martes, 8 de marzo de 2016

Antonia Moreno: una rabona con temple de acero‏

Marchábamos por Huancavelica y aunque estuvimos poco tiempo, pude sentir su gélido clima. Para un limeño como yo, que había jurado seguir al ‘Taita’ Cáceres hasta los confines del mundo, estas largas caminatas a través de la sierra eran brutales, insostenibles para cualquiera, pero sabíamos que así iba a ser la resistencia frente a la ‘Estrella Solitaria’.

El musgo aquí crece congelado, nuestra marcha era cada vez más complicada. Algunos de nuestros soldados que son provenientes de los mismos andes no aguantan el frío y algunos caen para no levantarse más. Los pies que antes me dolían producto del intenso frío ahora ya no los siento, camino por inercia y mi fusil que está prácticamente congelado se me ha adherido fuertemente a mi mano, tratar de soltarlo me provoca mucho dolor.

No hemos probado alimento en días, no aguantaremos mucho tiempo, lo único que me mantiene caminando es la arenga de mi ‘Taita’. Andrés Avelino Cáceres era muy querido y respetado entre la comunidad indígena. Nadie lo cuestiona, ni mucho menos lo critica, Cáceres ordena y su palabra es ley.

¡Descansen muchachos!, fueron sus órdenes. Nuestra rápida salida de Jauja nos había dejado sin muchas provisiones, teníamos menos de lo necesario para guarecernos, así que tuvimos que improvisar un campamento, hacer fuego para no morir congelados era nuestra prioridad.

Acurrucándome con una pequeña y delgada manta, noto a una rabona que cosía ropa para sus hijas, el amor y cuidado con el que bordaba la tela era conmovedor, era como si se olvidara de la grave situación en la que nos encontrábamos, para dedicarse en cuerpo y alma a su tarea, me pregunto ¿quién será? 

A la mañana siguiente debíamos continuar, nuestro ejército estaba agotado, pero si queríamos llegar a Ayacucho debíamos apurar el paso. Todos pensábamos que ahí nos alimentaríamos bien y podríamos recuperar fuerzas. En la primera orden de alto, llegamos a una hacienda que le pertenecía a una tal Margarita Lozano. Creí que en dicho lugar íbamos a ser bien atendidos, sin embargo, la avaricia se apoderó de la dueña.

Todo el alimento que Margarita poseía nos lo había ocultado, tuvimos que suplicarle para que por lo menos alimente a las mujeres quienes nos acompañaban fielmente. Estaba encolerizado, no podía creer que le negara comida a quienes defendían la patria, marchamos desde tan lejos para ser recibidos con desgano. 

De pronto, mi ‘Taita’ nos reúne y nos brinda una sopa de agua con pan remojado y carnero, que tanto trabajo le costó suplicarle a la dueña, al probarlo y poner mi más fea cara, él me dice: ¡Lo sé, sabe horrible!

Antonia Moreno en compañía de sus hijas
Todos tratábamos de hacerle los honores a la dueña de la hacienda para que no nos niegue el refugio, sin embargo, la rabona que vi coser ropa para sus hijas no le rendía pleitesía, al contrario, la miraba con repulsión. 

¡Si esa rabona tonta no cambia esa cara de desprecio, doña Margarita Lozano sacará a patadas a nuestro ejército!, comenté en voz alta. Fue en ese momento que una feroz cachetada en la mejilla me hace estremecer las ideas. ¡No vuelvas a insultar a esa dignísima dama, limeñito!, me dijo un soldado. Esa rabona que vez ahí es nada menos que doña Antonia Moreno, esposa de mi ‘Taita’ Cáceres, no te vuelvas a expresar así o te acomodaré otra vez la cara, continuó.

Con esta advertencia y un fuerte dolor de cabeza por el sacudón, quise averiguar un poco más de aquella señora por la que todos los soldados, civiles y campesinos, morirían sin dudarlo. Pese al hambre y al cansancio, el ambiente era el mejor, sin contar el golpe que me dieron por irrespetuoso, la camaradería y la amistad prevalecían en nuestro ejército. Y es que muchos de nosotros éramos jóvenes y nos manteníamos siempre con buen humor.

Tal es así, que correteábamos a escondidas por toda la hacienda en busca de alimentos, sin embargo, toda la comida que encontramos y una botella de buen pisco nunca la repartíamos entre nosotros, sino que se las ofrecíamos a nuestro ‘Taita’ y a su mujer: ¡General, vea usted el descubrimiento que hemos hecho, coma y beba pisco para que maten el frío usted y su esposa!

