Un holocausto llamado San Juan
Fueron las horas más nefastas que
vi en lo que va de la guerra, la desorganización, improvisación y falta de
estrategia militar fueron las causas fundamentales de tremenda tragedia. Ver la desazón e impotencia del coronel Andrés
Avelino Cáceres al saber que el presidente Nicolás de Piérola hizo caso omiso a
sus advertencias de que el ejército chileno vendría por el sur, me pareció
desconcertante.
Tenía muchos deseos de defender
Lima y no dejar que Chile diera un paso más pero no sabía cómo. La desorganización
fue de tal magnitud que Luego de que Piérola mandará a construir reductos en
Ancón intuyendo que en ese lugar sería el ataque, colocó una débil línea de
defensa en San Juan y Chorrillos.
Ver a diversos batallones de
todos los rincones del Perú llegando para defender la capital era sencillamente
emotivo, con los pies semideslcazos marchaban por el arenal con cánticos
oriundos de sus tierras y una impecable bandera blaquirroja con el nombre de su
regimiento. Ser testigo de tanto fervor y entusiasmo me hacían creer que ¡sí!
podemos resistir.
Los hijos del Perú están aquí y
no escatimarán su valor en representación de la patria y mancharán de ser
necesario sus uniformes blancos con algo más que sangre. No habrá suelo por
donde pueda pisar cómodo el enemigo, porque estará regado de cuerpos peruanos
que ya vencidos les dificultarán el paso.
A cada uno de nuestros soldados
les repartieron rifles de distintos modelos, jamás había visto tantas marcas de
fusiles juntas: Chassepot, Peabody, Minié y carabinas Remington, todas de
diferente calibre. Me pregunto si esta variedad
dificultará el reparto de municiones a la hora de la batalla.
Conformamos una línea extensa de
defensa que iba desde los cerros de Pamplona hasta el Morro Solar. Tan
solamente un peruano al lado de otro tenía que soportar el peso de lo que iba
ser una de las batallas más sangrientas de esta guerra.
Eran ya las tres de la madrugada
del 13 de enero de 1881 y el Taita Cáceres ordenó rancho, una hora más tarde mi
pregunta a Dios de cuándo se desatará el infierno fue respondida. El comandante
de la primera división enemiga a cargo de Patricio Lynch choca con las fuerzas
de mi Taita.
No hacía mucho que había empezado
la contienda y el clima no era alentador, poco a poco Chile carga con
profundidad sobre los nuestros. Recuerdo mi respiración agitada y las órdenes
que me habían dado de usar correctamente la bayoneta. ¡Ataca el abdomen!, no
dejaba de repetir, puesto que si me centraba en el pecho del enemigo la
cuchilla se podía trabar entre sus costillas y podía tener aún la suficiente energía
de contraatacar.
El cuidado del rifle sumado a la
bayoneta fue esencial para el combate cuerpo a cuerpo, verlas unidas hacían una
temible y brutal lanza de más de un metro. Cuando creí que ya había visto
suficiente el enemigo prueba aún más nuestras debilidades y embestía con más
poder.
Ver la bravura y despliegue del
valiente Miguel Iglesias, el 'Brujo de los Andes' Andrés Avelino Cáceres, al
enérgico Manuel Belisario Suárez, al humilde Justo Pastor Dávila, arengar a sus
tropas era cautivante. Hasta 'el León' de Pisagua Isaac Recavarren está aquí,
si muero al menos será entre estos gigantes.
Recuerdo que cuando las balas
llovían y la sangre salpicaba no podía comunicarme con muchos de mis
compañeros, eran quechua hablantes e intercambiar palabras valiosísimas para
repeler los embates enemigos era casi imposible. La repartición de municiones
era complicada, nunca nos faltó balas pero de qué sirven muchas si no
pertenecen a la misma marca de mi fusil, llegaba un momento en el que pensaba
que si perdía mi arma no me quedaba más remedio que defender mi posición con
nada más que mis puños.
Si tan sólo la segunda línea
ubicada en Miraflores estuviera más cerca estoy seguro que ofreceríamos algo
más que un repliegue. ¡Retirada!, escuchaba en la lejanía, el enemigo nos
flanqueaba y únicamente tenía dos opciones: o resistía en el Morro Solar donde
se concentraba un ataque más encarnizado o huía a Miraflores a unir fuerzas con
la segunda línea en los reductos.
Pintura: Rudolp de Lisle |
Nuestra artillería se había
concentrado en la cima y estaba compuesta por la batería Mártir Olaya, que
resistió heroicamente junto con el coronel Arnaldo Panizo. Poco a poco nuestras
fuerzas iban reduciéndose, la valiente defensa de Miguel Iglesias fue loable,
Chorrillos fue tomado y la enorme resistencia que hubo en el Morro Solar fue
exterminada.
Tomado Iglesias como prisionero y
su hijo Alejandro muerto no había ya nada por hacer, hasta el hermano del
Presidente Piérola, Carlos y Guillermo Billinghurst, también fueron capturados.
Saber que parte del ejército de línea no entró en combate por estar demasiado
distante me causó molestia, unos morían otros miraban a lo lejos.
El Morro Solar había caído y la
cantidad de muertos regados por todas partes era impactante. Qué será de los
caídos aquí, serán enterrados con honores o simplemente se dejará que el arenal
los envuelva con olvido, qué ocurrirá cuando el peruano del futuro pise sobre
suelo chorrillano bañado por sangre patriota, sin saber que hubo personas que
entregaron sus vidas por un ideal. ¿Quién se los dirá?
Bajando por una de las quebradas
del Morro encontré a un muchachito gravemente herido, a duras penas y podía
quejarse del dolor, dejarlo aquí era sentenciarlo a muerte sea por un repase
chileno, o por las lacerantes heridas que tiene en el cuerpo. Había que sacarlo
del arenal, lo cargué rápidamente con la ayuda de otro muchacho bajé el balneario chorrillano, tratando de esconderme en cada rincón. Imposible,
Chorrillos, uno de los lugares más lindos y exclusivos de Lima está siendo
incendiado y no hay nada más que se
pueda hacer. Encontrar atención médica para este jovencito será difícil, comenzaba
a perder la fe. Gritos de arengas chilenas se confundían entre sollozos de los
nuestros.
Hombres, mujeres y niños corrían
por sus vidas, nadie atinaba a nada, corrían sin rumbo fijo. Algunos
no querían abandonar sus casas o pertenencias y eran alcanzados por el enemigo.
Entre tanto ajetreo pude encontrar un grupo de personas quienes recibían
algunos heridos, ¡ayúdenlo por favor!, tiene diversas heridas de bala, les
dije. De inmediato valerosas mujeres se encargaron del pequeño quien entre
lágrimas no dejaba de gritar: ¡mi revólver!, ¡necesito mi revólver!
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