viernes, 16 de diciembre de 2016

"Salvavidas", el nacimiento de un nuevo trago

Esta es la historia de dos amigos de toda la vida que prestaban servicios al ejército peruano en Tarapacá, cuya estancia en dicho departamento era para ellos el mayor de los honores.

Los trabajos que realizaban eran sencillos, el tema logístico era el fuerte de estos arrieros excepto por un defecto, ambos eran los más borrachos de Tarapacá. Sus aportes con nuestro ejército proporcionándoles lo que necesitaba en cuestiones de provisiones eran a veces un tanto engorrosos. Tenían tanto alcohol en la cabezota que a los batallones que necesitaban agua les llevaban comida y a los que necesitaban comida les llevaban agua. Gajes del oficio como se diría actualmente.

A pesar de estos impases y el mal hábito de emborracharse casi a diario, Juan e Ignacio eran muy patriotas y si cabía la posibilidad de compartir el pisco que tenían, serían capaces de ofrecerle un poco al mismísimo comandante Juan Buendía o quizá una copita a Cáceres y si se podía, también brindar junto con el propio Batallón Zepita.

Sin embargo, estos arrieros a pesar de ser unos borrachos de primer nivel, se las ingeniaban para embriagarse con tragos de buena calidad. Tal es el caso que gracias a sus criolladas, se “agenciaron” de alguna tienda dos botellas que contenían un refresco de ginger sin alcohol, esta información era desconocida para este par, ya que no sabían lo que decía la botella. Era más fácil hacer hablar una mula que enseñarles otro idioma.

Ignacio, quien era un bebedor con fino paladar, nota la no presencia de alcohol en la botella. ¡Claro!, si te tomas todo el contenido tarde o temprano le encontrarás el sabor, y reconoce el líquido como sabroso pero aburrido. Juan, que no discrimina cargo o rango, decide vaciar todo el pisco en la botella vacía que Ignacio tenía, mezclándolo con el ginger de la botella que sobró, derramando gran cantidad del preciado líquido al suelo. Era la madrugada del 27 de noviembre de 1879 cuando los arrieros habían descubierto el “trago salvavidas”.

Botella de refresco sin alcohol siglo XIX , parte
de la colección del INEHPA
Conversaciones que iban desde un “¡tú eres mi hermano del alma!”, hasta un “¡yo solito voy y le gano guerra a Chile!”, comenzaban a aparecer. Parecía que el “trago salvavidas” antes de cumplir su principal función y máximo beneficio cobraba por adelantado, porque a los pocos minutos ya comenzaban a hablar incoherencias.

La neblina del desierto era densa y espesa, la visibilidad era nula y si estás borracho peor, porque no se sabe si estás caminando en el arenal o en las nubes. Sin embargo, esto no fue impedimento para estos arrieros, ya que conocían el terreno y de antemano sabían que estar borracho es como estar ciego. La celebración entre ellos continuaba, risas alrededor de sus mulas se escuchaba, hasta que la marcha sorpresiva del ejército invasor se hizo notar.

Tal fue el impacto por el andar del enemigo que las mulas, que también estaban casi ebrias por el fuerte olor a borracho, huyen un tanto tambaleantes de la escena. Solo una, que debemos suponer fue la más mareada, se quedó a acompañar a Ignacio y Juan, quienes no sabían en ese momento qué hacer.

¡Debemos dar aviso a nuestro ejército!, dijo Ignacio. Pero ¿cómo?, si nuestro transporte acaba de irse con nuestras cosas, replicó Juan. Las mulas se llevaron todo, menos lo más importante, respondió Ignacio, levantando la botella con la nueva bebida que habían inventado. No sé qué fue lo más gracioso, la respuesta de Ignacio o la cara de alivio que puso, pese a que el enemigo estaba cerca, desatando la carcajada de ambos. ¡Ni modo! ¡Iremos montados en la mula que no se fue!, dijo Ignacio. Para mala suerte de los arrieros, de todas las mulas débiles y flacuchentas que optaron por huir, la más famélica decidió quedarse. ¡kallpa!, recuerdo que se llamaba, era la típica mula debilucha que a duras penas podía con su vida. “Fuerza” significaba en quechua el nombre de la condenada.

No sé si kallpa cargó a los arrieros, puede que los arrieros hayan cargado a kallpa, porque la mula ni se movía. En el trayecto, alarmados por el avistamiento del enemigo se dedicaban a conversar de lo acontecido, Ignacio, Juan y hasta la mula Kallpa debatían cómo debería enfrentar el ejército peruano al invasor.

