viernes, 20 de enero de 2017

¡Gracias por la cantimplora!

Falta poco para que den las seis de la tarde y casi todo está consumado, las últimas compañías pertenecientes al Pichincha ofrecen lo último que les queda. En ellos había caído todo el peso de la guerra en los últimos momentos de la Batalla de Miraflores. Uno a uno mis compañeros fueron cayendo y los que intentaban levantarse fueron pasados a cuchillo.

Un pedazo de metal a causa de una terrible explosión me había destrozado la pierna, los oídos comienzan a sangrarme por el fuerte estallido. Estaba desorientado, ni siquiera podía quejarme, el dolor fue tan brutal que se le olvidó hacerme sufrir. Tal vez la muerte se había apiadado de mí.

Mi vista se despeja por breves segundos y puedo ver como la sangre brota por toda mi pierna, el dolor se manifiesta y mis gritos se confundían entre arengas enemigas. Miraflores había caído y el invasor se apropió de todo lo que el distrito ofrecía. No podía escuchar nada, banderas que no eran de nuestros colores comenzaban a flamear y el suelo estaba plagado de cadáveres, reconocerlos era imposible.

Cantimplora de metal del siglo XIX, parte de la colección
del INEHPA
Parecía que a la batalla había marchado solo, mis compañeros se confundían entre cuerpos destrozados y enormes charcos de sangre, nadie con uniforme peruano quedó en pie, los que agonizaban convulsionaban hasta que la muerte decidía llevárselos y los que habían muerto horas antes de finalizada la contienda, eran la cena de algunos gallinazos que se habían acomodado pacientemente en lo más alto de los árboles a esperar turno de participación.

Tan solo me queda esperar a que la muerte me recoja, en ese momento un chileno se me acerca con un corvo dispuesto a darme el golpe final, sin embargo algo lo hizo retroceder, no podía escuchar qué era, alcé la mirada para ver qué había espantado al soldado, por un momento creí ver a un animal, no podía distinguir qué era exactamente, solo ahuyentó al enemigo y siguió su camino.

No sé cuánto tiempo permanecí tirado entre cadáveres y gallinazos, esperé a la muerte pero al parecer ella se había olvidado de mí, tenía mucho frío pese a ser una tarde de verano y pequeños espasmos comenzaban a manifestarse, gracias a ellos sabía que a pesar de tener la pierna llena de esquirlas, al menos tenía el cuerpo completo.

Luego del frío fue una intensa sed que hace presencia, como diciéndome que un poco de agua no caería mal en estos momentos. Sin embargo, al llevar mi mano a la cintura donde tenía atada mi cantimplora esta no estaba. Traté de arrastrarme con mucho cuidado, algunos chilenos aún quedaban en el campo de batalla, recogiendo a sus heridos y otros enterrando a sus muertos. Otra cosa que me preocupaba al momento de arrastrarme era no aplastar a ningún soldado que yacía en el suelo, puede que no esté muerto y si se queja o grita me condenaría al repase.

¡Daba la vida por un poco de agua!, si quiera para remojar los labios resecos por el polvo, el calor y amargos por el sabor de la sangre. ¿Dónde estás? Quería gritar, cada centímetro que recorría era un calvario, la cantimplora era lo único que tal vez me podía mantener con vida un poco más.

De pronto, como una señal divina, encuentro mi cantimplora no muy lejos de donde me encontraba, sin embargo, el mismo animal que asustó al chileno vuelve para enfrentarme. No podía distinguir qué animal era, tan solo notaba una masa enorme de cuatro patas y orejas puntiagudas. Desde el suelo mi posición era vulnerable y las terribles heridas que tenía me incapacitaban por completo.

Poco a poco mi visión se iba aclarando y la enorme masa iba tomando forma, unos colmillos enormes sobresalían de su hocico. Un intenso gruñido del animal despertó por algunos segundos mis sentidos, no podía detenerme en observarlo, debía arrastrarme y coger mi cantimplora, calmar la sed era lo único que me importaba.

En ese momento, la bestia decidió avanzar hacia mí y se colocó entre la cantimplora y yo. Estiré el brazo lo más que pude para tratar de alcanzarla, pero la poca fuerza que me quedaba empezaba a abandonarme, mis dedos rozaban el tan preciado objeto, pero no lograba sujetarlo, por el contrario lo alejaba más.

