lunes, 31 de octubre de 2016

Curayacu, una playa que esconde una caja maldita


Su alma estaba llena de rabia y su corazón bombeaba rencor hacia las personas, para él la compasión era solo para los ilusos y confiados, su mirada estremecía hasta los más duros del regimiento. No era un soldado chileno, era un inglés demente que muchos oficiales no querían siquiera cerca, lo aborrecían y no sabían cómo explicarlo.


Nadie supo cómo llegó al batallón, algunos cuentan que lo engañaron, haciéndole creer que en el Perú iba a encontrar fortuna, otros dicen que era un asesino en Santiago y que lo sacaron de la cárcel para traerlo aquí y deshacerse de él. Nadie quería si quiera verlo, muchos dicen que el inglés estaba maldito y que ni siquiera la muerte quería llevárselo.


Nuestra misión era llegar a Lima y hacer que la capital se arrodille a nuestros pies, de lograrlo, ganaríamos la guerra. ¿Recibiremos hostilidad? Seguro que sí, la idea de morir sin pisar Lima es latente. Las noches en altamar son melancólicas, la nostalgia de dejar a nuestras familias es constante, me tomo un tiempo para pensar si regresaré con vida o me matarán lejos de mi tierra.


Nos transportaban junto con mulas y caballos pero la convivencia con estos animales era mejor que tener alguna conversación necesaria con ese europeo. Sus quejidos y sollozos en las noches fueron creando pequeños mitos sobre su relación con Satanás o Belcebú. Algunos de mis compañeros se atreven a decir que sus quejidos no son más que palabras en un idioma que nadie entiende.


Su poco fluido español hace aún más tétricas sus amenazas. Nadie compartía alguna habitación con él, ni hombre ni bestia, todos sabían que el demonio gustaba caminar a su lado. ¡Muerte a los peruanos!, el inglés maldecía. ¡Pronto esos malditos derramarán lágrimas de sangre!, no dejaba de advertir. Y de una lúgubre sonrisa pasaba a un silencio sepulcral. Así eran las noches de los que podíamos escuchar sus lamentos y advertencias.


A la mañana siguiente, el ‘Charqui’ tuvo curiosidad por saber qué hacía el inglés en las noches, estaba exiliado en lo más profundo del buque, ningún hombre se atrevía a escudriñar sus dominios, nadie sabía lo que hacía ni lo que escondía. Creíamos que era un mercenario que había participado en las campañas del sur, dicen que había cobrado muchas vidas. La guerra era su parque del infierno.


Nos mantuvimos a la espera, de pronto una densa niebla recorre el buque, un intenso frío se apodera de nosotros, nos abrigamos con todas las mantas que teníamos a nuestro alcance y nos quedamos dormidos.
Caja para transportar fusiles. (Parte de la colección del INEHPA)


A la mañana siguiente despertamos con la idea de que nuestro compañero había regresado, desafortunadamente no lo encontramos en ninguna de las habitaciones del transporte. A la hora del rancho todos nos preguntábamos qué pasó con nuestro amigo, ‘el Charqui’. Nadie lo había visto, esperamos  que el inglés saliera de su aberrante morada para irlo a buscar. Al llegar a la guarida del europeo, percibimos un intenso olor a carne seca, terrible fue nuestra sorpresa, cuando descubrimos que el olor emanaba de un pequeño costal gris, al acercarnos no pude evitar la curiosidad y abrí la bolsa, el fétido olor invadió el ambiente, restos de orejas humanas habían en su interior. Mis compañeros invadidos por el terror huyen despavoridos, dejándome solo en ese oscuro lugar. Con un poco de serenidad pude deducir que eran orejas izquierdas y que una de ellas tenía un arete. El pánico me invade cuando comienzo a sentir pasos, eran botas pesadas que hacían crujir la madera anunciando el regreso del inglés. No podía escapar sin toparme con él, debía esconderme. La oscuridad y un viejo baúl me ayudaron a ocultarme, el demonio había hecho su ingreso colocando una oreja más en la bolsa, ¿será la de ‘el Charqui’?


El salitre que conservaba los restos humanos en la bolsa estaba esparcido en el suelo, el inglés no tardó en darse cuenta que alguien había estado husmeando, en ese momento, saca un afilado corvo entre su ropa y empieza a buscar, su respiración se hacía más intensa y agitada. Sabía que en cualquier momento me encontraría, el inglés obnubilado por el odio vocifera y maldice: ¡Te encontraré!, decía entre dientes… ¡Ya te encontraré!


El inglés escucha un susurro, me tapo la boca para no delatar mi escondite. Busca rápidamente entre algunos viejos barriles  y encuentra a un joven pálido de miedo. Era ‘el Charqui’ que se había escondido, aterrado, había pasado todo una noche con este ser demoniaco.


