viernes, 27 de enero de 2017

Kallpa, la mula peruana que también quiso probar un buen pisco

Luego de comprobar que el trago "Salvavidas" volvía inmortal a todo aquel que lo bebía, Juan e Ignacio por fin pudieron enterarse que la Batalla de Tarapacá fue un triunfo nuestro, motivo que como sabrán es digno de celebración. El ejército peruano se había retirado y sin embargo este par de bellacos aprovechaban para seguir en el festejo.

La situación en el sur era crítica, pero para estos valientes borrachos la idea de expulsar al enemigo estaba siempre vigente y en cada conversación nocturna en cualquier cantina que tuviera el valor de acogerlos. Ambos eran insoportables, pero fue Juan quien hacía alarde de sus proezas en Tarapacá, según este desatinado muchacho, él había matado a tantos chilenos en dicha batalla que muchos batallones enemigos se negaban a enfrentarlo. ¡Las balas traspasaban mi ropa, pero ni una me llegó a tocar!, decía. ¡A palazos los hice correr! ¡Nadie me dio un fusil! ¡Tuve que batirme a puño limpio!, vociferaba. Poco a poco iba captando la atención de muchos. Algunos preguntándose quién era ese loco y otros más incómodos, oraban para que alguien lo callara a punta de golpes.

Sin embargo, y pese a que la mayoría deseaba golpearlo, captaba asombro en algunos rostros que creían en sus hazañas, nadie sabía en realidad que cuando apenas comenzó la Batalla de Tarapacá, el muy torpe, en un intento de bravura, se tropezó y se golpeó la cabeza con una piedra perdiendo el conocimiento en el acto. Golpe que lo dejó dormidito durante toda la batalla. Mientras tanto, Ignacio, al ser también un "héroe de Tarapacá", no dejaba de aplaudir el discurso de su amigo.

Cada vez que Juan terminaba de describir una de sus valientes anécdotas sobre aquella gesta, Ignacio remataba el discurso gritando: ¡Viva el Perú!, lamentablemente para Ignacio ninguna respuesta de ¡viva! se hizo escuchar entre toda la muchedumbre.

Ante la negativa de la gente en querer reconocer las brillantes hazañas de estos “vencedores de Tarapacá”, Juan e Ignacio decidieron marcharse, no sin antes agenciarse una botija de barro que contenía pisco. No sabemos qué culpa tenía el dueño de la cantina de que los demás no aplaudan las proezas de estos dos borrachos, pero una de sus más preciadas botijas fue sustraída para ser colocada en Kallpa, fuerza en quechua significaba, y era la mula más debilucha de todo el territorio nacional.     
Recipiente hecho de barro, parte de la colección del INEHPA
A duras penas podía con su vida el pobre animalito para ponerle encima una pesada botija de barro. Como recordarán en el anterior relato de estos borrachos, si la mula no huyó del campo de batalla en Tarapacá fue porque ni fuerzas tenía para caminar, imagínense ahora con peso adicional.

¡Vamos! ¡Anda! ¡Muévete!, le decían los dos borrachos, pero la mula ni caso hacía. Tal vez sea mucho peso para ella, dijo Ignacio. ¡Con peso o sin peso nunca se mueve, este condenado animal nos ha traído solo problemas! ¡En nada nos ayuda!, replicó Juan. ¡Con un buen latigazo no para hasta Lima, insistió!

Creo que ya se lo merece, nunca le pusimos un dedo encima, ¡pero ahora sabrá lo que es bueno!, dijo Ignacio. Y tras bajar la botija de barro y colocarla en el suelo, Juan cambia de estrategia y decide darle un furioso puntapié. Fue tan dura la patada que no solo la mula se tambalea sino también el propio Juan y como el animal no se quedaría tan campante le devuelve el favorcito con otra patada. Bien dice la frase: ¡Pega como mula!, porque la patada que le dio Kallpa a Juan fue tan fuerte que lo mandó al país de los sueños. Recordando nuevamente la experiencia que tuvo Juan con la piedra al inicio de la Batalla de Tarapacá.

Ignacio trató de reanimar a su amigo quien tenía la huella de la pata en la frente. ¡Ni se te ocurra morirte, bellaco! Le dice a Juan. La noche pasaba y mientras Juan seguía durmiendo a causa de la feroz patada de Kallpa, a Ignacio no se le ocurrió mejor idea que beberse un trago de pisco y como su acompañante se encontraba fuera de combate, decidió tomar con la mula, bebida que al parecer no le disgustaba para nada, por el contrario le dio la fuerza suficiente como para hacer gruñidos extraños y saltos increíbles.

Parece que el pisco era el hidratante perfecto para la flacuchenta mula, lo cual generó una gran idea en Ignacio. Como la mula empezó a moverse como loco, tal vez ahora sí quiera cargar peso, sin embargo había un problema. ¿Qué pondría en el lomo de Kallpa? Si a la botija que contenía el pisco o Juan que yacía inconsciente en el suelo.

Ignacio se caracterizaba por ser más cuerdo y amable que Juan, así que decidió no dejar a su buen amigo y llevárselo con él. Por eso colocó la pesada botija de barro en el lomo de Kallpa y amarró a Juan de la cintura con una cuerda. Por todo el arenal la mula llevó el pisco en el lomo y arrastraba como un trapo viejo a Juan quien dormía plácidamente pese a toda la tierra que tenía ya en el cuerpo.

El destino de estos valientes borrachos era seguir al ejército del Perú a donde quiera que vaya, así que buscarlos era la misión. Cada vez que Kallpa dejaba de caminar Ignacio la rehidrataba con pisco, y siempre que pasaban por un lugar con botijas de barro la mula brincaba hasta el hartazgo.

