Unas botas hechas para inteligentes
Cuando Lima estaba a merced del invasor los negocios
cerraban sus puertas, sus comerciantes no sabían cómo lidiar con el enemigo
para vender sus productos, excepto un pícaro zapatero, quien se las ingenió
para ofrecer sus servicios a los chilenos por un precio elevado. Su zapatería
funcionaba gracias al cobro exagerado que les hacía a los sureños y como era el
único zapatero que tenía su tienda funcionando no tenía competencia. Por
supuesto que el enemigo refunfuñaba por la estafa, pero no había remedio, o era
pagar lo que el zapatero solicitaba o era quedarse sin suela y ser aprendido
por un oficial que pedía la máxima presentación del uniforme.
El zapatero se pasaba los días timando al enemigo, demoraba
apropósito el mantenimiento del calzado, generando la ira de muchos militares
quienes descalzos tenían que presentarse a sus superiores: ¿Esa es la forma de
recibir a un oficial de alto rango soldado?, escuchaba el zapatero sonriendo,
pues sabía que no había mejor venganza que dejarlos a ‘pata pelada’.
Una mañana un soldado chileno va donde el zapatero y le pide
que componga sus botas. El sagaz comerciante sabía que era una oportunidad de
oro para arruinar la estadía de este inoportuno militar, así que se tomó la
molestia de revisar las botas en presencia del invasor.
Botas de soldado chileno, parte de la colección del INEHPA |
Mientras las analizaba, el zapatero conversaba
respetuosamente con el chileno, tratando de obtener su confianza y ganar tiempo,
para introducir dos pequeños pero punzantes clavos dentro de otras botas. Al
culminar su trabajo el zapatero se había dado cuenta que el soldado era muy
escaso de sesos y que el malévolo plan podía realizarse sin ningún problema.
Déjemelos un par de días, por mientras use este excelente
calzado similar a los que su ejército usa, ¡Estas botas no las puede usar
cualquiera!, exclamó el zapatero, dando rienda suelta a su diabólico designio.
¿A qué se refiere?, preguntó el soldado. ¡Estas botas son mágicas! ¡Solamente
una persona inteligente y de buen porte se los puede poner, los brutos y
bellacos no!, explicó el comerciante. El chileno, incrédulo ante la explicación
le dice, póngaselos usted, quisiera ver qué pasa. ¡Encantado!, dijo el zapatero
y colocó sus pies dentro del calzado. ¡Lo ve!, yo sí los puedo usar. El astuto
zapatero sabía dónde había puesto los clavos por eso no se hizo ningún daño.
Ahora póngaselas usted, de seguro podrá hasta correr, dijo
el zapatero. El chileno quien seguía sin creer las palabras del limeño, aceptó
probarse las nuevas botas y cuando intentó dar un pequeño paso, los clavos se
le introdujeron en los pies causando un dolor inimaginable. Sin embargo, el
soldado creyendo que si se quejaba o se las quitaba por el dolor quedaría como
tonto, optó por aguantar, apretando los puños y sudando por el sufrimiento.
¡Es usted muy inteligente soldado! ¡Un honor tenerlo en mi
negocio!, dijo el zapatero. ¡Ahora salte y sienta la suavidad de la bota!, le
sugirió. El chileno que a como dé lugar quería demostrar que era inteligente se
echó a brincar como conejo. El padecimiento era inimaginable, pero el soldado
terco dio incluso algunos pasos de baile, no sé si por manifestar su valía o
por el terrible dolor.
¿Qué le parecen, soldado? ¿Dignas de un ejército vencedor o
no?, preguntó el zapatero. ¡Muy dignas, señor!, dijo el chileno mientras
marchaba cojeando, de pronto, el pícaro comerciante se echó a reír.
Al llegar al cuartel provisional que Chile había instalado,
el soldado quien tenía puestas las “botas mágicas” cumple la orden de formarse,
para saludar al General Saavedra, uno de los primeros oficiales que ocupó Lima
el 17 de enero de 1881. El oficial de alto rango da la orden de hacer un
pequeño acto de marcialidad a sus soldados y hace marchar a un pequeño grupo,
entre ellos el incauto muchacho quien llevaba puesta sus “nuevas botas”, por la
Plaza Mayor. El ingenuo soldado pese al dolor, marcha sin cesar cantando a
duras penas cánticos del ejército vencedor.
¡Soy inteligente, soy inteligente!, decía el soldado
derramando algunas lágrimas por el dolor, convenciéndose así mismo que no era
un reverendo bruto, por si quiera sospechar que era parte de una cruel burla.
Al marchar por el negocio del zapatero, el soldado que ya no
podía alzar los pies, intenta presumir su astucia mostrando al comerciante las
“botas mágicas”. Al ver este acto de gallardía, dolor y bravura, el zapatero lo
saluda y mostrando una sonrisa maliciosa dice: ¡Valiente bruto!
Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico
Bibliografía: "Guerra del Pacífico", Gonzalo Bulnes (colección bibliográfica del INEHPA)
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