jueves, 4 de febrero de 2016

Bajo la 'Palma' de Ricardo (Primera parte)


Estaba en la vieja Biblioteca Nacional de Lima, en uno de sus tantos salones antiguos que inspiran al limeño de a pie esa galantería y elegancia de la capital de antaño. Era tarde y sabía que en cualquier momento darían la orden para cerrar el recinto.

Mi tarea era informar al público a tomar precauciones y desalojar el lugar sin contratiempo. Las pocas personas que ahí se encontraban iban retirándose. La biblioteca iba de a pocos recuperando ese silencio fúnebre que siempre la caracterizó. ¡Misión cumplida!, me dije, hora de retirarse.

Uno de los encargados impide mi retirada y me da la orden que hasta el momento era la más difícil de todas. ¿Cuál era?, pues desalojar a un viejo de nombre Manuel, quien se encontraba en el lugar más recóndito de la biblioteca. ¡No se diga más!, le dije al delegado y me apresuré a retirar al anciano. ¿Qué tan difícil puede ser pedirle a un señor de avanzada de edad que se marche?, pensé.

La biblioteca había apagado sus luces haciéndola misteriosa, sus lúgubres pasillos me llevaban a los salones más oscuros. Ni una linterna tenía, únicamente mis ganas de querer irme del lugar. De pronto, pude ver al viejo sentado en uno de los aposentos más oscuros, leyendo bajo la luz de un candelabro dorado muy antiguo, jamás había visto ese tipo de lámpara, tal vez el anciano lo tomó de un museo, es curioso, habiendo un interruptor que encienda la luz de la habitación prefiera esa tenue iluminación. Caballero es hora de que se marche, la biblioteca está por cerrar, le advertí. El anciano ni se inmuta, lee con paciencia, como si para él el tiempo no pasara.

Tenía que acercarme, por cada paso que daba la luz de una vela me revelaba con más claridad su rostro. ¿Dónde he visto esa cara?, me pregunté. El viejo tenía unos lentes muy raros, solamente su nariz soportaba el objeto, no tenía esas orejeras propias de unas gafas comunes. Estando a escasos metros le hago una segunda advertencia: ¡Señor, por favor debe de marcharse!, le dije levantando la voz. El viejo alza la cabeza y me mira, sus ojos me analizaban mientras esbozaba una pequeña sonrisa.

Ricardo Palma Soriano
¡No sea bellaco!, me dijo. Más respeto con sus mayores, debería usted sentarse y apartarse del mundo que lo rodea con estos hermosos libros, continuó. Perdone don Manuel, no fue mi intención levantarle la voz, me disculpé. De pronto, el viejo dejó de analizarme y continuó apacible con su lectura. No pude aguantar la curiosidad, debía saber qué estaba leyendo con notable tranquilidad, así que decidí sentarme a su lado. En ese momento, el viejo toma su bastón y me lo acomoda en la cabeza.

El dolor fue tan agudo que no pude evitar levantarme y pegar un grito. ¡Silencio bellaco! ¿No ve que estamos en una biblioteca?, me replicó. Yo no le he dado autorización para que se instale campante a mi costado, continuó.

Dispénseme don Manuel, le dije mientras me sobaba la cabeza. Ya es tarde y debemos marcharnos. El viejo hace caso omiso a mi solicitud y no se inmuta. Don Manuel por favor, insistí. No tengo que escuchar a un bellaco que no me llama por mi verdadero nombre, soy Ricardo, me contestó. Disculpe usted don Ricardo, pero aquí me dijeron que se llamaba Manuel... Así me nombraron cuando me bautizaron, sin embargo en mi adolescencia decidí cambiarme el nombre, me explicó.

Don Ricardo, por qué no deja su lectura para mañana, si desea lo puedo acompañar a su hogar, le comenté. Este es mi hogar, estas paredes, este salón y estos libros son mi vida entera, me explicó. En ese momento pude fijarme lo que el anciano de porte bonachón leía. Tradiciones Peruanas decía el libro. La alegría me embarga, el viejo dramaturgo de carácter socarrón había regresado, no lo podía creer, él estaba aquí, había vuelto para recuperar su biblioteca, regresó para escribir tal vez una tradición  más.