A la mañana siguiente andando por algún desierto sureño del Perú en busca del ejército nacional, Juan despierta con un terrible dolor de cabeza y no se le ocurrió una mejor idea que increparle a la mula por el fuerte porrazo que le acomodó en la cabezota. ¡Ahora vas a caminar mula maldita!, le recriminó, mientras se preparaba para encestarle otra patada. ¡Espera Juan, no le pegues! Kallpa ya nos sacó del pueblo, además no quiero que te mande a dormir con otro patadón, le dijo Ignacio.

Tal vez Juan no lo sabía, pero le habían salvado la vida, Kallpa podrá ser flacuchento, pero otra de esas certeras patadas e Ignacio estaría enterrando a su buen amigo. Vamos a Tacna, puede que el ejército esté por allá, concluye Ignacio. Pero cómo vamos a ir si la mula no quiere andar, replicó Juan. ¡Dale pisco!, sabrás que es fuerte y veloz, le respondieron.

Antes de partir decidieron servir el buen pisco que se encontraba en la botija de barro, Juan, Ignacio y el flacuchento Kallpa, optaron por acampar y beber el abundante trago que cabía en el recipiente. Mientras que la mula saltaba sin control alguno, los dos borrachos afirmaban que ellos solitos bastaban para expulsar al invasor. ¡Lo hicimos en Tarapacá, lo haremos de nuevo!, se arengaban entre ellos.

Tanto bebieron que en una de esas la mula Kallpa dio su último salto para caer desplomado al suelo. ¡Fue su último brinco! ¡La vieja mula ha muerto!, dijo Juan mientras se sacaba el sombrero en señal de luto. ¡No seas bestia!, le dijo Ignacio, ¡mira!, está durmiendo con la lengua afuera, explicó.

¡Pero está patas arriba!, debemos hacerle los honores a un caído, continuó lamentándose Juan. ¡Si serás de animal!, mírale la panza, señala Ignacio. ¡Sí, ya está hinchada por las horas que lleva muerto!, insistió Juan. ¡Pedazo de animal!, pero tan solo pasó un minuto y no está muerto, está respirando mírale bien la panza, le dijo Ignacio. ¡Es un milagro de Dios! ¡La mula ha resucitado!, exclamó de rodillas Juan. Ignacio se toma la cabeza y dice: ¡Aparte de borracho, burro! Tienes razón, dijo Juan mientras se pone de pie, es borracho pero ¿qué Kallpa no es una mula?

Ignacio, ante la terca muestra de brutalidad de Juan, lo empuja haciéndolo tropezar, en la caída la cabeza de Juan se pega nuevamente, solo que esta vez con la botija de barro, para quedarse dormido toda la noche. Fue en ese momento que Ignacio comprendió el motivo por el cual Juan era un bruto de gran magnitud.

A la mañana siguiente ambos borrachos intentar colocar nuevamente la botija con pisco que aún quedaba en el lomo de Kallpa, pero esta vez no lo consiguen, la mula no quiso andar. Con pisco volverá a las correrías, dijo Ignacio y al darle un poco de bebida la mula ya no quiso tomarla y se quedó firme aferrándose más al suelo. Al parecer Kallpa había experimentado la peor de las borracheras y no quería saber más del asunto.

Juan estaba tan harto de la mula que no tenía reparos en pelearse a puño limpio con el animal, mientras que Ignacio comenzaba también a perder la paciencia. ¡Vamos a pegarle!, dice enojado Juan. ¡Claro, ve y dale otra patada de nuevo, total ya sabemos qué va a pasar!, respondió Ignacio. ¡No soy tonto!, afirmó Juan. Busquemos unos palos para luego darle una paliza, explicó.

¡Buena idea!, dijo Ignacio, pero amarra a la mula para que no se vaya mientras buscamos unos palos, continuó. Pero a dónde la amarro si aquí no hay nada, explicó Juan. ¡Todo tengo que pensar! Amárrala a lo primero que veas, replicó Ignacio.

Tras haber amarrado a Kallpa, Juan e Ignacio salen en busca de unos palos para propinarle una golpiza nunca antes vista. Cuando logran conseguirlos, ambos borrachos van al encuentro del animal. Sin embargo Kallpa ya sabía lo que le esperaba, podrá ser flacuchento y hasta borracho, pero bruto no era y apenas nota regresar a este par de bellacos, emprende una veloz escapatoria por el medio del arenal.

Ambos borrachos se paralizaron, sorprendidos al ver que la mula era más rápida que el viento. ¿Cómo, no la habías amarrado a algo?, pregunta Ignacio. Me dijiste que la amarrara a lo primero que vea y lo que vi era la botija de barro, respondió Juan. Ambos se miraron por unos segundos, mientras Kallpa corría arrastrando y derramando todo el pisco que había en el recipiente.

¿Y ahora? ¿Qué hacemos con los palos?, preguntó Juan. En ese momento, el sonido del viento se interrumpe por un fuerte ruido. Era Ignacio, que le había propinado un palazo tan fuerte a Juan, que por tercera vez su cabeza sufre las consecuencias, un porrazo se había ganado para terminar nuevamente en esta historia en el suelo, volviendo a dormir por un largo tiempo hasta que Kallpa algún día decida regresar...


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico


PREGUNTAS PARA EL SORTEO DEL MORRAL 

Responde estas dos preguntas dentro del posteo de Facebook de esta historia y entra al sorteo para ganarte una reproducción de morral de La Guerra del Guano y del Salitre".

Después de la batalla de Tarapacá, ¿cuántos golpes sufrió Juan a lo largo de este relato?

Según el relato: "¡Gracias por la cantimplora!", ¿qué animal intentó proteger al soldado peruano en la Batalla de Miraflores?


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