Huáscar, un monitor hecho para Elías Aguirre
Hoy no hubo arengas ni grito de victoria. El enemigo se
acerca y la muerte navega hacia nosotros en forma de buques blindados. Nuestro
comandante Grau ni siquiera nos dijo sus enérgicas palabras: ¡Valientes del
Huáscar…! Tan solo atinó a mirarnos desde la proa del monitor, como
contemplando por última vez a quienes estuvieron a bordo de lo que para muchos
fue una muralla móvil. Un apretón de manos con Diego Ferré sella el final de la
cordialidad. Había que ser fuertes frente a la muerte y Grau lo sabía.
Yo era joven y recuerdo que a pocos días del 8 de octubre recién me crecía barba, una
barba tan poco pronunciada que motivó las bromas de Enrique Palacios y Pedro
Gárezon, quienes eran oficiales de extensa trayectoria pese a no pasar los
treinta años. Hasta el propio Grau sonreía al oír sus bromas y como dándome
consuelo me decía: ¡Ya crecerá más, no se preocupe grumete!
El Huáscar era más que un buque, era patria tripulada por
una familia. Sin embargo, sus correrías hoy tendrían fin. ¡A tu puesto grumete!,
me dijo Elías Aguirre, segundo comandante del Huáscar, y guiñándome el ojo me
dio fuerza para luchar. Camino a mi puesto diviso algunos marineros observar
perplejos como nuestro buque de apoyo, la Unión, se retira velozmente. ¡Allá
van los que viven, aquí se quedan los que mueren!, oigo gritar a un grumete
entre lágrimas y desesperación. Grau había dado la orden de su escape, ¡el Huáscar
aquí se queda a combatir!
Nuestra bandera se iza en lo más alto del mástil, hoy 8 de
octubre esa bandera estaba más roja y blanca que de costumbre. Su escudo como obligándonos a no rendirse, se pavoneaba
con el viento. El Huáscar había lanzado ya su primer disparo, era cuestión de
esperar la respuesta del “Cochrane”,
un buque chileno preparado para hacernos frente.
Una fuerte explosión en la torre de mando desata el pánico,
no sabía dónde correr o esconderme, no había un rinconcito seguro, el Huáscar
estaba rodeado y a penas el combate había empezado. Grau muere en esa
explosión, y ya no había nada que hacer, podía ver cómo los oficiales corrían
por todo el buque, algunos se resbalaban con la sangre que comenzaba a bañar la
cubierta. Suelto las municiones que tenía en las manos, el miedo me paralizó.
Sin Grau, el Huáscar no podrá pelear más, pensé… ¡Valientes
del Huáscar, un combate no asusta, si es por causa justa! ¡No se rindan,
carajo! ¡El Perú los ama!, se escucha entre balas impactando en el monitor. ¿Será
nuestro almirante Grau? ¡Está vivo!, grité a mis compañeros, ¡Grau está vivo!
Me llevo las manos a la cara para quitarme el sudor y el humo negro que
enceguecía mi vista. Elías Aguirre, segundo comandante en quien cayó la
sucesión del mando, había sido el de las fuertes arengas. No era Grau, era
Aguirre.
Este experimentado comandante quien había participado en el combate
naval de Abtao contra la flota española en 1866, era el más indicado para
levantar al Huáscar que estaba golpeado más no vencido. Pero ¿quién es este
señor que no le tembló la mano para tomar el control y continuar en la lucha?
Aguirre había nacido en Chiclayo y fue subdirector de la
Escuela Naval. Cuando se desató la guerra no dudó en reincorporarse
voluntariamente a la marina en donde se embarcó en la corbeta Unión. Este
marino era tan hábil que Grau no dudó en pedirlo para que fuese su segundo comandante. Grau no se equivocó, había elegido bien, en caso él muera sabía
que el Huáscar seguiría en la lucha porque tiene a Aguirre, y así fue.
El cerco apretaba y estábamos siendo asediados por el enemigo que no dejaba si quiera darnos un respiro.
El Blanco Encalada se acerca más de lo necesario, ¡era momento de actuar! Pese
a la intensa humareda y gran daño que había recibido, el Huáscar tenía más por
ofrecer.
Tarjeta de visita, Elías Aguirre. Parte de la colección INEHPA |
Aguirre sabía que el viejo monitor era más que cañones y
fusiles haciendo fuego, así que decidió utilizar un arma letal que los chilenos conocen muy bien: el espolón. Esa especie de lanza que el monitor tenía en
la proa y que había sido el causante que en Iquique la Esmeralda toque el fondo
del Pacífico.
La decisión estaba tomada, el Huáscar pone al máximo sus
máquinas y tambaleante embestiría al Blanco Encalada. Escuchar como rompían las
olas en el casco del monitor haciéndolo moverse fuertemente de un lado a otro
era aterrador. La fuerza del mar hacía caer de la cubierta a los muertos que se
hundían lentamente. Yo me aferré a lo
que pude, el impacto sería inminente.
Estábamos tan cerca que se podía ver al enemigo moviéndose
de un lado a otro, disparando sin cesar para no impactar contra ellos.
Lamentablemente y en plena maniobra de embestida, Elías Aguirre fue alcanzado
por una granada, la cual acabó con su vida. Había nacido un 10 de octubre de
1843 y a pocos días de su cumpleaños, nuestro segundo comandante deja el
Huáscar para siempre.
El monitor era una coladera, muchos oficiales murieron, de
los cuales ni siquiera se les podía reconocer, cuerpos destrozados y mezclados
entre ellos dejaban una escena imborrable. Aun así, este obstinado monitor
tenía combate por ofrecer, uno a uno los oficiales fueron sucediendo, todos hicieron
que el Huáscar a pesar de estar destrozado siguiera en la lucha, hasta que ya no
pudo más.
Fui testigo que si no fuese porque el Huáscar no podía más,
estos hombres sangrantes, y en muchos casos mutilados continuaban en la lucha.
Pero así como ellos, este fue el único monitor en el mundo que era de carne y
hueso.
El Huáscar no era solo de Grau, era de Elías Aguirre fue él
quien tomó la decisión de continuar, si se hubiese rendido, los oficiales que
le sucedieron nunca habrían entrado en acción. Fue Aguirre quien dio el ejemplo
y obligó moralmente a los nuestros pronunciando unas palabras que pensé que
solamente Grau podía decirlas: ¡Valientes del Huáscar…!
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico.
Bibliografía: "Héroes y marinos notables, apuntes
biográficos", Museo Naval del Perú. Colección bibliográfica del INEHPA.
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