viernes, 25 de marzo de 2016

Una banca y el valor de un escudo

¡Qué aburridas son las Iglesias! Cánticos, sermones, rezos y las mismas historias de siempre. Y es que en Iquique la vida de los vecinos era muy predecible, antes de la llegada e invasión de la 'Estrella Solitaria', gente de buena posición venía a menudo aquí, para expiar sus culpas o pedir algún favorcito que les mejore algún negocio.

Me encuentro en la Iglesia Matriz colocada junto con algunas bancas más, a la espera de un valiente que ose poner su humanidad en mí y se atreva a contar sus más íntimos secretos en un confesionario.

Algunas de las bancas tenían celos de mí, sabían que no era un asiento cualquiera, poseía una distinción que me destacaba entre las demás. La vicuña, el árbol de la Quina y la Cornucopia forman mi escudo y reflejan la tremenda riqueza del Perú. 

Sin embargo, en ese entonces mi fervor patriótico no era el mejor. Las preocupaciones u otras negativas emociones no me importaban, simplemente por mí no pasaban las penas y nada ni nadie podían romper esa apacible calma, ni soberbia dejadez.

Mis días eran rutinarios, salvo cuando llegaba don Jeremías quien era un apostador compulsivo y siempre en las mañanas llegaba contento para pedir fortuna y en las tardes para pedir ayuda.

Los rezos de este singular caballero eran poco comunes, porque cada vez que perdía su dinero en juegos de azar, don Jeremías le imploraba al señor que le ayude a cambiar de vida y dejar las apuestas: ¡Oh poderoso Señor, ayúdame a no malgastar mi dinero, si lo haces, te apuesto a que seré mejor!

Al parecer ese pedido no surtió efecto en Dios, porque siempre el viejo apostador no dejaba de regresar para lamentarse. Por otro lado, no todo era apacible para mí. Nunca faltan las señoras con trajes largos y sombreros de gala que en vez de inclinar sus cabezas y ponerse a rezar, se sentaban a cuchichear sobre modas y estilos. ¡Ah y claro!, hablar de la amiga que se vistió mal en alguna reunión.

Lo admito, era divertido escucharlas a lo lejos, pues siempre había alguien a quien fulminar con sus chismes. Un día, toda esa diversión se acaba cuando una de ellas decidió sentarse sobre mí, Catalina se llamaba y era la vecina más gorda de todo Iquique. Había visto pasar y sentarse a decenas de personas, pero jamás había sentido el tonel de aquella señora.

Recuerdo haber escuchado decir que yo era de madera fuerte, capaz de aguantar una carreta con todo y caballo, hoy doña Catalina pondrá aprueba ese dicho. A medida que la voluptuosa mujer se acercaba notaba cada vez más su gigantez, ¡Dios bendito!, creo que es momento de ponerme a rezar también.

La señora me da la espalda y empieza a inclinarse, mientras invitaba a sus amigas a sentarse sobre mí también. El enorme trasero de la mujer nublaba mi vista y por momento noté que hasta el Cristo crucificado cerca del altar, hizo un milagro para llevarse las manos a la cara y taparse los ojos para no ver mi calvario.

No llevaba ni diez segundos soportando a doña Catalina y yo ya estaba pidiendo piedad. El crujido de mi madera no se hizo esperar, no sabía cuánto tiempo más iba a soportar. A Dios gracias que el párroco me salva y llama a confesión. No sé si cabe la expresión en mí, pero yo ¡estaba sudando frío!

Si bien es cierto, doña Catalina regresaba a la iglesia todos los viernes por la tarde, pero ya no se sentaba sobre mí. Quiero pensar que en la última confesión, el padre le absolvió todos sus pecados con la condición de que no se vuelva a sentar en ninguna de sus bancas.


Banca que perteneció a la iglesia Matriz en Iquique. Parte de la colección del INEHPA.

En aquel tiempo Iquique era pequeño y todo lo que acontecía se sabía, nada quedaba sin cabo suelto. Siempre había buenas y malas noticias que contar, pero nunca entendí porque la Iglesia Matriz era el lugar ideal para narrarlas.

Recuerdo a un notable caballero, cuya serenidad y sencillez podía cautivar al más incrédulo e impaciente vecino. Este notable señor se caracterizaba por tener una barba prominente y porte señorial, pero su mirada tierna reflejaba calidez y bondad. Un día, este hidalgo quien era marino, se sentó en mi regazo y pidiendo perdón por todos sus pecados y por la salud de su numerosa y amada familia empieza a rezar. Sin embargo, su rezo se me hacía extraño, pues luego de pedir por  su esposa e hijos, ora también por su buque:

“Señor, guía al Huáscar hacia la luz y aleja la arrogancia de sus victorias, hazlo fuerte frente a sus enemigos y deja que surque el mar tan sólo una vez más. Pues las correrías de este buque son la esperanza de todo un pueblo…”.

