jueves, 4 de agosto de 2016

La esencia de Cristóbal

¡Estoy harto de la fotografía! Tal vez no sea lo mío. Para qué capturar una imagen que no muestra más que un objeto y no un sentimiento, me dije. Esta carrera no muestra en realidad lo que quiero, además, no creo tener talento. Se necesita pasión para atrapar la esencia de una foto y no sé si la tenga.

Camino por el centro de Lima buscando una imagen, escultura o algo que me hiciera aprobar ese bendito curso para la universidad, pero nada más. Al fin y al cabo, si apruebo la materia pueda olvidar todo esto y pueda pensar en si debo continuar la carrera. Caminando por el Paseo Colón me topo con una estatua, cuya imagen pertenece al mítico Cristóbal Colón. Sucio, desarreglado y olvidado, el monumento divide la avenida entre vehículos y bulla.

¡Quizás esta estatua sea la que me ayude a aprobar el curso! Y sin más que decidir, saqué mi cámara y con algo de desgano le tomé una foto.  Llegando a la universidad todos mis amigos enseñaban sus fotografías, cada uno orgulloso de lo que había retratado. Todos hablaban de la “esencia” de sus imágenes y precisamente era eso lo que yo ni en la mochila tenía.

Aves de vistosos colores, paisajes y bellas casonas, eran algunas de las hermosas fotos que mis amigos habían tomado. Todos se felicitaban unos a otros, hasta que llegó la pregunta que no quise que me preguntaran: ¿y tú, qué foto tomaste?   

Enseñé pues la imagen de Cristóbal Colón y ¡sí!, lo admito, fui la burla de la clase. Bromas como “no había algo mejorcito” o “mejor era una foto con tu cara”, no se hicieron esperar. Estaba molesto, de milagro y aguanté todos los chistes sin proferir queja alguna. ¡Fue mi culpa!, tal vez un pajarito era la mejor opción, pero para mi mala suerte ninguna avecilla de vivos colores se me atravesó. Solamente feos y enormes gallinazos rondaban en las alturas o en los techos de casas viejas.   

Saliendo de la universidad y antes que finalizara el día, cogí la fotografía del monumento y me dirigí al Paseo Colón. Cruzo la pista desesperadamente y tras arrugar la foto, la arrojé fuerte a la estatua, tratando de atinarle a la cara del navegante. Era la única manera que tenía de desquitarme con la figura. ¡Se acabó! ¡No soy fotógrafo! ¡Nunca lo fui! La gente me miraba como cuestionándome o descifrando algún desorden mental que pudiese padecer.

Dándole el último vistazo a la estatua se acerca un anciano con una vieja cámara fotográfica, de esas con rollos. Sin pronunciar palabra alguna se toma el tiempo de retratar la figura de Colón, ante las burlas de la gente que no dudaba en criticar su labor y su cámara. ¿No se defenderá de tantas mentiras?, le pregunté. ”Una mentira se vuelve verdad solamente si el hombre la cree”, me respondió y continuó fotografiando y buscando un mejor ángulo.

Vi que le acomodaste un’ papelazo’ a la cara de Colón, me dijo. Y recogiendo la foto que tiré me preguntó: ¿tú la tomaste? Al responderle afirmativamente, el viejo continuó diciendo que “era buena pero que podría ser mejor”.

¡Sí, claro! ¡Búrlese usted también!, le repliqué. No me he burlado, te dije que era una buena foto, es sólo que le falta “esencia”, explicó. ¡Esencia! ¡Bah!, la palabra que más odio, le comenté. ¿Y Dónde encuentro esa esencia de la que usted menciona?, pregunté. Ahh, eso lo debes descubrir por ti mismo. Para encontrar la palabra que odias debes entrar en la foto y conocer lo que hay detrás de la imagen, me aconsejó. Y metiendo la mano a su bolso, el veterano me enseña unas fotos viejas que él había tomado del mismo monumento, en años anteriores.

Asombroso, era la misma estatua, en la misma avenida, sin embargo los enfoques y sensaciones que reflejaba eran distintos. Cada foto tenía vida propia. Cómo era posible que siendo una estatua de mármol tan fría y sucia podía reflejar tantas emociones. Es imposible, ya jamás podría tomar fotos así, concluí.

Todo es posible en la medida que creas que es posible, me dijo el viejo. Nunca fui un fotógrafo profesional pero jamás dejé que nadie se metiera en mi pasión. Por eso, cada vez que puedo salgo con esta camarita vieja a buscar historias, no imágenes. Este antiguo monumento es mi favorito y cada vez que vengo aquí siempre busco fotografiarlo, continuó.