¡Ya te encontré!, le dijo, y antes de que ‘el Charqui’ emitiera grito alguno el inglés le corta el cuello, desangrándose en el acto. No podía creer lo que había visto, no solo ultimó a un amigo sino a un soldado que era parte de nuestro ejército. Comprendí que este ser malévolo no solo vino a asesinar peruanos sino a masacrar a cualquiera que interfiera en sus planes.


Pude escapar, no sin antes presenciar como el inglés le cortaba la oreja izquierda a un ya inerte ‘Charqui’, para colocarla en la bolsa gris. Mientras corría recibo una atroz advertencia... ¡Ya te encontraré!


No tuve el valor de denunciar semejante atrocidad, nadie de los que estuvo en ese diabólico lugar dio parte a oficiales,  siquiera se comentó el hecho entre nosotros. Todos callamos, nadie dijo nada. El miedo nos iba consumiendo, no sabíamos cuándo o quién iba ser la próxima víctima de este sanguinario inglés.


Llegamos el 22 de diciembre de 1880 a una ensenada llamada Curayacu, las puertas de Lima están abiertas y ningún peruano salió para hacernos frente. Mis compañeros y yo estábamos deseosos de pisar tierra, queríamos confundirnos entre los diversos batallones que llegaban a la playa y escapar del demonio. Uno de los oficiales ordena al inglés para que desembarque una enorme caja llena de armamento, la caja era muy pesada, sin embargo nadie se prestó a ayudarlo. 


El oficial advirtió pasarlo por las armas si no cumplía las órdenes que se le encomendó, el inglés ríe y lo mira desafiante, como diciéndole que no teme a la muerte.  De pronto, mientras maldecía a peruanos y chilenos un transporte calcula mal su posición frente a la nuestra y choca con nuestro buque, empujando al inglés que cae bruscamente al agua, la caja que se ladeaba sin control alguno  cae también, pero lo hace sobre la cabeza del inglés destrozándole el cráneo brutalmente. La muerte es instantánea, el agua se iba tiñendo de color rojo mientras que la masa encefálica flota por unos instantes para luego hundirse en el mar. Al retirar el cuerpo del agua notamos que tenía diversas cicatrices, heridas que emanaban pestilencia y sangre coagulada propia de cadáveres pudriéndose.


Ningún oficial al mando tenía intenciones de regresar su cuerpo a Chile, así que se decidió sepultarlo en la misma caja que acabó con su vida. Se retiró el armamento y se tuvo que romper parte de la madera para que le entrasen las piernas. Se registraron sus pertenencias y se le enterró en esa caja con todo lo que tenía, incluyendo su terrible corvo y la bolsa con orejas humanas. Se encontró el cuerpo desollado de mi amigo ‘el Charqui’, quien recibió los honores para ser enterrado en la misma playa en la que desembarcamos. 

Mientras que el inglés iba recibiendo tan solo arena que cubría su cuerpo, nadie pudo cerrar sus ojos y se decidió enterrarlo así con la mirada fija en sus sepultureros quien uno de ellos era yo.


Al salir de esa playa llamada Curayacu, dos cruces nos despiden señalando el lugar donde fueron enterrados uno al lado del otro, víctima y verdugo permanecieron en ese lugar. Al término de la campaña a Lima y con una victoria para nosotros, decido regresar a la ensenada y veo una sola cruz que señalaba el nombre de Rodrigo Mendoza, ‘el Charqui’, mientras que una caja vacía sobresale de la arena, los fluidos de un cadáver aún se divisaban en la caja, el cuerpo del inglés no estaba, la muerte al parecer no quería llevárselo, solo el infierno podía acogerlo, lo que nadie sabía era que el infierno estaba en esta guerra que apenas estaba empezando…. 


Colaboración: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico

  
Preguntas para el sorteo del mes naval:

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¿Cómo se apodaba el amigo del protagonista que fue asesinado?

¿En qué fecha desembarca el ejército chileno a Curayacu?



6 comentarios:

  1. - Charqui es el seudónimo
    - 22 diciembre de 1880 el desembarco

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    1. Crónicas: El otro lado de la espada10 de noviembre de 2016, 5:59

      Buenos días, por favor tu respuesta publícala en nuestra pagina de Facebook, Crónicas: El otro lado de la espada en el posteo de este relato, con la finalidad de adjuntar tu nombre y puedas participar en el sorteo donde publicaremos al ganador. Muchas Gracias

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  2. Se apodaba "el Charqui".
    El desmbarco en Curayacu fué el 22 de diciembre de 1880.

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    1. Crónicas: El otro lado de la espada10 de noviembre de 2016, 6:00

      Buenos días, por favor tu respuesta publícala en nuestra pagina de Facebook, Crónicas: El otro lado de la espada en el posteo de este relato, con la finalidad de adjuntar tu nombre y puedas participar en el sorteo donde publicaremos al ganador. Muchas Gracias

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  3. El amigo del protagonista tenia el apodo de "el Charqui"

    La fecha del desembarco del ejercito chileno en Curayacu es el 22 de diciembre de 1880

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    1. Crónicas: El otro lado de la espada10 de noviembre de 2016, 6:01

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