jueves, 3 de marzo de 2016

El obsequio de una querida rabona

"A mi recordado esposo", era la dedicatoria que llevaba como símbolo de amor y lealtad, pues para Antonia, el significado de fidelidad es un juramento eterno que se guarda incluso después de la muerte.

No sabía a ciencia cierta qué papel ella había desempeñado en la defensa de la patria, pero sí sabía la dedicación y cariño que le tenía a su esposo. Estuve atento a todo lo que se decía de ella y aunque estaba oculto en un cajón, podía notar que no solamente era una abnegada esposa, sino una madre ejemplar.

Casi nunca intercambié palabras con Antonia, lo único que me dijo antes de colocarme en un cofrecito fue: "Serás el regalo perfecto". Jamás supe a quién me entregaría, de no ser por la dedicatoria que imprimió en mi metal dorado, tal vez nunca lo hubiera sabido.

Me encontraba en su alcoba y aunque no podía ver nada por permanecer en un cofre, por lo menos podía escuchar lo que en la habitación Antonia murmuraba: "Relájese mi taita que la guerra terminó, no reniegue".

Y es que su esposo, a quien aún yo no tenía el placer de conocer, se enojaba siempre cuando recordaba el poco aprecio que se le tenía a la comunidad indígena y resaltaba siempre sus aportes a la defensa del Perú: ¡Sin ellos la patria no hubiese resistido tanto tiempo, les debemos todo!, no dejaba de repetir.

Cálmese mi taita que le tengo un regalo, le dijo Antonia y abriendo el cajón donde me encontraba, le enseña el cofre en el que yacía. ¡Ábrelo!, que ahí verás algo que te será útil, le comentó.

Recuerdo haber estado nervioso, por lo que escuchaba de Antonia, su esposo era un veterano de muchas batallas y que si no fuese por él, la campaña de la Breña hubiese tomado un rumbo diferente. De pronto, una voz que se encontraba en lo más oscuro del cofre me dijo: Tendrás el honor de servirle al 'Brujo de los Andes'. ¿Brujo?, qué calificativo tan particular, pensé.

Al abrir el cofre pude sentir las manos tibias de Antonia, manos firmes y fuertes pero suaves y cálidas a la vez. En su mirada, se reflejaba tranquilad, esa calma que todo hombre busca en una mujer. Su rostro afirmaba el paso del tiempo, sin embargo, no aseguraba su vejez. A través de sus delicadas manos pude sentir ese espíritu indomable propio de una mujer peruana.

Me contaron que Antonia fue una guerrera de mil batallas, era una rabona de temer, pues combatía al invasor con el orgullo, algo que jamás nadie se lo podrá arrancar.

Monedero que Antonia Moreno le obsequió a  Andrés Avelino Cáceres
después de la guerra
Antonia sabía que la guerra era contra la 'Estrella Solitaria', pero también tenía otras batallas por librar. La angustia, la pena, la desazón y la incertidumbre, fueron sus principales enemigos. Pues un esposo tenía y debía velar por su bienestar. El 'Brujo de los Andes' era su temor, pese a tener un temple de acero, Antonia se quebraba cuando no recibía noticias de su esposo. Ella moría a cada instante ante una posible emboscada que los invasores le pudieran tender. También sabía que ningún brujo podía hacer una hechicería si no llevaba bien limpio el uniforme.

Ningún detalle era pasado por alto, era la mujer más fuerte y más dulce que tuve el placer de conocer. Fui el objeto más importante, aunque sea por ese momento. 

Risas y un buen ambiente percibía, tal vez la melancolía o la pena podían llegar en algún momento a esta casa, pero eran pasajeras, la tristeza no era bienvenida en hogar de héroes. No sé si era un buen obsequio para el 'Brujo de los Andes' pero estaba seguro que de algo podía servirle.

Antonia me sostiene ocultando cada parte de mí entre sus manos. En ese momento, el 'Brujo' extiende sus brazos y antes de recibirme la abraza fuertemente: ¡Qué hubiera sido de mi vida sin ti!, le dijo mientras le acariciaba el rostro. El héroe de la Breña me toma entre sus manos y ve la dedicatoria escrita. De pronto Antonia saca un pañuelo y le seca las lágrimas a su esposo, la emoción por el presente se apoderó él. Pues un brujo no se quiebra ante la adversidad pero sí ante el amor de su mujer.

Al anochecer, Antonia y su esposo se despiden con un beso y duermen tomados de la mano. Eran horas de la madrugada, cuando el Brujo se levanta de la cama, enciende una vela y se dirige a su escritorio. Un papel y un lápiz lo esperaban y sentándose en su silla favorita se pone a escribir, despacito y muy sigiloso para que Antonia no lo notara.

Al terminar, el brujo depositó el papel en mí y la guardó dentro. Yo era un monedero común, diseñado para guardar hasta cualquier cosa que podía ser útil, pero jamás pensé que guardaría un papel. ¿Qué habrá escrito?, no dejaba de preguntarme toda la noche.

A la mañana siguiente, Antonia y el 'Brujo de los Andes' tenían una ceremonia en donde la gala y el estilo eran infaltables en estas reuniones. Mientras su esposo trataba de acomodarse el uniforme, Antonia se peinaba cantando y al notar que el brujo no podía colocarse el saco, ella rápidamente deja sus quehaceres para ayudarlo. ¡Ha vivido grandes victorias mi taita y ahora no le gana ni a un saco! , le dijo, mientras ambos reían.

Al acomodarse el sable, el brujo le pide a Antonia que no se olvide de mí y que fuera a parar a su bolsillo. Ella, al tomarme entre sus manos dejó caer el papel que guardaba dentro de mí: Doña Antonia Moreno, sin usted mi guerra hubiera sido otra, antes que el enemigo que vino del sur, la tristeza e indiferencia me habrían vencido. Es la enemiga perfecta de fantasmas en mi cabeza y la compañera idónea para ser feliz, pues en tiempos de guerra, me mostraste lo maravilloso de la vida y que la palabra amor cabe y cabrá siempre incluso en tiempos difíciles. Tu esposo quien te venera con santidad, Andrés.

Antonia nunca pidió ser reconocida, se conformó siempre en ser la acompañante de un soldado peruano, pues una rabona era y para ella no cabían los halagos. Ella era una mujer peruana que supo cumplir lo que el amor y el deber le habían encomendado. Dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, Antonia era peruana y como mujer peruana nunca estuvo atrás, sino al lado de Andrés.  

La historia no será esquiva con ella y cada vez que se le extrañe se le recordará con bravura, amor y coraje, pues si hay algo que diferencie a una mujer de un hombre, es la fortaleza de su alma y la suavidad de su corazón.

Pasaron muchos años y aunque Antonia, ni Andrés, ni mucho menos la nota que escribió, están, pese a todo, yo aún sigo aquí y puedo asegurar que así como sus hazañas nunca pasarán al olvido, su juramento de amor también será inmortal.

Y que el tiempo, el cual es eterno para mí, me enseñarán si tuve razón en decir que el honor se salvó también por la fortaleza y temple de una gran mujer...


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

    

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