martes, 5 de abril de 2016

Una guerra a la vuelta de la esquina

Todo parecía presagiar que sería una mañana como todas, en donde la cuculí hace de las suyas con su canto madrugador y melodioso. Y es que la Lima de 1879 era así, tranquila por las mañanas y alegres por las tardes. Sus ingeniosos comerciantes no tardan en instalar sus negocios, la criollada que caracterizaba al capitalino, era propia de diversos vendedores que no escatimaban esfuerzos para atraer a su clientela.

Era 5 de abril y el canto de las aves es interrumpido por las campanas de la Catedral, su intenso repique alertó a propios y extraños. El sonido de las carretas surcando las calles se hacía constante y los pregoneros anunciaban un suceso inesperado.

Los vecinos salían de sus casas, algunos alertados por tanto bullicio lo hacían hasta en paños menores, nadie sabía lo que acontecía exactamente. Recuerdo que me asomé por el balcón de mi habitación para saber a ciencia cierta qué es lo que pasaba. 

¡La guerra está aquí! ¡La 'Estrella Solitaria' nos la ha declarado! ¡Es oficial, el Perú se va a la guerra! Fueron una de las tantas frases que los pregoneros anunciaban y lo hacían prácticamente a cada casa, tocando de puerta en puerta.

Mucha gente compraba los periódicos y se llenaba de entusiasmo, mientras el día se hacía cada vez más claro, ya toda Lima está en la Plaza Mayor, celebrando y comentando el inminente suceso.

¡Viva el Perú!, gritaban todos, mientras algunos sacaban diversas banderas o símbolos patrios para incentivar aún más el fervor de la gente. No podía evitarlo, el sentimiento y amor por esta tierra me ganan y desde el balcón comienzo a lanzar vivas de victoria e improperios contra el enemigo.

Bajé de inmediato en busca de mi bandera y salir a la calle a proclamar mi amor por el Perú. Sin embargo, estando cerca a la puerta mi padre impide que me marche: ¡Deja esa bandera! ¡Te quedas en casa!, me dijo enfadado.

¡Papá, estamos en guerra!, es hora de demostrar de qué estamos hechos. Escarmentaremos al mal hermano que nos arrastró a esto. ¡Guerra pidieron, guerra tendrán!, le expliqué. Lamentablemente mi padre era de pocas palabras y con un fulminante ¡no!, me obligó a tan sólo seguir mirando por el balcón. 

Mientras observaba la algarabía de la gente, pensaba en la reacción de mi padre, siendo un valiente soldado que participó en el Combate 2 de Mayo de 1866, pensé que él sería el primero en salir, sin embargo optó por callar y permanecer prudente sentado en su sillón.

Es curioso, 'La Estrella Solitaria' era uno de nuestros principales aliados en la lucha por la libertad frente al poderosa escuadra española y ahora nos ha declarado la guerra.

El nuevo impuesto boliviano a las empresas de nuestro próximo enemigo, fue un hecho que terminó colmando su paciencia y no tardó en amenazar la paz. Sabía que el Perú había firmado un tratado con el país altiplánico, que consta en mutua defensa viéndose obligado a intervenir.

Los motivos ya no importaban, estábamos en una situación cuya solución era vencer. Dentro de poco habrán anuncios donde se llame a la creación de reservas, debía participar a como diera lugar, apenas tenía dieciséis años y debía consultarlo con mi padre. 

Esperé el momento de la cena, para darle la noticia que participaría en la reserva a penas se dé el llamado oficial. Mi padre se veía incómodo, incluso algo temeroso. ¿Por qué?, él era un soldado con experiencia, un 'viejo zorro'. Estaba seguro que se presentaría al llamado de la patria pese a ser un militar retirado.

Su plato de comida estaba intacto, no había tocado ni la cuchara si quiera, mientras yo iba por la repetición. La tranquilidad de la cena cesa y por gracioso que parezca la guerra estalla en mi casa…

¡Me alistaré en la reserva!, di la noticia a mi familia. Mi madre deja de comer, mis hermanos menores se contagian de mi entusiasmo y quieren participar y mi padre… Mi padre golpeó fuertemente la meza, derramando la chicha que mi mamá nos había preparado.

