Curayacu, una playa que esconde una caja maldita
Su alma estaba llena de rabia y su corazón bombeaba rencor
hacia las personas, para él la compasión era solo para los ilusos y confiados, su
mirada estremecía hasta los más duros del regimiento. No era un soldado
chileno, era un inglés demente que muchos oficiales no querían siquiera cerca,
lo aborrecían y no sabían cómo explicarlo.
Nadie supo cómo llegó al batallón, algunos cuentan que lo
engañaron, haciéndole creer que en el Perú iba a encontrar fortuna, otros dicen
que era un asesino en Santiago y que lo sacaron de la cárcel para traerlo aquí
y deshacerse de él. Nadie quería si quiera verlo, muchos dicen que el inglés estaba
maldito y que ni siquiera la muerte quería llevárselo.
Nuestra misión era llegar a Lima y hacer que la capital se
arrodille a nuestros pies, de lograrlo, ganaríamos la guerra. ¿Recibiremos
hostilidad? Seguro que sí, la idea de morir sin pisar Lima es latente. Las
noches en altamar son melancólicas, la nostalgia de dejar a nuestras familias
es constante, me tomo un tiempo para pensar si regresaré con vida o me matarán
lejos de mi tierra.
Nos transportaban junto con mulas y caballos pero la
convivencia con estos animales era mejor que tener alguna conversación
necesaria con ese europeo. Sus quejidos y sollozos en las noches fueron creando
pequeños mitos sobre su relación con Satanás o Belcebú. Algunos de mis
compañeros se atreven a decir que sus quejidos no son más que palabras en un idioma
que nadie entiende.
Su poco fluido español hace aún más tétricas sus amenazas.
Nadie compartía alguna habitación con él, ni hombre ni bestia, todos sabían que
el demonio gustaba caminar a su lado. ¡Muerte a los peruanos!, el inglés maldecía.
¡Pronto esos malditos derramarán lágrimas de sangre!, no dejaba de advertir. Y de
una lúgubre sonrisa pasaba a un silencio sepulcral. Así eran las noches de los
que podíamos escuchar sus lamentos y advertencias.
A la mañana siguiente, el ‘Charqui’ tuvo curiosidad por
saber qué hacía el inglés en las noches, estaba exiliado en lo más profundo del
buque, ningún hombre se atrevía a escudriñar sus dominios, nadie sabía lo que
hacía ni lo que escondía. Creíamos que era un mercenario que había participado
en las campañas del sur, dicen que había cobrado muchas vidas. La guerra era su
parque del infierno.
Nos mantuvimos a la espera, de pronto una densa niebla
recorre el buque, un intenso frío se apodera de nosotros, nos abrigamos con
todas las mantas que teníamos a nuestro alcance y nos quedamos dormidos.
Caja para transportar fusiles. (Parte de la colección del INEHPA) |
A la mañana siguiente despertamos con la idea de que nuestro
compañero había regresado, desafortunadamente no lo encontramos en ninguna de
las habitaciones del transporte. A la hora del rancho todos nos preguntábamos
qué pasó con nuestro amigo, ‘el Charqui’. Nadie lo había visto, esperamos que el inglés saliera de su aberrante morada
para irlo a buscar. Al llegar a la guarida del europeo, percibimos un intenso
olor a carne seca, terrible fue nuestra sorpresa, cuando descubrimos que el
olor emanaba de un pequeño costal gris, al acercarnos no pude evitar la curiosidad
y abrí la bolsa, el fétido olor invadió el ambiente, restos de orejas humanas
habían en su interior. Mis compañeros invadidos por el terror huyen
despavoridos, dejándome solo en ese oscuro lugar. Con un poco de serenidad pude
deducir que eran orejas izquierdas y que una de ellas tenía un arete. El pánico
me invade cuando comienzo a sentir pasos, eran botas pesadas que hacían crujir
la madera anunciando el regreso del inglés. No podía escapar sin toparme con
él, debía esconderme. La oscuridad y un viejo baúl me ayudaron a ocultarme, el
demonio había hecho su ingreso colocando una oreja más en la bolsa, ¿será la de
‘el Charqui’?
El salitre que conservaba los restos humanos en la bolsa
estaba esparcido en el suelo, el inglés no tardó en darse cuenta que alguien
había estado husmeando, en ese momento, saca un afilado corvo entre su ropa y
empieza a buscar, su respiración se hacía más intensa y agitada. Sabía que en
cualquier momento me encontraría, el inglés obnubilado por el odio vocifera y
maldice: ¡Te encontraré!, decía entre dientes… ¡Ya te encontraré!
El inglés escucha un susurro, me tapo la boca para no
delatar mi escondite. Busca rápidamente entre algunos viejos barriles y encuentra a un joven pálido de miedo. Era
‘el Charqui’ que se había escondido, aterrado, había pasado todo una noche con
este ser demoniaco.
¡Ya te encontré!, le dijo, y antes de que ‘el Charqui’
emitiera grito alguno el inglés le corta el cuello, desangrándose en el acto.
