viernes, 15 de enero de 2016

Narciso de La Colina y el adiós al Niño Héroe 

¿Recuerdan al pequeñín de nombre Manuel Bonilla, a quien pillé descansando en el Reducto Nº 2 con su fusil en mano?, pues bien, luego de los caramelos que le invité, partió para su puesto ubicado en el Reducto Nº 3 y ahí se le nombró encargado de repartir las municiones. Ese reducto estaba a cargo de un abogado, el digno señor Narciso de la Colina, admirado y respetado por todos los quien tuvimos el honor de conocerlo. Este notable caballero tenía una fortuna invaluable, pudo sostenerse muy bien por sus propios medios y sacar a su familia de Lima cuando la guerra nos golpeó, sin embargó optó por quedarse, nunca lo vi portando un arma pero estuvo aquí en Miraflores a impedir el avance del ejército invasor. Si tuvo algún error en el pasado su amor y desprendimiento por esta tierra lo ha redimido con creces.

Tanto aprecio tenía por este humilde millonario y por el pequeñín Bonilla, que pedí a mi comandante, el también abogado y oficial a cargo del Reducto Nº 2, Ramón Ribeyro que me transfiera para morir con ellos si es necesario. Con una sonrisa y un fuerte apretón de manos me permitió partir, no sin antes gritarme desde lo lejos: ¡Ni se te ocurra morir, porque nadie te enterrará por feo!

Entre risas me alejé y me puse a disposición de Narciso de la Colina, quien gustoso me dio la bienvenida y me ofreció un lugar su lado, mientras el pequeño Manuelito como le decía cuando lo conocí, me repartía municiones.

Jamás vi tantos civiles de profesiones diferentes juntos: abogados, médicos, artesanos, ingenieros, alumnos y profesores de San Marcos, bomberos, vecinos de Miraflores y hasta carniceros, cada uno con una historia diferente pero con el mismo fervor y entusiasmo. Todos unidos compartiendo un mismo ideal, simplemente maravilloso. Ganemos o perdamos, estoy seguro que si hay una batalla aquí seremos recordados con valor y dignidad.

Narciso de la Colina, jefe del Batallón N. 6
Era 15 de enero de 1881, ¡sí!, mi estimado lector, un día como hoy, cuando la batalla se desata. Tres reductos de los diez que hicimos solamente entran en combate, ya se imaginará el caos y la terrible situación en la que nos encontrábamos. Balas y granadas llovían por todas partes, no había un lugar seguro, únicamente poner pecho a tierra era la única posición en la que se podía estar momentáneamente a salvo y tomar un respiro. Levantar la cabeza era sentencia de muerte, fuego de metralla podía partirte el cráneo sin darte cuenta.

El polvo que se levantaba producto del estallido de las granadas era aterrador, cubría todos los flancos y era imposible apuntar, el enemigo podía estar en todas partes y tenía que disparar a ciegas. Producto de la polvareda algunos de los nuestros se disparaban entre si.

Fue ahí cuando Narciso de la Colina subido a lo más alto de nuestra trinchera para arengar a los nuestros, acto que le costó la vida. Al estar en lo alto era blanco fácil, él lo sabía pero era la única manera de ser visto de pie y presentando batalla. En ese momento mi travieso Manuelito hace lo impensado, corre hacia el cuerpo inerte del comandante y toma su fusil para continuar con la lucha.

Fui tras él para impedir que avance pero no pude, una bala me impacta en la pierna haciéndome perder el equilibrio y otra me atraviesa el abdomen, arrodillado y abatido pude observar como el niño Bonilla cae herido, intentó levantarse y alzando la mano como pidiéndome ayuda es alcanzado por una granada, haciéndolo volar en pedazos.

La onda expansiva fue de tal magnitud que sentí como se me reventaban los tímpanos. La sangre iba bañando mi cuerpo y mientras me recostaba para morir, recordé esa linda plática que tuve con este valiente niño de trece años. Nació en el Callao en 1868 y era estudiante del colegio Guadalupe, recuerdo cuando me contaba que tuvo que insistir para que lo dejaran participar en la defensa de Lima. Me dijo que se contagió de muchos alumnos y profesores que hartos de la guerra decidieron oponérsele y resistir en Miraflores, formando el Ejército de Reserva.

La vida se alejaba de mí pero ya no sentía dolor, mientras cerraba los ojos creí ver al niño héroe esperándome a lo lejos y mostrándome aunque se por un momento un Perú mejor.


Agradecimiento: Museo de sitio Andrés Avelino Cáceres

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