Terminado este pedido un oficial entra apurado a la iglesia y le dice: ¡Miguel, el enemigo se acerca, es hora de marcharnos! El honorable marino se levanta y besa la Cruz erigida en el altar, y colocándose nuevamente el sombrero se marcha para nunca más volver.

Un tiempo después y cuando creí que hombres como este buen marinero no volverían a sentarse sobre mí, llega un viejo coronel con paso elegante y marcial, las personas que lo observaban caminar por la iglesia prácticamente le hacían reverencia. ¡Coronel Bolognesi, es un honor tenerlo aquí!, le decían los vecinos. Asintiendo con una sonrisa y gran humildad, el viejo soldado se acerca hacía a mí y tras acariciar el escudo de mi respaldar parte hacia Arica.

En seguida y saludando con un fuerte abrazo al viejo coronel Bolognesi, un joven millonario quien fuera también alcalde de Iquique, hace su entrada y descansa sobre mi cómoda madera. Es extraño, un acaudalado señor comportándose como todo un pueblerino, pues su humildad era tan grande que todos los vecinos no sólo lo querían, sino lo admiraban. Nunca quiso que lo llamaran con alguna cortesía, ¡llámenme Alfonso y nada más!, decía. Sin embargo y pese a sus pedidos, todo el mundo lo conocía como señor Ugarte, el generoso millonario que gustaba compartir su dinero con todos.
   
Los días pasan y jamás había condenado ni apreciado a los vecinos de Iquique, sólo estaba aburrida de lo mismo, no volví a saber de Miguel, Alfonso, ni de Francisco y me sumergí nuevamente en la rutina, deseaba a toda costa algo diferente. Tal vez como esperando una lección de mi soberbia. Las campanas suenan anunciando misa, pero el sonido no venía sólo sino también con aroma a muerte.

Nos habían declarado la guerra hace mucho, sin embargo no lo sabía o tal vez no me importaba. Tomé conciencia de este catastrófico hecho cuando en 1880 la ‘Estrella Solitaria’ pone sus pies sobre nuestro suelo sagrado. Iquique iba a ser tomada y los vecinos lo sabían, el pánico emerge y todo se convierte en caos.

Únicamente me queda esperar lo mejor, estaba segura que si el enemigo venía hasta aquí iba hacer respetuoso con la casa de Dios y no se atrevería a causar desmanes, ni mucho menos lo que todos temíamos: incendiar la iglesia.

Las campanas redoblan aún más fuerte, el invasor está tomando posesión de todo Iquique, algunos huyen con lo que pueden cargar, otros se quedan a pelear y son asesinados sin contemplación. Doña Catalina, la voluptuosa mujer a la que odié por sentarse sobre mí, es ultimada por defender a su esposo y don Jeremías, el viejo apostador, fue acuchillado por no dejar que le robaran su cuantioso dinero ganado en una apuesta y que por azares del destino no pudo disfrutar.

De permanecer a la sombra y cobijo de una iglesia, ahora quedo a merced del inclemente sol, pues el enemigo, al ver el escudo peruano en mi respaldar, no dudó en deshacerse de mí al instante. Felizmente junto a desperdicios fui encontrada, desafortunadamente otras bancas no corrieron la misma suerte.

El destino tenía para mí otros planes, pues ahora me encuentro nuevamente en la sombra y por una gran coincidencia cerca de una enorme campana. Estoy segura que llegado el momento, esa misma campana volverá a sonar fuerte, tal vez no para llamar a misa, sino para invitar al Perú a que venga a conocer su verdadera historia.

A pesar de mi soberbia y un poco de egoísmo, nunca comprendí porque el escudo peruano siempre me elegía para posarse en mi respaldar. Ahora en este lugar llamado distrito de San Isidro, puedo entender el propósito del símbolo patrio, pues sabe que a pesar de mis defectos, aquí en este país siempre tendré la oportunidad de cambiar y ser mejor...


Colaboración Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Atlas geográfico del Perú", Mariano Felipe Paz Soldán (Colección bibliográfica del INEHPA)


4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Woo que tal doña!jaja ... Y esta banca en que parte de san Isidro esta? Cada vez que leo tus textos me deja una curiosidad y mas de un asombro

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    1. Muy buenos días, esta banca pertenece a la colección del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico y se encuentra en la sede del INEHPA ubicado en San Isidro.

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