sábado, 10 de diciembre de 2016

Unas ojotas con aroma a venganza


La ocupación chilena en Lima era un desastre para los comerciantes, muchos tuvieron que adaptarse a una serie de condiciones, otros prefirieron cerrar para siempre sus negocios, sin embargo, para nuestro simpático zapatero que se pasaba los días timando al ejército invasor, su comercio iba a buen puerto. Su excesivo cobro por componer las botas del enemigo lo han convertido en una especie de justiciero para la capital.

¿Recuerdan al soldado escaso se sesos que se puso las “botas mágicas”? Pues bien, parece que sí eran “mágicas”, porque el militar desapareció y nunca más se le volvió a ver. El zapatero tuvo su teoría de la misteriosa desaparición, él creía que tal vez se la había pasado la mano, porque los clavos tarde o temprano se oxidan y el soldado por querer probar su valía jamás dejaría sus botas prodigiosas y pudo haber muerto por alguna enfermedad. ¡Valiente bruto!, decía cada vez que lo recordaba.

Un día, un viejo vecino que no era limeño precisamente, no nacido en esta patria, camina por el puesto del zapatero, a su paso deja saludos cordiales a todos los limeños que paseaban cautelosos ante la mirada de soldados chilenos. Este viejo era querido por los vecinos, su amable trato con la gente y su notable nivel de cultura lo habían colocado en una posición respetable.

El zapatero quien se caracterizaba por ser pícaro y perspicaz, desconfiaba de este viejo desde que el ejército chileno llegó a Lima, porque muchos extranjeros buscaron en ese entonces protección por medio de sus banderas, o asilo en algunas embajadas, sin embargo, este señor pasado en años estuvo de lo más campante, como si la guerra jamás tocó la puerta de su casa. Por el contrario, se prestó desinteresadamente para ayudar a algunos heridos, notable gesto digno de un reconocimiento, excepto que los heridos eran solamente chilenos. Comida y agua para los caballos del invasor y ni un pan para los niños huérfanos de la refriega de Miraflores.

¡Ya vendrás a mi tienda condenado viejo!, se relamía frotándose las manos el zapatero. ¡Algún día tus zapatitos vendrán a mí!, no dejaba de repetirse cada vez que lo veía caminar por su negocio. Todos los días el viejo quien ya estaba más para el otro mundo que para este, caminaba descubriéndose el sombrero y engalanando con sus finas palabras a bellas doncellas que caminaban por su vereda, todo esto a vista del zapatero quien ya se la tenía jurada desde hace mucho tiempo.

Y como todo en la vida tiene fecha de vencimiento salvo el ¡viejo hipócrita!, como lo llamaba el zapatero, llegó el día de hacer justicia. El anciano extranjero llevó sus malgastados zapatos a componer, ¡claro!, como si no tuviese dinero como para comprarse unos nuevos, sabiendo bien que los chilenos le pagaban por algún trabajito de espionaje. Encima de hipócrita, ¡viejo tacaño!, decía el zapatero entredientes.

Ojotas hechas con cuero de vaca, parte de la
colección  del INEHPA
Pero, ¿cómo nuestro justiciero amigo vengaría al Perú de este anciano? El zapatero ya tenía todo preparado y había decido usar para su plan unas ojotas hechas de cuero de vaca. Hasta ahí nada del otro mundo, salvo que esas ojotas emanaban un hedor insoportable, pareciera que la vaca se hubiese vengado del zapatero por haberla convertido en calzado. Solo había que saber cómo se las entregaría sin la leve sospecha de que esas ojotas apesten como los ¡mil demonios!

El viejo como es de sus más elegantes costumbres, saluda con cordialidad al zapatero, mientras que el comerciante lo miraba con ojos de fusil a punto de disparar. El extranjero le hace ver al zapatero lo malgastadas que están las suelas de sus zapatos y ordena un arreglo rápido y eficiente. ¡Exquisito ahora te pones viejo avaro!, ya te tocará tu merecido, pensaba el comerciante, quien no dudó en buscarle conversación para estudiar sus puntos débiles. Terrible error del viejo al confesar que sufría un fuerte resfrío, oportunidad que vio el zapatero para proporcionarle las ojotas.

Sus zapatos tardarán unas horas, le dijo al viejo. No puedo demorar tanto, tengo una pequeña ceremonia que cumplir, replicó el anciano. ¡Claro!, hoy se cumple un mes más de la llegada del ejército chileno a Lima, seguro estarás en los honores a la bandera enemiga ¡viejo bellaco!, ¡ahora verás lo que es bueno!, murmuraba el zapatero.

Demoraré lo que tenga que demorar si quiere que sus zapatos estén en perfectas condiciones, por la tarde se los entregaré, respondió. ¡Imposible!, refutó el viejo, levantándose bruscamente de su asiento, este hecho asustó un poco al zapatero, pues creyó que al anciano se le estaba yendo la vida.

Présteme cualquier zapato que tenga por ahí, pero debo salir cuanto antes, dijo el extranjero. El zapatero quien había esperado este momento sonríe y refleja un gesto maquiavélico. Ahora no tengo zapatos pero tengo unas ojotas cómodas que le pueden ser útiles y salir de este impase. ¿Cómo, un zapatero que no tenga zapatos?, pregunta de forma burlona el anciano. ¡Esto solo pasa en el Perú!, refunfuñaba el viejo. ¡Por eso lo que te va a pasar va a ser únicamente aquí, viejo renegón!, pensaba nuestro justiciero.

Y como el octogenario padecía de un fuerte resfrío estaba inmune a cualquier hediondo olor, las ojotas fueron a caer en sus manos, o mejor dicho en sus pies. ¡Dame esas ojotas!, no tengo alternativa, dijo el anciano. ¡Con muchísimo gusto, placer y honra!, respondió el zapatero, quien le coloca amablemente el apestoso calzado.

Vuelva en un par de horas, digamos al término de su ceremonia, sus zapatos lo estarán esperando, le dijo el comerciante, mientras que el viejo se iba con sus ojotas apestando a vaca podrida. A su paso dejaba un fuerte olor haciendo que los vecinos a los que saludaba quitándose el sombrero, quisiesen arrancarse la nariz.

Al llegar a la ceremonia en donde la bandera chilena sería colocada una vez más por todo lo alto, algunos soldados ya empezaban a percibir el aroma de las ojotas y al ver al viejo tomándose el pecho para rendir honores a su bandera entre ellos se decían: ¡Este viejo se pudre en vida! ¡Para mí que murió en la batalla de Tacna y nadie le ha dado la noticia!

En la ceremonia muchos limeños optaron por ingresar a sus casas como oponiéndose a la invasión, sin embargo para el enemigo fue la primera vez en su historia que cantó el himno de su patria con una mano en el pecho y la otra en la nariz…


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Historia de la República del Perú (1822-1933)", Jorge Basadre (colección bibliográfica del INEHPA)


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