El comandante Juan Buendía recibe la alerta del movimiento enemigo y ordena el desplazamiento de las tropas peruanas. ¿Y si vamos a combatir? ¡La patria nos llama!, dijo eufóricamente Ignacio. ¿La patria nos llama? ¿Para qué nos va a llamar? ¡Mejor que ella venga!, responde casi dormido Juan. ¡Debemos pelear por el Perú, bellaco! Si ganamos y descubren que ayudamos, puede que nos premien con algo más de pisco, palabras de Ignacio que causaron motivación en Juan.

Por un momento los arrieros envalentonados por el poder del pisco y ginger, se tomaron unos segundos para pensar si seguir al ejército peruano a pie o al lomo de Kallpa, tomando en cuenta que si optaban por la mula era probable llegar cuando la batalla esté finalizada. ¡Mejor vamos a pie!, dijeron al unísono Ignacio y Juan.

Los primeros claros del día anunciaban lo que sería una batalla sangrienta, el ejército peruano liderado por el general en jefe de los ejércitos del sur, Juan Buendía, logra salir de una quebrada situándose en lo más alto y se prepara para imponer instrucciones de ataque.

La batalla comienza y pese a lo terrible de la situación, nuestros delirantes pero valientes arrieros van al encuentro del enemigo, con palo y cuchillo en mano, Ignacio y Juan van en busca de la victoria frente a un ejército preparado y bien armado. Adelante “¡Batallón Pisco!”, grita Ignacio. Y mientras el ejército peruano marcha ordenado y en fila, los arrieros corren sin rumbo, tambaleantes, gritando improperios envalentonados por el alcohol que bebieron.

Las balas llovían en el campo de batalla, los soldados peruanos, chilenos y bolivianos caían bañados en sangre. Mientras que los arrieros corrían, maldecían y gritaban “¡Qué empiece la batalla!”, cuando la batalla ya tenía horas de haber comenzado. Estaban tan borrachos que ningún chileno con puntería prodigiosa podía acertarles si quiera un tiro. Los arrieros caían mareados tantas veces que las balas no los encontraban.

Al momento del combate cuerpo a cuerpo, Juan se lanza primero al encuentro del enemigo, su vehemencia y embriaguez lo hizo tropezar y antes que su cabeza golpeara con una piedra grita: ¡Me dieron!, perdiendo el conocimiento en el acto a causa del terrible impacto con la roca. ¡Mataron a Juan!, gritó Ignacio al ver a su amigo caer bruscamente al arenal.

Ignacio toma un fusil de un soldado peruano caído en la refriega e intenta hacer un disparo. Manipular un fusil para un principiante es peligroso, imagínense para un borracho. Ignacio se dispone a disparar pero el peso del arma lo vence y hace fuego en el pie de un oficial peruano. ¡Disculpe mi coronel!, le dijo Ignacio quien toma otro fusil y carga al centro del campo de batalla. Qué hubiese sido de ese coronel si el disparo le hubiese dado en un órgano vital, probablemente hubiésemos contado el fusilamiento de Ignacio, quien con venda en los ojos clamaría por misericordia. Al llegar al fuego nutrido, Ignacio intenta hacer un disparo pero la fuerza del tiro y el arma mal fijada, hacen que la culata le golpee la boca y le tire al suelo algunos dientes.

Ensangrentado y ya sin fuerzas se tira al arenal a descansar, sin darse cuenta el sueño lo había vencido. Al término de la batalla Ignacio despierta con un fuerte dolor de cabeza, nunca supo si por la resaca o por el culatazo que se dio el mismo. Entre los caídos, confundidos en charcos de sangre, busca desesperado los restos de Juan. Al hallarlo decide beberse el pisco con ginger en su honor. Entre lágrimas abraza a su amigo que ni se inmuta por el fuerte cabezazo que se había acomodado con la piedra durante la batalla, minutos después Juan se despierta ante la sorpresa de Ignacio, quien no podía creer lo que veía.

De alguna manera la mezcla que habían inventado les había salvado la vida. Juan e Ignacio decidieron quedarse a esperar que las ambulancias lleguen y atendieran a los heridos para preguntarles quién había ganado la batalla de Tarapacá, si Perú o Chile. Al conocer la respuesta, ¿qué creen que hicieron estos bravos arrieros? ¡Exacto! Festejaron con su nuevo invento y al término de este relato, hasta la mula kallpa decidió unírseles a la gran celebración…


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "La Batalla de Tarapacá", Nicanor Molinare. (Colección bibliográfica del INEHPA) 



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