Don Ricardo Pal… Aún no menciones mi apellido, me interrumpió. Te prometo retirarme “entre dos luces”, me dijo. ¿Dos luces?, pero si únicamente tiene una vela prendida, le expliqué. Tal esclarecimiento me hizo merecedor de otro contundente bastonazo en la cabeza…

¡Bellaco!, entre dos luces quiere decir al rayar el alba. De pronto y como reviviendo una de sus incontables tradiciones, don Ricardo, al fiel estilo de su narración “Al Pie de la letra”, me dijo de forma muy contundente: ¡Pedazo de bruto!

Siéntate y tengamos una buena plática, me señaló mientras se acomodaba la bufanda. Todavía sobándome la cabeza por el dolor, no pude evitar preguntarle sobre las Tradiciones Peruanas, historias que lo llevaron a ser reconocido en muchos países. Todo comenzó en la bohemia de mi tiempo, mis primeros textos eran satíricos y estaban escritos en las revistas más famosas de la época. Mis primeras tradiciones las escribí allá por 1872 y no son más que una de las formas que puede revestir la historia, pero sin los escollos de ésta, me contó.

En mi juventud también pasé por algunos periplos en altamar, en donde compartí ciertas coincidencias con el ‘Caballero de los Mares’, señaló don Ricardo. ¿Estuvo usted en la marina?, ¿Conoció a Miguel Grau?, no dudé en preguntarle. ¡Una pregunta a la vez bellaco!, me refutó el anciano escritor. Era 1853 y ambos teníamos veinte años cuando decidí ingresar a la marina, por coincidencia, Grau se inscribe también, luego de sus muchas aventuras como marinero mercante, detalló.  

Tiempo después del combate en Angamos, propuse las siguientes palabras en una inscripción que se le haría en su memoria, actualmente ese monumento se encuentra en el puerto chalaco: “A Miguel Grau, homenaje del pueblo del Callao”, explicó el anciano escritor.

¿Es cierto que gracias al telégrafo, se salvó usted de morir en el combate del 2 de mayo de 1866, contra la escuadra española? El viejo se toma el rostro y su apariencia cambia de repente, tal vez recordarle los aciagos momentos de la guerra fue mala idea. Su faceta de irónico y burlón cambia para mostrarme la tristeza de su corazón: El ministro de guerra don José Gálvez estaba conmigo en la torre La Merced y no volé en mil pedazos porque él me envió en comisión al telégrafo. Lástima que el ministro no corrió la misma suerte, gallardo señor de quien ahora no se comenta nada, me explicó con nostalgia.

En ese momento y con algo de dificultad, don Ricardo se pone de pie y examina todos los libros del salón con un amor inimaginable. Le gusta ser el eterno ‘Bibliotecario Mendigo’, ¿no es así?. ¡Siempre!, me respondió. Luego de que Chile nos declara la guerra y pasada las campañas del sur, supe de las terribles incidencias de San Juan y Miraflores. Aquí viví los momentos más nefastos de mi vida. Lamentablemente ya es muy tarde mi bellaco amigo y necesito descansar, por qué no vienes a mi cumpleaños y terminamos esta historia, así me ayudas a concluir una última tradición.

Con una grandísima alegría me levanté de mi silla y me retiré esperando con ansias el amanecer para volverlo a ver… ¿Cómo, no te despides?, me dijo don Ricardo y antes de que el viejo pudiera alzar su brazo para propinarme un tercer bastonazo, le alcanzo a estrechar la mano y marcharme, no sin antes decirle un hasta pronto y desearle buena noche.

No pude cumplir con la orden de desalojarlo, pues entendí que la Biblioteca Nacional era el hogar de don Ricardo y mientras me marchaba pude ver que el sencillo anciano se despide desde la ventana como esperando a que vuelva.

Don Ricardo vuelve a su silla, cierra su libro y con una ligera sonrisa sopla la vela para dormirse en su ya conocida apacible calma…


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico 

Bibliografía: "Tradiciones Peruanas" de Ricardo Palma, "Ricardo Palma en la marina" de Carlos Zúñiga Segura (Colección bibliográfica del INEHPA)



1 comentario:

  1. woo cada vez que leo tus textos descubro algo mas de lo que creí ya conocer. éxitos Luis!!

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