El soldado que teme perder la batalla del olvido
¿Dónde estoy?, me dijo un tanto
asustado, ¡debo regresar a defender mi posición!, continuó. Tranquilo, estás en
el cementerio de Surco, ¿de qué posición me hablas?, le pregunté. Con la mirada
perdida y la voz entrecortada se revisaba los bolsillos como tratando de buscar
algo. Su uniforme estaba muy maltratado, era blanco pero con el paso inclemente
del tiempo estaba desgastado, roto y con una mancha roja a la altura del pecho.
He perdido mi carta, me dijo.
¿Carta?, ¿qué carta?, lo interrogué. Escribí una carta para mi familia antes de
la batalla de San Juan pero nunca la pude entregar. Se me encomendó formar
parte de la primera línea de defensa y resistir el primer ataque. ¿Cómo llegue
aquí a Surco?, me preguntó. En 1998 te encontraron en un arenal cuando se
construía el asentamiento humano Rodrigo Franco, se te encontró a pocos
centímetros del suelo y se te trajo aquí como reconocimiento a tu valor.
¿Qué te pasó? le pregunté, ¿qué
ocurrió aquel 13 de enero de 1881? De pronto el silencio lo invade, su mirada
reflejaba un vacío indescriptible y mientras el soldado agachaba la cabeza como
lamentándose por lo ocurrido me dijo: ¡fue terrible!
Jamás pensé que la batalla se
desenvolvería de esa forma, nuestra línea de defensa era extensa pero carecía
de profundidad, la batalla en los arenales fue muy rápida, las metralla llovía,
algunos ni siquiera alcanzaron a disparar y fueron abatidos. El sonido de las
balas impactando el cuerpo de mis compañeros era estremecedor. El desierto se
iba regando de cadáveres y la tierra seca se mojaba rápidamente por la sangre
de los nuestros, detalló.
Soldado encontrado en los arenales de Surco |
Todo fue tan rápido, nunca supe
qué me paso, solamente me dormí para no despertar jamás. Muchos de nosotros
caímos en los arenales y tiempo después nunca nadie vino a preguntar por
nosotros. ¡Batallones de todos los rincones del Perú llegaron!, exclamó con
orgullo. Todos teníamos miedo pero nuestra honra, la de nuestras familias y de
nuestra patria estaba en juego, Chile estaba en Lima y no podíamos dejar que
avance más, explicó.
Dime, qué pasó con nuestras
líneas, ¿resistimos?, dime que lo logramos, dime que Chile no entró a la ciudad
por favor, me preguntó. Chile rompió la defensa de San Juan, el Morro Solar fue
el único bastión donde opusimos una
férrea resistencia. No pudimos resistir más y tuvimos que replegarnos a Miraflores
en donde aguardaban los reductos para la segunda defensa, por desgracia también ahí fuimos aniquilados, le
comenté.
De pronto el rostro del soldado
se perdía, como esperando que le diera la peor noticia, una noticia de la que
nunca pudo enterarse. Chile entró a la ciudad de Lima y puso su bandera en
Palacio de Gobierno, sentencié. Las lágrimas del soldado bañaban su rostro y
su llanto desgarrador rompió el silencio del camposanto. Nadie había llorado
así por una guerra que pasó hace mucho, en ese momento me di cuenta que aquella
trágica conflagración con nuestro país hermano la perdimos dos veces, la
primera en el momento que fue declarada en 1879 y la segunda actualmente en el
2016, con la única diferencia que en una fuimos derrotados por Chile y en la
otra estamos siendo derrotados por nosotros mismos.
No sabía cómo mitigar su dolor,
únicamente atiné a darle una palmada en el hombro, tratando de darle consuelo.
Perdimos la guerra, perdimos territorios y perdimos identidad. Tal vez la
guerra y territorio no se puedan recuperar pero la identidad sí, quiero pensar
que simplemente está guardada y en cualquier momento saldrá cuando
algún peruano decida buscarla de verdad.
Miré fijamente al defensor y
apretando el puño de orgullo, concluí que perdimos todo menos valor, muchos
huyeron pero los que se quedaron lo hicieron también pensando en el peruano del
futuro. Este valiente protector no tuvo
el nombre de Grau, Cáceres o Bolognesi pero tuvo tanto valor como todos ellos.
Soldado, la guerra terminó,
Perú y Chile siguen siendo los mismos hermanos que pelearon lado a lado por su
libertad, alista tu uniforme porque tienes otra batalla que librar y es al olvido
a quien tendrás que vencer, este enemigo no asesina con fusiles ni carga a la bayoneta, ultima con indiferencia que es la peor
enfermedad del ser humano. ¡Levántate soldado!, te permito llorar tan sólo un
momento por los tuyos, pero date prisa, hoy es 13 de enero y la batalla de San
Juan te espera, la primera línea de defensa se quiebra una vez más y la patria
te necesita. No te preocupes que yo te esperaré para la segunda parte de esta
historia, en la que estoy seguro tendrás mucho más que contar…
Agradecimiento: Cementerio de Santiago de Surco, Casa de la Cultura
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