sábado, 8 de octubre de 2016

Huáscar, un monitor hecho para Elías Aguirre

Hoy no hubo arengas ni grito de victoria. El enemigo se acerca y la muerte navega hacia nosotros en forma de buques blindados. Nuestro comandante Grau ni siquiera nos dijo sus enérgicas palabras: ¡Valientes del Huáscar…! Tan solo atinó a mirarnos desde la proa del monitor, como contemplando por última vez a quienes estuvieron a bordo de lo que para muchos fue una muralla móvil. Un apretón de manos con Diego Ferré sella el final de la cordialidad. Había que ser fuertes frente a la muerte y Grau lo sabía.

Yo era joven y recuerdo que a pocos días del 8 de octubre recién me crecía barba, una barba tan poco pronunciada que motivó las bromas de Enrique Palacios y Pedro Gárezon, quienes eran oficiales de extensa trayectoria pese a no pasar los treinta años. Hasta el propio Grau sonreía al oír sus bromas y como dándome consuelo me decía: ¡Ya crecerá más, no se preocupe grumete!

El Huáscar era más que un buque, era patria tripulada por una familia. Sin embargo, sus correrías hoy tendrían fin. ¡A tu puesto grumete!, me dijo Elías Aguirre, segundo comandante del Huáscar, y guiñándome el ojo me dio fuerza para luchar. Camino a mi puesto diviso algunos marineros observar perplejos como nuestro buque de apoyo, la Unión, se retira velozmente. ¡Allá van los que viven, aquí se quedan los que mueren!, oigo gritar a un grumete entre lágrimas y desesperación. Grau había dado la orden de su escape, ¡el Huáscar aquí se queda a combatir!

Nuestra bandera se iza en lo más alto del mástil, hoy 8 de octubre esa bandera estaba más roja y blanca que de costumbre. Su escudo como obligándonos a no rendirse, se pavoneaba con el viento. El Huáscar había lanzado ya su primer disparo, era cuestión de esperar la respuesta del “Cochrane”, un buque chileno preparado para hacernos frente.

Una fuerte explosión en la torre de mando desata el pánico, no sabía dónde correr o esconderme, no había un rinconcito seguro, el Huáscar estaba rodeado y a penas el combate había empezado. Grau muere en esa explosión, y ya no había nada que hacer, podía ver cómo los oficiales corrían por todo el buque, algunos se resbalaban con la sangre que comenzaba a bañar la cubierta. Suelto las municiones que tenía en las manos, el miedo me paralizó.

Sin Grau, el Huáscar no podrá pelear más, pensé… ¡Valientes del Huáscar, un combate no asusta, si es por causa justa! ¡No se rindan, carajo! ¡El Perú los ama!, se escucha entre balas impactando en el monitor. ¿Será nuestro almirante Grau? ¡Está vivo!, grité a mis compañeros, ¡Grau está vivo! Me llevo las manos a la cara para quitarme el sudor y el humo negro que enceguecía mi vista. Elías Aguirre, segundo comandante en quien cayó la sucesión del mando, había sido el de las fuertes arengas. No era Grau, era Aguirre.

Este experimentado comandante quien había participado en el combate naval de Abtao contra la flota española en 1866, era el más indicado para levantar al Huáscar que estaba golpeado más no vencido. Pero ¿quién es este señor que no le tembló la mano para tomar el control y continuar en la lucha? 

Aguirre había nacido en Chiclayo y fue subdirector de la Escuela Naval. Cuando se desató la guerra no dudó en reincorporarse voluntariamente a la marina en donde se embarcó en la corbeta Unión. Este marino era tan hábil que Grau no dudó en pedirlo para que fuese su segundo comandante. Grau no se equivocó, había elegido bien, en caso él muera sabía que el Huáscar seguiría en la lucha porque tiene a Aguirre, y así fue.

El cerco apretaba y estábamos siendo asediados por el enemigo que no dejaba si quiera darnos un respiro. El Blanco Encalada se acerca más de lo necesario, ¡era momento de actuar! Pese a la intensa humareda y gran daño que había recibido, el Huáscar tenía más por ofrecer.
Tarjeta de visita, Elías Aguirre.
Parte de la colección INEHPA

Aguirre sabía que el viejo monitor era más que cañones y fusiles haciendo fuego, así que decidió utilizar un arma letal que los chilenos conocen muy bien: el espolón. Esa especie de lanza que el monitor tenía en la proa y que había sido el causante que en Iquique la Esmeralda toque el fondo del Pacífico.

La decisión estaba tomada, el Huáscar pone al máximo sus máquinas y tambaleante embestiría al Blanco Encalada. Escuchar como rompían las olas en el casco del monitor haciéndolo moverse fuertemente de un lado a otro era aterrador. La fuerza del mar hacía caer de la cubierta a los muertos que se hundían lentamente.  Yo me aferré a lo que pude, el impacto sería inminente.

Estábamos tan cerca que se podía ver al enemigo moviéndose de un lado a otro, disparando sin cesar para no impactar contra ellos. Lamentablemente y en plena maniobra de embestida, Elías Aguirre fue alcanzado por una granada, la cual acabó con su vida. Había nacido un 10 de octubre de 1843 y a pocos días de su cumpleaños, nuestro segundo comandante deja el Huáscar para siempre.

El monitor era una coladera, muchos oficiales murieron, de los cuales ni siquiera se les podía reconocer, cuerpos destrozados y mezclados entre ellos dejaban una escena imborrable. Aun así, este obstinado monitor tenía combate por ofrecer, uno a uno los oficiales fueron sucediendo, todos hicieron que el Huáscar a pesar de estar destrozado siguiera en la lucha, hasta que ya no pudo más.

Fui testigo que si no fuese porque el Huáscar no podía más, estos hombres sangrantes, y en muchos casos mutilados continuaban en la lucha. Pero así como ellos, este fue el único monitor en el mundo que era de carne y hueso.

El Huáscar no era solo de Grau, era de Elías Aguirre fue él quien tomó la decisión de continuar, si se hubiese rendido, los oficiales que le sucedieron nunca habrían entrado en acción. Fue Aguirre quien dio el ejemplo y obligó moralmente a los nuestros pronunciando unas palabras que pensé que solamente Grau podía decirlas: ¡Valientes del Huáscar…!


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico.

Bibliografía: "Héroes y marinos notables, apuntes biográficos", Museo Naval del Perú. Colección bibliográfica del INEHPA.


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