viernes, 23 de diciembre de 2016

La mejor Navidad del pequeño Augusto

Los vecinos de Lima quienes estaban conscientes del inminente peligro contaban los días para que la guerra no tocara las puertas de sus casas. Era diciembre de 1880 y era una de las peores navidades que le tocó vivir a la capital. La Navidad de ese entonces era muy distinta a la que conocemos ahora, se vivía una verdadera fiesta religiosa llena de entusiasmo, alegría y regocijo. Las iglesias se atiborraban de gente para orar por la prosperidad, sin embargo, esta vez acudían para pedir un solo deseo: que los soldados ya instalados en San Juan contengan al invasor.

¡Señor, mantén mi casa segura! ¡Líbranos del enemigo! Se escuchaba el rezo de algunos. Algunas mujeres entre sus oraciones no podían contener el miedo y una de ellas entra en pánico y lanza un grito aterrador. Absolutamente todos tenían un familiar en el ejército de reserva, sus cantos y alabanzas iban hacia ellos. Pocos se acordaban de los provincianos que venían desde lejos para resistir en San Juan.

Las noticias de la primera línea de defensa corrían gracias a niños que pregonaban a viva voz los acontecimientos de nuestro ejército. Ningún limeño era ajeno a estos hechos y se apresuraban a comprar los periódicos, que en pocos minutos se agotaban. Es ahí donde un pequeño niño que acababa de cumplir doce años hace su aparición en esta historia.

Augusto, era un vendedor de periódicos muy querido por los vecinos, en especial de un notable caballero respetado por todo Lima. ¿Quién no lo conocía? Casi todos sabían quién era este señor y digo casi porque el pequeño Augusto desconocía su nombre.

Todas las mañanas este educado caballero le compraba el periódico a Augusto y al término de la compra el distinguido personaje se despide haciéndole un curioso pero imponente saludo militar. Por razones que Augusto ignoraba, una mañana el importante hidalgo no aparece para comprar el diario y saludarlo como era costumbre, hecho que entristeció al pequeño, ya que el señor era su más fiel cliente.

Las noticias de la guerra corrían cada vez más rápido y aunque Augusto no sabía leer, pudo enterarse que el ejército peruano se instalaba en San Juan para una tenaz resistencia. Esta noticia generó en el niño un gran sentimiento patrio, sentimiento que le había despertado cuando el Huáscar surcaba los mares antes de caer en Angamos.

A pocas horas de la Navidad, Augusto sabía que la oportunidad de ver al ejército peruano se le presentaría solamente una vez y no debía desaprovecharla. Pero, ¿cómo llegar hasta San Juan?, se preguntaba el niño. ¡Es muy lejos!, no dejaba de repetir.

Caminar desde Lima era casi una travesía imposible para el chiquillo, quien solamente tenía unas pocas monedas producto de su trabajo. Para quienes no conocen al pequeño Augusto, él era un niño bastante respetuoso y muy pegado a las buenas costumbres. Jamás cobraba por un favor, ni mucho menos aceptaba una venta por más dinero de lo que valía un periódico.

Augusto no pensaba en obsequios, ni propinas como cualquier niño de su edad pensaría actualmente, para quienes lo conocían sabían, que su mayor anhelo era ver a nuestro ejército, siempre pedía a las personas que le compraban sus periódicos que le leyeran alguna vivencia de nuestros soldados. Si lo hubieran visto, quietecito se quedaba, cuando alguien le narraba sobre el paso de nuestro ejército. Sentado y con brillo en los ojos lo veían cada vez que le hablaban de nuestros defensores.

¡Tienes la valentía de un Bolognesi!, una vez le dijeron cuando comentó que quería defender la patria. Y aunque Augusto no recordaba muy bien los nombres, él sabía que el tal Bolognesi había hecho algo grande por el Perú.

Como un niño humilde, Augusto pasaba días y noches sin comer y aunque siempre llevaba un plato, este la mayor parte del tiempo estaba vacío. Tal vez un poco de pan le cubría el fondo pero nunca la comida rebalsaba los bordes.

La mañana del 23 de diciembre el pequeño decidió gastarse el poco dinero que tenía, decidido a ir a San Juan, Augusto toma sus periódicos y sube a al tren con destino a Miraflores. Al llegar a la estación se pone a vender gritando lo poco que sabía de la guerra. No pasó mucho tiempo hasta que el gentil caballero a quien Augusto extrañaba hace su aparición, saludándolo militarmente.