El ‘Taita’, lejos de reprendernos lo hicimos reír, sabíamos bien que Cáceres celebraba en el fondo como un niño nuestras travesuras. La dueña de la hacienda estaba muy enojada con nosotros, pero doña Antonia Moreno siempre salía en nuestra defensa, constantemente ella se comportó como una madre para todos nosotros y fue en ese momento que entendí qué papel fundamental ella desempeñaba, pues fue la única guerrera que combatía la incertidumbre con amor.

Doña Antonia no solamente velaba por mi ‘Taita’ o por sus hijas, sino también por todos nosotros, el rostro de nuestros soldados cambiaba cuando ella nos alentaba, pues la causa por defender al Perú se hacía más sublime si ella marchaba delante de nosotros. Es curioso, en Lima muchas rabonas marchaban atrás de la soldadesca pero aquí Antonia caminaba en primera fila.

Militarmente hablando siempre hay un respeto entre un general y su soldado, sin embargo, aquí el respeto era de un padre hacia un hijo. Absolutamente todos adorábamos a la familia Cáceres y creo que eso fue primordial para que la resistencia durara tanto tiempo.

Prueba de ello, fue una anécdota que nos ocurrió partiendo de la hacienda, el caballo de doña Antonia sufre un tropiezo y ella cae al agua helada de la puna, dejando su ropa empapada exponiéndola a coger una pulmonía. Ella no tenía otro vestido, pues como mencioné, teníamos todos muy pocos equipajes.

Al percatarnos de la caída, muchos de mis compañeros se prestaron a ayudarla y no dudaron en desvestirse prácticamente para brindarle sus atuendos. Algunos le proporcionaban zapatos, otros, camisas y diferentes prendas. Doña Antonia tuvo que vestirse detrás de unos peñascos que le sirvieron como biombo. ¡Mírenme, estoy convertida en un verdadero mamarracho!, dijo con una sonrisa.

De pronto, Cáceres, quien había ido busca de su elegante abrigo de piel, se percata de la vestimenta de su esposa y no pudiéndose contener se echó a reír a mandíbula batiente. La risa de mi ‘Taita’ fue tan extensa que ocasionó la ira de doña Antonia. Pero mujer no te enojes, ¡mírate!, pareces un personaje carnavalesco, comentó mi general con carcajadas.

Quería reírme, tuve que distraerme ayudando con el equipaje que había caído, si soltaba una pequeña sonrisa la mirada fulminante de doña Antonia podía atraparme, todos preferíamos enfrentarnos al enemigo que a su enojo.

Pero ¿quién era ese osado caballo que lanzó a nada menos que la esposa del ‘Brujo de los Andes’ al agua? ‘El Lunarejo’, se llamaba y era una bestia un tanto chúcara que doña Antonia no dejaba de culpar. Sin embargo, fiel a su orgullo, la esposa de mi ‘Taita’ vuelve a montar al caballo y lo amenaza con convertirlo en un delicioso guiso si se atrevía a volverla a lanzar al agua. Fue en ese momento que todos no pudimos más y nos tiramos al suelo a reír.

Ver Cáceres y a su esposa cediendo por la risa, me hizo creer que éramos más que un ejército, éramos una familia. Entendí esa fuerza que nos mueve pese al frío, al hambre o al escarpado terreno. Ellos eran el verdadero significado de la resistencia y únicamente por ellos marchamos, por nadie más.

Al atardecer y con una fogata para calentarnos, el ‘Taita’ se sienta junto a mí, como si fuese un jovencito más comparte sus experiencias con nosotros y mientras su mujer y sus hijas dormían por el cansancio, le pregunté por qué deja que su esposa, sus hijas y las demás mujeres que nos acompañaban nos siguieran, exponiéndose a muchos peligros. Cáceres se recuesta y mirando las estrellas que alumbraban el firmamento me dijo: Ellas también tienen su propia guerra que librar, si no fuera por su temple, fortaleza y dulzura, la resistencia solamente estaría conformada por una soldadesca orgullosa pero sin ningún aliciente, con la mujer peruana nuestro ejército es más fuerte que una gran manada de leones.

Luego, Cáceres me pregunta: ¿Sabes qué se interpone entre las balas de nuestros enemigos y nosotros? No lo sé, le respondí. Pues la mujer peruana, afirmó mi ‘Taita’. Es ella quien sufre el primer impacto y se desangra al observar a su hombre caer, es ella quien muere mil veces cuando no recibe noticias de su esposo. Estoy seguro que somos hombres libres pero siempre estaremos subyugados a sus encantos y si en algún momento existiera un día para ellas, espero que se las recuerde siempre como las verdaderas defensoras del Perú.

Dicho esto, el ’Taita’ calla para encomendarse al más profundo sueño, dejándome con la esperanza que la patria estará segura en tanto exista siempre una mujer peruana…


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Antonia Moreno de Cáceres, recuerdos de la campaña de la Breña", Luis Guzmán Palomino. (Colección bibliográfica del INEHPA)


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