¡Nadie en esta casa hablará de la guerra, ni mucho menos se alistará en el ejército! No pude evitar mi frustración y me levanté rápidamente de mi silla y le dije: ¡Defenderé al Perú quieras o no!

Hace algunos meses mi padre estuvo en el país de la ‘Estrella Solitaria’ y cuando regresó no fue el mismo de siempre. Estuvo callado y cada vez cuando le preguntábamos por su viaje y de las cosas que vio, él siempre optaba por callar y salir de la casa. ¿Por qué? Era la pregunta que siempre me hacía.

La noche del 5 de abril fue la más incierta de todas, pese al fervor que sentía no dejaba de pensar también en la posible derrota. ¿Y si no todo sale como lo esperamos?, cavilaba en silencio. No lo quería reconocer pero la duda se apoderó de mí.

No podía dormir, así que decidí bajar al jardín para tomar aire, fue en ese momento cuando descubrí a mi padre sentado en su sillón favorito, fumando una vieja pipa que le había obsequiado mi abuelo.

Era ahora o nunca, tenía que saber qué es lo que aflige su corazón, ¿será el miedo? Siendo un soldado respetado y querido en todas partes, aclamado como el más patriota entre los patriotas, ahora prefiere el silencio e indiferencia.

¡Estamos en guerra!, le grité. Y es que ya no aguantaba más, su silencio, desidia y pasividad terminaron por colmar mi paciencia. ¡Si no limpias tu espada y te niegas a ponerla nuevamente al servicio del Perú, pensaré que eres un cobarde!, continué reprochándole. Creo que fue mala idea, pues mi padre se levanta haciéndome notar sus casi dos metros de estatura y levanta su brazo.

Pensé que me golpearía así que opte por cubrirme el rostro, pues con esa tremenda mano, una bofetada en la mejilla me podría costar cinco meses de rehabilitación en un hospital. De pronto, mi padre me señala un rincón del jardín y me dice: ¿Quieres ir la guerra? Ahí tienes mi espada.

¿Estás listo para matar? Asegúrate que sea por la razón justa y no por intereses propios. ¿Quieres servir al Perú? Vive entonces y no intentes morir tan sólo para alabar tu nombre. ¿Quieres la crueldad de la guerra? Pues ya la tienes.

Tomé la espada y blandiéndola por todo lo alto le pregunté sobre la ‘Estrella Solitaria’, tú estuviste en ese país, ¿podremos ganar? Mi padre no me respondió, tan sólo se marchó a un pasillo oscuro que daba a la sala de mi casa y mientras desaparecía me dijo: No estamos preparados.

De pronto, mis hermanos quienes habían escuchado la conversación que tuve con mi padre, bajaron para darme fuerzas, pues a pesar de que oyeron las advertencias de papá, no dudaron en querer buscar un lugar donde pudieran prestar sus servicios.

En ese momento mi padre sale de la penumbra pero no lo hace solo, una hermosa bandera que había flameado en el Combate 2 de Mayo lo acompaña e izándola en un palo de mi jardín nos dijo a todos: Si vamos a servir y morir por la patria entonces hagámoslo juntos.

¿Qué lo hizo cambiar de opinión? Tal vez mi insistencia o fervor lo hicieron recapacitar, no lo sé. A medida que la guerra avanzaba me di cuenta que mi padre tenía razón, no estábamos preparados, pero estoy seguro que a muchos de nosotros no le importaba, pues no había excusa que valga si el Perú llamaba. 

¿Qué pasó luego con mi padre? Murió con Bolognesi en Arica y mis hermanos cayeron en Miraflores, mientras que yo quedé solo con mi madre llorando siempre bajo esa bandera gloriosa del combate del 2 de mayo.


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

Bibliografía: "Historia de la República del Perú" (1822-1933), Jorge Basadre (Colección bibliográfica del INEHPA)



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