El cansancio termina con mi insistencia y no me queda más remedio que seguir en el suelo y respirar polvo. Miro fijamente a la bestia y le doy una pequeña sonrisa como aceptando que se acabó y que puede empezar a devorarme cuando guste. Entonces, fue ahí cuando un milagro ocurre, ya con la mirada en el cielo comienzo a sentir que algo mueve mis dedos insistentemente, al llevar la vista a mi mano descubro que la bestia empujaba la cantimplora con su hocico llevándola a mi alcance.

La sed fue tan grande que empiezo a beber desesperadamente ahogándome en cada trago que daba. El agua que tenía esa cantimplora me hizo sentir más vivo que nunca, ¡Dios, qué sabrosa estaba!

Poco a poco mi vista se recupera y noto cada vez más que la bestia va tomando forma, los grandes colmillos deciden ocultarse para dar paso a una lengua viscosa que no dejaba de lamerme la cara, un perro callejero era el temible animal que había espantado al chileno. ¡Gracias amigo!, le dije mientras lo acariciaba y acercándose cada vez más a mí, movía más rápido su cola, de lado a lado, sin parar.

¿De dónde saliste?, le pregunté, pero no sé si me escuchaba, yo mismo a duras penas podía oír mi voz, mientras que el perro se acurrucaba entre mis brazos. De pronto, dos chilenos se acercan como buscando algo que pudiera llenar sus bolsillos y comienzan a rebuscar cosas de valor entre los cuantiosos soldados que yacían tras haber defendido al Perú.

¡Vete!, le grité al perro, en ese momento uno de ellos reconoce al animal y decide cobrar venganza por el susto que le dio. Colocando la bayoneta en el cañón de su fusil sale al encuentro del perro para acabar con su vida.

¡Huye!, le grité tan fuerte que el otro chileno se entera que sigo con vida y se acerca para liquidarme. Empujo al perro para que se vaya, pero el animal se aferra a mí e intenta defenderme. El chileno, a quien el furioso animal había asustado, trata de ensartarle la bayoneta pero no lo logra, el perro ágilmente había esquivado el ataque y se lanza para derribarlo.

El otro soldado quien ya estaba dispuesto a darme el golpe de gracia, se percata que su compañero está en apuros y acude en su auxilio. Un feroz culatazo golpea al embravecido animal que cae al suelo, la fuerza del golpe fue tal que el pobrecito dio varias vueltas sobre la tierra.

El chileno que había sido mordido se incorpora para darle una patada al valiente perro que ya estaba imposibilitado de defenderse. ¡Miserable!, le grité y comencé hacer mucho ruido para que los dos chilenos no se ensañaran con el perro, que me miraba impotente.

Lo único que me quedaba es morir por este animal que también era el Perú, salvó a un soldado y estuvo presente en la Batalla de Miraflores. Aunque mi destino estaba sellado, este valiente perro tenía una misión, ayudar a la resistencia, pues Lima ha caído, pero el Perú sigue en pie de lucha. Así que mientras el chileno estira los brazos para asestarme un culatazo, me despido de este valiente defensor.

¡No te muevas!, le dije, todo estará bien. Y mientras el perro me observaba, noto que una lágrima cae al suelo, la valiente y feroz bestia se estaba despidiendo de mí. ¡Gracias por la cantimplora!, fue lo último que le dije y antes que pudiera acariciarlo, el ruido de la culata partiéndome la cabeza, pone fin a una corta pero gran amistad entre un soldado peruano y un valiente perro.

Un día después de la gesta de Miraflores, la guardia urbana conformada por extranjeros recoge los cadáveres peruanos, uno de los extranjeros se percata de un perro en pleno campo de batalla recostado al lado de un cadáver con el cráneo partido… El perro no me había abandonado, por el contrario, se las ingenió para quedarse a mi lado y su recompensa fue ser salvado por un inmigrante que no dudó en apiadarse y llevárselo para curar sus heridas. 


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Apuntes sobre la Batalla de Miraflores", Jorge Ortíz Sotelo. (Colección bibliográfica del INEHPA)



1 comentario:

  1. Tremenda historia. Ese perro es el Perú carajo. Siempre al lado de uno aunque mal le tratemos.

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