jueves, 10 de marzo de 2016

Un niño, un tesoro y un morro 

Era un día caluroso de esos que no dan ganas de salir de casa, cuando un padre lleva a su hijo de paseo al Morro Solar. Era finales de los años ochenta y en aquella época el morro no era muy popular. Para muchos era solamente un cerro enorme en donde fumones y delincuentes podían hacer de las suyas, sin embargo, para un padre de familia que escalaba religiosamente todos los domingos, ese cerro era algo muy especial.

El padre al quien llamaremos don Manuel, era conocido por quienes se encontraban en la cercanía del morro, ya que siempre se le veía subir en las mañanas con nada más que un lápiz y un cuaderno. Muchos especulaban qué hacía tantas horas en el morro, sin embargo, nadie se atrevía a preguntárselo.

Como todos los domingos por la mañana don Manuel sube al morro, pero esta vez no lo hizo solo, lo acompañaba su pequeño hijo quien a regañadientes subía, como todo muchachito de su edad estas excursiones a los cerros no le llamaban mucho la atención.

Una vez arriba, el pequeñín se sorprendió con la vista imponente que tenía el morro, don Manuel pudo notar con alegría que la cara su hijo cambió por completo y parecía que el niño estaba en su propio parque de diversiones.

¿Qué puede hacer don Manuel con su hijo en un árido morro? No había nada, estaba desierto, estaban en medio de la nada. Piedras y arena es lo que predominaba en el lugar. De pronto, don Manuel sacó su cuaderno y examinando el terreno empieza a escribir.

Si nadie sabía lo que don Manuel hacía, mucho menos nadie sabía lo que escribía. Solamente con admirable calma escribía y caminaba. Entonces, al pasar las horas, nuevamente la furia entra en el niño obligándolo a hacer un épico berrinche.

Don Manuel se le acerca y trata de calmar la feroz pataleta con una pequeña brocha, de esas que sirven para pintar casas. ¡Ayúdame a desvestir al morro!, le dijo. El niño toma la brocha y se queda parado como tratando de descifrar lo que su padre le dijo.

Don Manuel se sienta en la tierra y comienza a escarbar con paciencia. El niño seguía parado como preguntándose qué hace su padre. Miraba la brocha y miraba a don Manuel, así se la pasó por varios minutos. En ese momento, su padre se le acerca y le dice al oído: Estoy buscando el tesoro del pirata. Al niño parece brillarle los ojos y olvidando la furia, se sumerge en el terreno. Nadie se los dijo, pero parecían dos topos haciendo madrigueras.

Escarbaron durante horas, mientras que algunos curiosos que subían los miraban como descifrando sus quehaceres. ¡Papá, seremos ricos!, decía el pequeño, quien buscaba en cada lugar que le señalaba su padre. De pronto, don Manuel encuentra lo que buscaba y llamando a su hijo, grita: ¡Encontré el tesoro!

El niño brinca de alegría, pues pensó en su imaginación que le compraría una nave espacial. Y acudiendo a su llamado, llega donde su padre y miró lo que había encontrado. ¿Dónde está el tesoro?, preguntó el niño. ¡Lo tengo en mi mano!, dijo don Manuel. Es un casquillo de bala que fue utilizada en la defensa del morro, allá por 1881. El niño queda paralizado como cuando miraba la brocha, no podía creer que habían escarbado tanto tiempo para esto.

El pequeño miraba a los curiosos que se encontraban ahí y viendo sus caras que contenían la misma decepción que él, la furia hace nuevamente presencia. Don Manuel, quien celebraba como un niño su hallazgo, no se percató que a su hijo le ganaba el enojo.

El pequeño tira su brocha y al verse timado comienza a llorar. Don Manuel al notar el llanto de su hijo le pregunta: ¿Por qué lloras? Yo quería encontrar un tesoro, le respondió. ¡Pues lo hemos encontrado!, le dice don Manuel.

¡Con este casquillo de bala salvamos la honra de nuestro país!, jóvenes, ancianos y hasta niños defendieron una causa a la que consideraron justa. Y aquí en este morro se peleó hasta el último soldado, le contó don Manuel y poniendo el casquillo entre las pequeñas manos de su hijo y dándole un tierno beso en la frente concluye: ¡Jamás lo olvides!

Casquillos de bala Peabody Martini encontrados en
el Morro Solar, parte de la colección del INEHPA 
Desde ese caluroso domingo en adelante, don Manuel seguía subiendo al morro, pero esta vez su hijo era quien pedía acompañarlo. Al llegar a la cima, don Manuel le asignaba a su hijo una tarea o misión como él gustaba decir. El pequeñín que cada domingo iba creciendo, aceptaba con gusto y aunque nunca encontraba nada, estaba feliz de desvestir como decía su padre al Morro Solar.

Un domingo en la mañana y mientras don Manuel tomaba apuntes, su hijo hace un gran descubrimiento. Otro casquillo de bala de fusil es encontrado y aunque el niño no descubrió el tesoro de algún pirata, para él era un hallazgo increíble. Don Manuel lo había logrado, había inculcado la pasión de la historia en su hijo y estaba convencido de que el morro estaba a salvo en tanto su hijo, así como las generaciones venideras subieran a contemplar este grandioso campo santo.

¡Has encontrado el tesoro del Perú!, le dijo don Manuel, mientras se mandaba unos pasitos de baile por la alegría. Dime, ¿qué harás con ese casquillo de bala?, preguntó. El niño no sabía qué responder, únicamente miraba el tan valioso objeto que había encontrado.

Don Manuel, quien había pasado casi toda su vida entre arenales y piedras estudiando pacientemente cada rincón de lugares ocultos, se acerca a su hijo y le aconseja: Si te llevas el casquillo a casa que sea para estudiarlo, si sólo lo quieres para presumir, mejor déjalo donde estaba para que otra persona lo encuentre y le dé el valor que se merece. 

Nunca supe si el niño dejó o se llevó el casquillo de bala, lo que sí les puedo contar es que ese niño quien ahora es todo hombre y padre, lleva religiosamente los domingos a su pequeño hijo y les puedo asegurar que en tanto los padres lleven a sus hijos al Morro Solar, los muchos soldados peruanos que murieron en ese lugar estarán agradecidos, porque ese histórico cerro chorrillano guarda más que arena y piedras.


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico


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