miércoles, 13 de enero de 2016

El soldado que teme perder la batalla del olvido

¿Dónde estoy?, me dijo un tanto asustado, ¡debo regresar a defender mi posición!, continuó. Tranquilo, estás en el cementerio de Surco, ¿de qué posición me hablas?, le pregunté. Con la mirada perdida y la voz entrecortada se revisaba los bolsillos como tratando de buscar algo. Su uniforme estaba muy maltratado, era blanco pero con el paso inclemente del tiempo estaba desgastado, roto y con una mancha roja a la altura del pecho.

He perdido mi carta, me dijo. ¿Carta?, ¿qué carta?, lo interrogué. Escribí una carta para mi familia antes de la batalla de San Juan pero nunca la pude entregar. Se me encomendó formar parte de la primera línea de defensa y resistir el primer ataque. ¿Cómo llegue aquí a Surco?, me preguntó. En 1998 te encontraron en un arenal cuando se construía el asentamiento humano Rodrigo Franco, se te encontró a pocos centímetros del suelo y se te trajo aquí como reconocimiento a tu valor.

¿Qué te pasó? le pregunté, ¿qué ocurrió aquel 13 de enero de 1881? De pronto el silencio lo invade, su mirada reflejaba un vacío indescriptible y mientras el soldado agachaba la cabeza como lamentándose por lo ocurrido me dijo: ¡fue terrible!

Jamás pensé que la batalla se desenvolvería de esa forma, nuestra línea de defensa era extensa pero carecía de profundidad, la batalla en los arenales fue muy rápida, las metralla llovía, algunos ni siquiera alcanzaron a disparar y fueron abatidos. El sonido de las balas impactando el cuerpo de mis compañeros era estremecedor. El desierto se iba regando de cadáveres y la tierra seca se mojaba rápidamente por la sangre de los nuestros, detalló.

Soldado encontrado en los arenales de Surco
Todo fue tan rápido, nunca supe qué me paso, solamente me dormí para no despertar jamás. Muchos de nosotros caímos en los arenales y tiempo después nunca nadie vino a preguntar por nosotros. ¡Batallones de todos los rincones del Perú llegaron!, exclamó con orgullo. Todos teníamos miedo pero nuestra honra, la de nuestras familias y de nuestra patria estaba en juego, Chile estaba en Lima y no podíamos dejar que avance más, explicó.

Dime, qué pasó con nuestras líneas, ¿resistimos?, dime que lo logramos, dime que Chile no entró a la ciudad por favor, me preguntó. Chile rompió la defensa de San Juan, el Morro Solar fue el único bastión donde opusimos una férrea resistencia. No pudimos resistir más y tuvimos que replegarnos a Miraflores en donde aguardaban los reductos para la segunda defensa, por desgracia también ahí fuimos aniquilados, le comenté.

De pronto el rostro del soldado se perdía, como esperando que le diera la peor noticia, una noticia de la que nunca pudo enterarse. Chile entró a la ciudad de Lima y puso su bandera en Palacio de Gobierno,  sentencié.  Las lágrimas del soldado bañaban su rostro y su llanto desgarrador rompió el silencio del camposanto. Nadie había llorado así por una guerra que pasó hace mucho, en ese momento me di cuenta que aquella trágica conflagración con nuestro país hermano la perdimos dos veces, la primera en el momento que fue declarada en 1879 y la segunda actualmente en el 2016, con la única diferencia que en una fuimos derrotados por Chile y en la otra estamos siendo derrotados por nosotros mismos.   

No sabía cómo mitigar su dolor, únicamente atiné a darle una palmada en el hombro, tratando de darle consuelo. Perdimos la guerra, perdimos territorios y perdimos identidad. Tal vez la guerra y territorio no se puedan recuperar pero la identidad sí, quiero pensar que simplemente está guardada y en cualquier momento saldrá cuando algún peruano decida buscarla de verdad.

Miré fijamente al defensor y apretando el puño de orgullo, concluí que perdimos todo menos valor, muchos huyeron pero los que se quedaron lo hicieron también pensando en el peruano del futuro.  Este valiente protector no tuvo el nombre de Grau, Cáceres o Bolognesi pero tuvo tanto valor como todos ellos.

Soldado, la guerra terminó, Perú y Chile siguen siendo los mismos hermanos que pelearon lado a lado por su libertad, alista tu uniforme porque tienes otra batalla que librar y es al olvido a quien tendrás que vencer, este enemigo no asesina con fusiles ni carga a la bayoneta, ultima con indiferencia que es la peor enfermedad del ser humano. ¡Levántate soldado!, te permito llorar tan sólo un momento por los tuyos, pero date prisa, hoy es 13 de enero y la batalla de San Juan te espera, la primera línea de defensa se quiebra una vez más y la patria te necesita. No te preocupes que yo te esperaré para la segunda parte de esta historia, en la que estoy seguro tendrás mucho más que contar…


Agradecimiento: Cementerio de Santiago de Surco, Casa de la Cultura


                                                                                                                                                              

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