Un soldado llamado
Enrique
Recuerdo muy bien el miedo que
sentía, ni siquiera había visto al enemigo y el pánico de morir pasado a la
bayoneta era mi peor pesadilla, tal vez recibir un balazo podría ser la muerte
más misericordiosa, pero esa terrible hoja filosa es capaz de perforar mis
sueños y arrancármelos sin compasión.
No había combatido y ya estaba
muy cansado, el calor del desierto me quema las ideas, la opción de rendirme
siempre estuvo latente. Solamente escuché a dos hermanos hablar de vencer o
morir, todos callados, el silencio y el miedo capturaban la razón de muchos.
¿Me estaré volviendo loco?
Se escuchan arengas a lo lejos,
las líneas de San Juan han decidido que aquí será la batalla. El ejército
chileno es enorme, estábamos uno al lado de otro y únicamente dos jóvenes
hermanos levantan sus rostros al cielo, mientras cierran los ojos al unísono he
inflan el pecho, una pequeña sonrisa se le puede ver al mayor de ellos. ¡Padre,
llegó la hora!, se le escucha decir.
Capitán de artillería, Enrique Bolognesi |
No pude aguantar más, cuando quise
poner una bala en el fusil la mano me tiembla y la munición se me cae, los
soldados chilenos se forman y hacen levantar el polvo del arenal con sus
pisadas. ¡No quiero morir!, grité desesperadamente. De pronto, ese mismo
sentimiento era compartido por uno de mis compañeros, quien ya estaba a punto
de emprender la huida, sin embargo, uno de los hermanos quien era oficial de
artillería se lo impide.
Pero, ¿no estás viendo Enrique?,
le dijo el muchacho, ¡no tenemos armas, ni buques, ni dinero, ni nada! Fue en
ese momento que el joven oficial de veintiún años hizo valer su linaje y
sacando el mejor valor de un país replicó en el acto: “Entonces lárgate a la
China y hazte macaco, pero eres peruano y tienes que servir a tu patria, aunque
se venga el mundo a bajo. Y si contigo me ponen en filas ya sabes que por
delante vas a pelear a mi lado”.
Cuando creí haber escuchado la
mejor respuesta de valor y entusiasmo, el hermano menor de apenas diecisiete
años quien había oído todo este incidente replicó: ¡Cómo no hemos de perder,
si antes de principiar la lucha estamos pensando en la derrota!
Enrique recoge mi fusil del suelo
y me lo entrega con una notable firmeza. ¡La va a necesitar peruano!, me dijo.
Fue en ese preciso momento que el miedo se disipó, a pesar de que llovían las
balas ni una me tocaba, tales palabras me provocaron tanto fervor que opté
pelear al lado del joven llamado Enrique. Si debía morir estaba decidido morir a su lado.
No conocía su apellido, pero no
me preocupa, sabía que estaríamos vivos para preguntárselo después. El menor de
los hermanos es herido y es sacado inmediatamente del campo de batalla, Augusto
se llama y todo el Perú lo conocía como 'El Pequeño Defensor'.
Nos replegamos en Miraflores en
donde opusimos una segunda resistencia, tenía el uniforme roto pero ni un disparo pudo apagar el entusiasmo que me provocó Enrique, quien con una herida de bala en
la cabeza continuó con su lucha. Nunca pensé que esta muestra de amor a la
patria contagiaría a muchos de los nuestros, escuchar sus arengas era
conmovedor. Todos los civiles que lo escuchaban querían pelear a su lado, todos
sabían quién era, civiles y soldados, todos menos yo.
Para mí era únicamente Enrique,
un joven capaz de transformar al nacido en Perú en peruano de verdad. Quién lo
diría, estaba en una guerra pero nada me hacía más feliz que verlo pelear por
sus sueños. El cansancio se le notaba, la herida en la cabeza le sangraba, sin
embargo, no profirió queja alguna. De pronto, el sueño se apaga, el joven
capitán es herido nuevamente y cae para no levantarse. La ayuda le llega
rápido, Miraflores no podía ser su sepultura, no lo íbamos a permitir, Enrique
aquí no va a morir, me dije.
El 13 de enero San Juan cayó, el
15 Miraflores cayó también, pero nada me dolió más que ver la agonía de este
valiente muchacho. Enrique fue trasladado a casa de su tío Mariano, en donde ya
se encontraba el pequeño Augusto quien también se encontraba grave.
Dicen que el 17 de enero de 1881 cuando
el ejército sureño llegó marchando por el Jirón de la Unión, Enrique escuchó
las trompetas chilenas y preguntó si era el enemigo que ya había entrado al
centro de Lima. ¡No!, son músicos peruanos que han llegado de la sierra, le
responden.
Enrique sabía que lo engañaban y
un tanto enojado responde: "¡No es cierto! Esa música infame la conozco, la he
oído en Tacna…" Mariano quien era el tío de Enrique me hace pasar a verlo, y
mientras sujetaba su mano entendí que el sueño no se había destruido, solamente
se había dormido y cuando Enrique dejó de abrazarme, Mariano entre lágrimas
toma mi hombro y me susurra al oído: "Fue más valiente que su padre".
Al cerrar la puerta de su
habitación y viendo como todos se despedían del valiente joven, decidí recordar
siempre este 23 de enero de 1881 como Enrique Bolognesi Medrano, el hijo del
Titán del Morro.
Colaboración: Instituto de
Estudios Históricos del Pacífico
Bibliografía: “Bolognesi y sus
hijos. Familia de Héroes” de Ismael Portal (Colección del INEHPA)
Que gran aporte.
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