sonrisa.
Ricardo Palma Soriano |
El dolor fue tan agudo que no
pude evitar levantarme y pegar un grito. ¡Silencio bellaco! ¿No ve que estamos
en una biblioteca?, me replicó. Yo no le he dado autorización para que se
instale campante a mi costado, continuó.
Dispénseme don Manuel, le dije
mientras me sobaba la cabeza. Ya es tarde y debemos marcharnos. El viejo hace
caso omiso a mi solicitud y no se inmuta. Don Manuel por favor, insistí. No
tengo que escuchar a un bellaco que no me llama por mi verdadero nombre, soy Ricardo, me contestó. Disculpe usted don Ricardo, pero aquí me dijeron que se
llamaba Manuel... Así me nombraron cuando me bautizaron, sin embargo en mi
adolescencia decidí cambiarme el nombre, me explicó.
Don Ricardo, por qué no deja su
lectura para mañana, si desea lo puedo acompañar a su hogar, le comenté. Este
es mi hogar, estas paredes, este salón y estos libros son mi vida entera, me
explicó. En ese momento pude
fijarme lo que el anciano de porte bonachón leía. Tradiciones Peruanas decía el
libro. La alegría me embarga, el viejo dramaturgo de carácter socarrón había
regresado, no lo podía creer, él estaba aquí, había vuelto para recuperar su
biblioteca, regresó para escribir tal vez una tradición más.
Don Ricardo Pal… Aún no menciones
mi apellido, me interrumpió. Te prometo retirarme “entre dos luces”, me dijo. ¿Dos
luces?, pero si únicamente tiene una vela prendida, le expliqué. Tal esclarecimiento
me hizo merecedor de otro contundente bastonazo en la cabeza…
¡Bellaco!, entre dos luces quiere
decir al rayar el alba. De pronto y como reviviendo una de sus
incontables tradiciones, don Ricardo, al fiel estilo de su narración “Al Pie de
la letra”, me dijo de forma muy contundente: ¡Pedazo de bruto!
Siéntate y tengamos una buena
plática, me señaló mientras se acomodaba la bufanda. Todavía sobándome la
cabeza por el dolor, no pude evitar preguntarle sobre las Tradiciones Peruanas,
historias que lo llevaron a ser reconocido en muchos países. Todo comenzó en la
bohemia de mi tiempo, mis primeros textos eran satíricos y estaban escritos en
las revistas más famosas de la época. Mis primeras tradiciones las escribí allá
por 1872 y no son más que una de las formas que puede revestir la historia,
pero sin los escollos de ésta, me contó.
En mi juventud también pasé por algunos
periplos en altamar, en donde compartí ciertas coincidencias con el ‘Caballero
de los Mares’, señaló don Ricardo. ¿Estuvo usted en la marina?, ¿Conoció a
Miguel Grau?, no dudé en preguntarle. ¡Una pregunta a la vez bellaco!, me refutó
el anciano escritor. Era 1853 y ambos teníamos veinte años cuando decidí
ingresar a la marina, por coincidencia, Grau se inscribe también, luego de sus
muchas aventuras como marinero mercante, detalló.
Tiempo después del combate en
Angamos, propuse las siguientes palabras en una inscripción que se le haría en su memoria, actualmente ese monumento se encuentra en el puerto chalaco: “A
Miguel Grau, homenaje del pueblo del Callao”, explicó el anciano escritor.
¿Es cierto que gracias al
telégrafo, se salvó usted de morir en el combate del 2 de mayo de 1866, contra
la escuadra española? El viejo se toma el rostro y su apariencia cambia de
repente, tal vez recordarle los aciagos momentos de la guerra fue mala idea. Su
faceta de irónico y burlón cambia para mostrarme la tristeza de su corazón: El
ministro de guerra don José Gálvez estaba conmigo en la torre La Merced y no
volé en mil pedazos porque él me envió en comisión al telégrafo. Lástima que el
ministro no corrió la misma suerte, gallardo señor de quien ahora no se comenta
nada, me explicó con nostalgia.
En ese momento y con algo de
dificultad, don Ricardo se pone de pie y examina todos los libros del salón con
un amor inimaginable. Le gusta ser el eterno ‘Bibliotecario Mendigo’, ¿no es así?.
¡Siempre!, me respondió. Luego de que Chile nos declara la guerra y pasada las
campañas del sur, supe de las terribles incidencias de San Juan y Miraflores. Aquí viví los momentos
más nefastos de mi vida. Lamentablemente ya es muy tarde mi bellaco amigo y
necesito descansar, por qué no vienes a mi cumpleaños y terminamos esta
historia, así me ayudas a concluir una última tradición.
Con una grandísima alegría me
levanté de mi silla y me retiré esperando con ansias el amanecer para volverlo
a ver… ¿Cómo, no te despides?, me dijo don Ricardo y antes de que el viejo
pudiera alzar su brazo para propinarme un tercer bastonazo, le alcanzo a
estrechar la mano y marcharme, no sin antes decirle un hasta pronto y desearle
buena noche.
No pude cumplir con la orden de
desalojarlo, pues entendí que la Biblioteca Nacional era el hogar de don Ricardo
y mientras me marchaba pude ver que el sencillo anciano se despide desde la
ventana como esperando a que vuelva.
Don Ricardo vuelve a su silla,
cierra su libro y con una ligera sonrisa sopla la vela para dormirse en su ya
conocida apacible calma…
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
Bibliografía: "Tradiciones Peruanas" de Ricardo Palma, "Ricardo Palma en la marina" de Carlos Zúñiga Segura (Colección bibliográfica del INEHPA)
woo cada vez que leo tus textos descubro algo mas de lo que creí ya conocer. éxitos Luis!!
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