No podía creer lo que había visto, no solo ultimó a un amigo sino a un soldado
que era parte de nuestro ejército. Comprendí que este ser malévolo no solo vino
a asesinar peruanos sino a masacrar a cualquiera que interfiera en sus planes.
Pude escapar, no sin antes presenciar como el inglés le
cortaba la oreja izquierda a un ya inerte ‘Charqui’, para colocarla en la bolsa
gris. Mientras corría recibo una atroz advertencia... ¡Ya te encontraré!
No tuve el valor de denunciar semejante atrocidad, nadie de
los que estuvo en ese diabólico lugar dio parte a oficiales, siquiera se comentó el hecho entre nosotros.
Todos callamos, nadie dijo nada. El miedo nos iba consumiendo, no sabíamos
cuándo o quién iba ser la próxima víctima de este sanguinario inglés.
Llegamos el 22 de diciembre de 1880 a una ensenada llamada
Curayacu, las puertas de Lima están abiertas y ningún peruano salió para
hacernos frente. Mis compañeros y yo estábamos deseosos de pisar tierra,
queríamos confundirnos entre los diversos batallones que llegaban a la playa y
escapar del demonio. Uno de los oficiales ordena al inglés para que desembarque
una enorme caja llena de armamento, la caja era muy pesada, sin embargo nadie
se prestó a ayudarlo.
El oficial advirtió pasarlo por las armas si no cumplía las
órdenes que se le encomendó, el inglés ríe y lo mira desafiante, como
diciéndole que no teme a la muerte. De
pronto, mientras maldecía a peruanos y chilenos un transporte calcula mal su
posición frente a la nuestra y choca con nuestro buque, empujando al inglés que
cae bruscamente al agua, la caja que se ladeaba sin control alguno cae también, pero lo hace sobre la cabeza del
inglés destrozándole el cráneo brutalmente. La muerte es instantánea, el agua
se iba tiñendo de color rojo mientras que la masa encefálica flota por unos
instantes para luego hundirse en el mar. Al retirar el cuerpo del agua notamos
que tenía diversas cicatrices, heridas que emanaban pestilencia y sangre
coagulada propia de cadáveres pudriéndose.
Ningún oficial al mando tenía intenciones de regresar su
cuerpo a Chile, así que se decidió sepultarlo en la misma caja que acabó con su
vida. Se retiró el armamento y se tuvo que romper parte de la madera para que
le entrasen las piernas. Se registraron sus pertenencias y se le enterró en esa
caja con todo lo que tenía, incluyendo su terrible corvo y la bolsa con orejas
humanas. Se encontró el cuerpo desollado de mi amigo ‘el Charqui’, quien
recibió los honores para ser enterrado en la misma playa en la que
desembarcamos.
Mientras que el inglés iba recibiendo tan solo arena que cubría
su cuerpo, nadie pudo cerrar sus ojos y se decidió enterrarlo así con la mirada
fija en sus sepultureros quien uno de ellos era yo.
Al salir de esa playa llamada Curayacu, dos cruces nos
despiden señalando el lugar donde fueron enterrados uno al lado del otro,
víctima y verdugo permanecieron en ese lugar. Al término de la campaña a Lima y
con una victoria para nosotros, decido regresar a la ensenada y veo una sola
cruz que señalaba el nombre de Rodrigo Mendoza, ‘el Charqui’, mientras que una
caja vacía sobresale de la arena, los fluidos de un cadáver aún se divisaban en
la caja, el cuerpo del inglés no estaba, la muerte al parecer no quería
llevárselo, solo el infierno podía acogerlo, lo que nadie sabía era que el
infierno estaba en esta guerra que apenas estaba empezando….
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
Preguntas para el sorteo del mes naval:
Responde estas dos preguntas en el posteo de Facebook de "Crónicas: El otro lado de la espada" sobre este relato y llévate un libro que el INEHPA está sorteando.
¿Cómo se apodaba el amigo del protagonista que fue asesinado?
¿En qué fecha desembarca el ejército chileno a Curayacu?
- Charqui es el seudónimo
ResponderEliminar- 22 diciembre de 1880 el desembarco
Buenos días, por favor tu respuesta publícala en nuestra pagina de Facebook, Crónicas: El otro lado de la espada en el posteo de este relato, con la finalidad de adjuntar tu nombre y puedas participar en el sorteo donde publicaremos al ganador. Muchas Gracias
EliminarSe apodaba "el Charqui".
ResponderEliminarEl desmbarco en Curayacu fué el 22 de diciembre de 1880.
Buenos días, por favor tu respuesta publícala en nuestra pagina de Facebook, Crónicas: El otro lado de la espada en el posteo de este relato, con la finalidad de adjuntar tu nombre y puedas participar en el sorteo donde publicaremos al ganador. Muchas Gracias
EliminarEl amigo del protagonista tenia el apodo de "el Charqui"
ResponderEliminarLa fecha del desembarco del ejercito chileno en Curayacu es el 22 de diciembre de 1880
Buenos días, por favor tu respuesta publícala en nuestra pagina de Facebook, Crónicas: El otro lado de la espada en el posteo de este relato, con la finalidad de adjuntar tu nombre y puedas participar en el sorteo donde publicaremos al ganador. Muchas Gracias
Eliminar