jueves, 14 de enero de 2016

Chorrillos: el distrito que ardió con el fuego de la esperanza

El fuego era tan intenso que el 13 de enero luego de la batalla de San Juan, la noche se había convertido en un espectáculo aterrador. Lenguas incandescentes se divisaban a lo lejos y eran tanto su destello que iluminaba por completo el distrito. Llantos y gritos se confundían en una sola súplica, ¡auxilio!

Los reductos de Miraflores estaban muy lejos y no podían prestarnos ayuda, ¡los odio!, mi familia muere y ellos son testigos privilegiados de saqueos, violaciones e incendios. Era tanta mi desesperación, que mi ira recaía en mis compatriotas, atrincherados en la segunda línea de defensa. Todos corrían de un lado a otro, las mujeres eran repartidas entre los soldados chilenos mientras que ancianos eran pasados por cuchillo.

Los escombros se hacían tan espesos que era imposible pasar sobre ellos, casas hacienda que adornaban el bello balneario eran recuerdos de la clase y linaje limeño. Las paredes iban cayendo una por una y yo seguía sin encontrar a mi esposa e hijos. Los busqué sin cesar, mientras los soldados chilenos reclamaban como suya cualquier cosa que les sea valiosa.

No sabía a quienes preguntar por mi familia, todos mis vecinos corrían o lloraban pero nadie estaba quieto. No podíamos resistir, la única palabra que pude escuchar tan claramente entre tantos lamentos fue ¡misericordia!

Los gritos desgarradores me hacían presagiar lo peor, mi casa estaba destruida, mi familia no estaba. Buscando entre los pedazos de madera y algunos restos de metal pude ver a mi esposa muerta, su vestido estaba roto, como rasgado, su rostro inerte reflejaba pavor, mientras  sus manos sostenían un escapulario.

¡Miserables!, grite en silencio. Sabía muy bien que si me oían podían ensañarse conmigo, jamás había llorado tanto pero tenía que reponerme, mis hijos me necesitaban y tenía que ir por ellos. Únicamente me quedaba orar para que estuvieran ocultos y a salvo. No pude enterrar a mi esposa, tenía que esconderme pues era blanco fácil, mi uniforme de soldado me delataba y tenía que ser precavido. ¡Hasta siempre mi amor!, es lo único que le pude decir y con un beso tuve que marcharme en busca de mis hijos.

No tenía pistola o un fusil, solamente la punta de una bayoneta era mi línea de vida. No podía gritar el nombre de mis hijos por temor a ser escuchado, tenía que pasar entre los restos de Chorrillos y por encima de algunos cadáveres escondiéndome a cada paso que daba.

Chorrillos después del incendio (Archivo Courret)
La noche se iba aclarando, nunca supe cuánto tiempo estuve en la búsqueda de mis pequeños, solamente peinaba la zona por la que intuía podían estar. Era la mañana del 14 de enero de 1881 y aunque era de día aún se podía ver el fuego abrazando a los chorrillanos. ¿Dónde están?, me preguntaba desesperadamente. Era tanta mi angustia que no me había percatado que estaba herido y sangraba profusamente por un costado del abdomen.

No tenía fuerzas y por ratos sentía que la vida me abandonaba, mis lágrimas se habían secado y la resignación de haberlo perdido todo estaba latente. Mi batallón aniquilado, mi casa destruida, mi esposa muerta y mis dos hijos perdidos. Mi incertidumbre era tal que no sabía si culpar a Chile por atacar o al Perú por no defender. Regresé al lado de mi esposa, quien yacía entre los escombros y me tiré al suelo justo al lado de ella, tomé su mano y esperé a que la muerte se apiade de mí y me lleve cuanto antes.

En ese momento sucedió lo impensado, ¡levántate!, me dijeron, ¡tenemos que resistir en Miraflores! Era uno de mis hijos, que portando una hermosa bandera del Perú me arengó hasta ponerme de pie. Mientras lo abrazaba noté que mi otro hijo me esperaba escondido en un rincón.

La vida me había dado una segunda oportunidad, no lo niego, quise huir lejos de Chorrillos, Barranco o Miraflores, pero mi hijo mayor me traía una gran sorpresa, Enrique Bolognesi Medrano lo acompañaba, no dijo ninguna palabra pero su mirada me hizo pensar que la defensa aún no termina y así como él y su padre, mis hijos y yo debemos quemar también el último cartucho…


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