sábado, 2 de enero de 2016

Manuel Bonilla: El niño del reducto tres 
(Segunda parte)

Disfrutamos como nadie los caramelos mientras nos mirábamos sonrientes. Quién lo diría, una conversación con un niño de trece años fue lo mejor que me ha pasado en estos días de suspenso. Jamás había sentido tanto placer intercambiar palabras con un chiquillo. Mientras lo observaba pensaba cómo pudo un muchachito que es casi del mismo tamaño que su fusil haber llegado a ser un defensor de Lima.

Tanta ternura me había inspirado este pequeñín que empecé a llamarlo Manuelito y antes de que pudiera preguntarle cómo hizo para para llegar hasta Miraflores, él saca un cuaderno bien cuidado y tomando un lápiz de su bolsillo comienza a escribir. ¿Qué haces Manuelito?, le pregunté, mientras miraba sus trazos precisos obteniendo una letra maravillosa.

Hago mi tarea señor, me respondió con entusiasmo. Espero poder terminarla y entregarla a tiempo al profesor cuando vuelva al colegio, continuó. ¿Dónde estudias?, pregunta que fue respondida con orgullo: ¡Colegio Guadalupe!

Es tan solamente un niño y me responde como todo un hidalgo, bien educado con palabras perfectamente pronunciadas, los balbuceos propios de un muchachito de su edad quedaron atrás, estoy hablando con todo un hombre. Apenas lo conocía y ya lo quería como si fuese un hijo.

No pude evitar mirar su ropa rasgada y zapatos desgastados, sin embargo su fusil se mantenía pulcro, cuidado con un amor impresionante. Este niño representaba un patriotismo que ni yo tenía, la esperanza de todo un país recae en ese impecable rifle y su pequeño portador. Este pequeñín tal vez no lo sabe pero la sangre de Grau y el viejo Bolognesi corren por sus venas.

Ya era muy tarde y la oscuridad nos abraza, Manuelito coloca con asombrosa destreza la bayoneta en su rifle, se sacude el polvo y guardando su cuaderno en su bolso me dice: Mi coronel Narciso de la Colina me espera en el reducto número tres. Espero él no esté disgustado conmigo por no estar en mi puesto…

El señor Narciso de la Colina debe estar orgulloso, no molesto, interrumpí al niño, te doy mi palabra. ¿Cómo está tan seguro? Me preguntó Manuelito con ternura. Porque eres Manuel Fernando Bonilla, el niño héroe más valiente del Perú, le respondí con una sonrisa. Y estrechándome la mano el pequeñito se retiró marchando.

Nunca pude preguntarle por sus padres pero no creo que eso hubiese sido necesario, estén donde estén se deben sentir orgullosos. Mientras observaba al niño que se perdía en la lejanía, noté en tan solamente un parpadeo un detente con la imagen de Santa Rosa de Lima en el suelo. ¿Se le habrá caído o se le habrá olvidado?, tomando fuertemente la hermosa imagen en mi mano, no pude hacer más que cerrar el puño y creer que la dejó para mí.   
  

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