viernes, 10 de febrero de 2017

Los rugidos de Chorrillos (Primera parte)

¡Ya vienen los chilenos!, dijo la esposa de Ignacio, mi dueño. Él era el único que conocía el valor de la figura que yo representaba. Los chilenos bajarán por el morro y encontrarán nuestro hermoso balneario, destruirán todo a su paso y no dejarán nada, Chorrillos quedará reducido a cenizas y sucumbirá bajo el fuego invasor, explicó nervioso Ignacio. 

La esposa de mi dueño, Catalina, toma una manta y trata de convencer a Ignacio de salir cuanto antes de la casa. Las arengas del enemigo se escuchan cerca a de aquí, eso significa que San Juan ha caído y el morro fue la última resistencia de tantos patriotas que pelearon hasta el momento final. Sin embargo, Ignacio no obedeció la orden de su esposa, desesperadamente se movía por toda la casa como buscando algo. ¡Mi sello! ¡Dónde está mi sello!, no dejaba de repetir. ¿Cuál sello? ¿De qué hablas?, vámonos, gritaba Catalina ante la terquedad de Ignacio por quedarse.

¡Un sello con forma de León! ¡No me puedo ir sin haberlo encontrado!, dijo mientras tiraba los cajones al suelo. Tus hermanos han muerto y ¿te quedarás aquí buscando un simple objeto? Nuestro hijo va a nacer en poco tiempo, ya no nos queda nada, ¡vámonos!, suplicaba Catalina. Aquí estoy quería gritarle, pero no podía. Estaba frente a sus ojos, pero la desesperación de mi búsqueda fue la culpable de que no me viera.

¡Revisen casa por casa y maten a todo aquel que se resista!, oigo decir a un soldado. Al mirar por la ventana observo a algunos de nuestros defensores rodar por el morro, abatidos por fuego de fusilería, el enemigo había llegado al balneario, rompiendo puertas, maldiciendo y sacando a la fuerza a los ocupantes de casas aledañas a la nuestra.

Ya es tarde, se lamentó Ignacio, el enemigo está aquí. Catalina estaba aterrada, pálida, por instinto sabía que ella y el hijo que llevaba en su vientre corren un gran peligro. ¡Pronto!, vamos a la ambulancia, tal vez si nos ocultamos ahí nuestras vidas serán respetas, dijo mi dueño quien se había resignado a perderme.

Sello de agua encontrado en Chorrillos
Por la ventana observo como escapan tomados de la mano. Los incendios comienzan a manifestarse, casa por casa la destrucción se hacía presente. No me queda más que esperar lo peor, mientras comienzo a recordar a Ignacio y sus hermanos, jóvenes trabajadores a quienes la vida había golpeado una y otra vez, sin embargo, supieron salir adelante a base de esfuerzo y dedicación, siendo reconocidos como los mejores costureros de Lima. Llegaron desde Jauja con una maleta llena de promesas e ilusiones que felizmente pudieron cumplir, ahora esos sueños se convierten en pesadillas. Los hermanos de Ignacio han desaparecido y ahora él me abandona junto con su esposa. No les guardo rencor, me hubiese gustado conocer al niño que esperan.

Nunca antes había tenido la necesidad de luchar por mi existencia, hoy en plena Batalla de San Juan, era tiempo de mostrar colmillos y garras, pues león era y como león debía pelear. Estaba listo, sabía que en cualquier momento el enemigo entraría, de pronto diviso por la ventana que Ignacio suelta a su esposa, metiéndola en la casa que servía como ambulancia y regresando hasta aquí. ¡Qué haces tonto, vete!, quería decirle. Las garras nunca aparecieron y el animal temible al cual yo simbolizaba no se manifestó.

Ignacio entra a la casa y continúa con mi búsqueda, al encontrarme me toma entre sus manos e intenta salir del lugar, sin embargo, un chileno le cierra el paso. Aquí hay un soldado peruano que intenta acuartelarse en esta casa, alertó a sus compañeros mientras le apuntaba con un fusil. ¡Quieto carajo o te vuelo la cabeza!

Ignacio tenía miedo, lo supe cuando las manos que me sostenían le empezaban a temblar. De pronto un grupo de chilenos irrumpe en la casa, algunos empujaban a Ignacio preparándose para darle una golpiza, otros saqueaban y robaban todo lo que podían. Cuadros, floreros y retratos de lo que fue una familia quedó reducido a escombros.

Ignacio, en un acto de valentía golpeó a un chileno en la cabeza, utilizando la fuerza y dureza de mi contextura, partiéndole el cráneo y causando su muerte. Entre el caos que provocó este hecho una bala me alcanza rompiendo una parte de mí. Caigo al suelo herido mientras observo como se ensañan con Ignacio por haber matado a un chileno. Golpe tras golpe, mi dueño peleaba por su vida.

Poco a poco la fuerza de Ignacio iba desapareciendo, estaba ensangrentado a penas y podía mantenerse consciente. ¡Morirás como un perro!, se escuchó decir a un chileno mientras sacaba un corvo. ¡Espera!, dijo otro de los soldados. ¡Quiero que ella lo vea morir!, y entre las puertas de la casa traen de los pelos a Catalina, quien no dejaba de suplicar por su vida.

El invasor al ver que Ignacio trataba de recomponerse, optó por ultrajar a Catalina. Comenzaron a arrancar a la fuerza sus vestiduras y al tratar de ser besada ella logra arrancarle un pedazo de la mejilla a un soldado, causando aún más la furia del grupo.

Jamás había visto tanta crueldad, quería hacer algo, pero no podía moverme. La impotencia me invade, soy solo un sello con cabeza de león, me decía. Un símbolo de fortaleza, ¡nada más! En ese momento, cuando creí haber visto suficiente maldad, se le oye decir al soldado que fue mordido por Catalina: ¡Préndanle fuego a la casa! ¡Quemen todo, con ellos adentro!

Catalina abraza a Ignacio quien ensangrentado trataba de consolarla. Ella se toma el vientre y con un te amo deciden despedirse. Cuando se prende la primera antorcha la desdichada familia observa sus vidas pasar en pequeños rayos de luz, no había garras ni colmillos que pudieran salvarlos.

De pronto, una extraña voluntad me invade y decido por primera vez en mi larga existencia gritar de rabia. Un estruendoso sonido a manera de rugido rompe los tímpanos de los invasores, quienes se habrían paso entre las llamas para escapar. Ignacio, con las pocas fuerzas que le quedaban me toma entre sus manos llenas de sangre y decide arrojarme por la ventana en un intento por salvarme.

Las llamas consumían la casa y lo único que podía hacer era mirar. En ese momento entre la intensa humareda observo a unas personas que intentan entrar rompiendo la puerta trasera. ¿Serán soldados peruanos o chilenos? Tal vez sea el enemigo que intenta rescatar un objeto de valor, ¡no lo sé!, a penas y puedo ver. El fuego comienza a consumir toda la casa, ya no había nada que hacer. Presumo que Catalina e Ignacio han muerto en el incendio.

¡De prisa! ¡Traigan más agua!, me pareció escuchar, mientras a lo lejos oigo el llanto y desesperación de civiles, los vecinos de Chorrillos eran presa de diversas formas de crueldad. Antes de que los escombros me entierren en el olvido decido dar el último rugido, haciendo notar que un león intentó salvar al distrito más hermoso de Lima de aquel entonces…



Colaboración Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "La última resistencia", Juan Carlos Flórez - Ernesto Linares. (Colección bibliográfica del INEHPA)



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