¿No me crees? Compara una de mis fotos con la que le tiraste al buen Cristóbal, verás que no son diferentes. Busca la pasión de la historia que se esconde detrás de la figura y capturarás la esencia, me dijo el viejo mientras se marchaba.

Regresé a casa pensando en la conversación que tuve con aquel anciano. Cada palabra que él dijo había calado el alma, logrando obtener ese empujoncito que todo mundo necesita cuando algo no sale bien.

Tras varias trasnochadas y ‘comiendo’ algunos libros pude encontrar lo que guarda la imagen del buen Cristóbal. Descubrí que el monumento fue inaugurado el 11 de agosto de 1860, siendo una de las figuras más antiguas de Lima, siendo el propio Mariscal Ramón Castilla quien lo reveló.

Archivo fotográfico (Colección INEHPA)
Pero, ¿es realmente la posición original del monumento? ¿Siempre estuvo en el Paseo Colón? El descubridor de América no siempre estuvo ahí, su primer alojamiento fue frente a la puerta sol de la plaza de Acho y su escultor fue el italiano Salvatore Rivelli. También tuvo una fugaz permanencia en la Plaza Italia, se le retiró para dar paso al monumento de Antonio Raymondi. Posteriormente, la estatua del navegante fue trasladada a la avenida 9 de Diciembre, lugar que actualmente lo ocupa el monumento a Miguel Grau. Su reposo final es el lugar que todos conocemos y les apuesto que nadie lo volverá a mover de ahí, por el simple hecho de que nadie se da cuenta que está ahí.

Era increíble, es sólo una simple figura de mármol pero encierra una historia exquisita de la Lima de antaño, de esa Lima que estoy seguro que muchos extrañamos. Conflictos internos, guerras civiles y hasta una invasión por parte de la ‘Estrella Solitaria’ presenció.

Los días pasan y el examen final estaba cerca, la tensión del resultado que dictaminaría si lo lograría o no, era cada vez más grande. Sin embargo, grande también fue mi interés por ese monumento, no lo sabía, pero poco a poco iba conociendo la esencia de la que el viejo me había comentado. Recuerdo que horas antes de la presentación me acerqué al Paseo Colón y ¿qué creen? Ahí estaba el anciano, tomando fotos al monumento otra vez.

Al pretender cruzar la pista para conversar con él, pude notar la paciencia y el tiempo que se tomaba en buscar un mejor lugar para una buena foto. La pasión no se enseña, se contagia. Se contagia observando, escuchando y haciendo, pensé. El tráfico era intenso, no me permitía llegar al viejo, cuando esperé que pasará el último autobús el señor había desaparecido.

Llegué al pie de la estatua y miré a todas partes y no lo pude encontrar. Lo que sí encontré fue un papelito de esos de boleto de combi pegado al monumento: "la esencia eres tú", decía. Y con letra más pequeña un posdata que se leía: "no olvides tirar este papel al bote de basura". Con una sonrisa decidí conservar el boleto e ir a presentar mi trabajo.

Recuerdo haber hecho la exposición de mi vida y tras mostrar la foto que tomé, logré cautivar hasta a los compañeros que se burlaban, No conseguí la nota máxima, trece fue la calificación que me dieron y pese a no estar contento estuve conforme. Tal vez no obtuve un veinte pero sentí que encontré mi camino y la esencia para seguir con optimismo.

Nunca me di cuenta o tal vez nunca lo pensé, pero el monumento a Cristóbal Colón era igual a mí. Había pasado penurias, presenció lo mejor y lo peor de las personas y aunque sé que es tan sólo una estatua de mármol podemos deducir el valor que tiene. Únicamente y al igual que yo, necesita ese empujoncito para volver a brillar. 

Al pasar algunos años, me permitieron ingresar al archivo fotográfico de un museo y grande fue mi sorpresa al descubrir un grabado muy antiguo de la imagen del navegante. En ese momento saqué de mi bolsillo ese boleto de combi que me dejó el viejo, volví a leer lo que escribió y al momento de sostener el papel, este se deshizo. "La esencia eres tú" y recordé cuando el buen Cristóbal navegó en los temores y sueños de un joven estudiante de fotografía que volvió a creer en lo que hacía. 

Nunca más volví a ver al veterano señor y a su vieja cámara, pero aprendí que sin la esencia de una estatua o de un fotógrafo, la pasión por la historia jamás tendría luz propia.  

Colaboración: Instituto de Estudios históricos del Pacífico.

Bibliografía: "Historia y odisea de monumentos escultóricos conmemorativos", José  Antonio Gamarra Puertas. (Colección bibliográfica del INEHPA) 
  


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