¡Deberías estar en Lima, muchacho! ¿Qué haces aquí? Y antes que Augusto pudiera responder, el señor toma el plato vacío del niño y coloca pan, tamales y humitas. Jamás el plato del chiquillo tenía tanto alimento, a tal punto que pedacitos de comida caían al piso. ¡Quiero ver al ejército peruano, señor!, no dejaba de repetir el infante.

¡Terco como mi sobrino!, dijo el caballero, mientras le revolvía el cabello. ¡Hasta el mismo nombre tienes!, continuó diciendo el señor. ¿Y dónde está su sobrino?, pregunta el niño. Debe estar en San Juan, es oficial de infantería, respondió el hidalgo. La alegría de Augusto era inmensa, un defensor del Perú se llamaba como él. ¡Ándate a Lima, es peligroso estar aquí!, le dijo el caballero mientras se alejaba.

¡Suerte pequeño amigo!, se despidió el señor con saludo marcial. Augusto, agradecido por la abundante comida, decide devolver el saludo con gallardía. Nadie se lo dijo o quizá Augusto en el fondo lo sabía, pero el distinguido señor a quien el pequeño quería, era nada menos que Mariano Bolognesi hermano del “Titán del Morro”.

El niño se sienta en un rinconcito de la estación de Miraflores y resuelve comerse el gran banquete que le habían obsequiado, al partir el pan, Augusto se arrepiente y toma una hermosa decisión. ¡Les llevaré toda esta comida a los soldados! ¡Deben tener más hambre que yo! Y aguantándose las ganas de probar si quiera un bocado se las ingenia para subir al tren con destino a Chorrillos sin pagar, claro que a manera de pago, a cambio el pequeño deja un tamalito al cobrador de la estación.

Plato encontrado en San Juan, parte de la colección
del INEHPA.
Quiero pensar que el pequeño Augusto alcanzó a comer siquiera un pedacito de pan camino a Chorrillos, pero con lo generoso que él es, dudo que haya probado algo. Dejó sus periódicos en el suelo para tener su mejor regalo, sin saber que él llevaba en ese plato el mejor de los obsequios para los soldados.

Al llegar a Chorrillos, el pequeño Augusto sigue a unas rabonas que cargaban agua para los soldados con destino a San Juan. Al ver al ejército peruano trabajando bajo un fuerte sol de verano en el desierto, corre rápidamente teniendo cuidado de no botar del plato su preciado y sabroso tesoro. No sé cómo le hizo, pero buscó la manera de repartir toda la comida entre los soldados, algunos le hablaban en quechua idioma que Augusto no entendía, atinando solo a sonreír.

¡Augusto!, respondía con saludo marcial cuando le preguntaban cómo se llamaba. Tienes el mismo nombre que el valiente jovencito que está ahí parado, le dijo un soldado, refiriéndose a Augusto Bolognesi, uno de los hijos del defensor de Arica. Si hubieran visto la cara del niño cuando escuchó ese comentario.

Sabemos que fue la Navidad más triste que pasó Lima, pero para el pequeño Augusto quien no era más que un vendedor de periódicos, esta Navidad fue especial. Dicen que al inicio de la Batalla de San Juan el niño decidió quedarse y se las ingenió para repartir municiones. Siempre con su plato vacío esperando que alguien se lo llenara con algo para comer.

Al término de la batalla y con el paso de las ambulancias, un soldado perteneciente a la cruz roja, reporta haber visto un niño de doce años ensangrentando y aún con lágrimas en los ojos cerca de algunas municiones. Algunas balas le habían atravesado el abdomen, su pequeño cuerpo aún estaba tibio y se había aferrado fuertemente al platito vacío. Al certificar la muerte del pequeño niño acurrucado y sosteniendo su plato, se topan con un enigmático mensaje, el utensilio tenía una fecha escrita: 23 de diciembre de 1880.

Nadie pudo saber qué significado guardaba ese mensaje en el niño. Sin embargo para los que conocieron al pequeño Augusto, sabían que esa fecha significó tener el mejor de los regalos, ver a los defensores de su patria por única vez.


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Bolognesi y sus hijos", Ismael Portal. (Colección bibliográfica del INEHPA)




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