miércoles, 13 de enero de 2016

Un holocausto llamado San Juan

Fueron las horas más nefastas que vi en lo que va de la guerra, la desorganización, improvisación y falta de estrategia militar fueron las causas fundamentales de tremenda tragedia. Ver  la desazón e impotencia del coronel Andrés Avelino Cáceres al saber que el presidente Nicolás de Piérola hizo caso omiso a sus advertencias de que el ejército chileno vendría por el sur, me pareció desconcertante.

Tenía muchos deseos de defender Lima y no dejar que Chile diera un paso más pero no sabía cómo. La desorganización fue de tal magnitud que Luego de que Piérola mandará a construir reductos en Ancón intuyendo que en ese lugar sería el ataque, colocó una débil línea de defensa en San Juan y Chorrillos.

Ver a diversos batallones de todos los rincones del Perú llegando para defender la capital era sencillamente emotivo, con los pies semideslcazos marchaban por el arenal con cánticos oriundos de sus tierras y una impecable bandera blaquirroja con el nombre de su regimiento. Ser testigo de tanto fervor y entusiasmo me hacían creer que ¡sí! podemos resistir.

Los hijos del Perú están aquí y no escatimarán su valor en representación de la patria y mancharán de ser necesario sus uniformes blancos con algo más que sangre. No habrá suelo por donde pueda pisar cómodo el enemigo, porque estará regado de cuerpos peruanos que ya vencidos les dificultarán el paso.

A cada uno de nuestros soldados les repartieron rifles de distintos modelos, jamás había visto tantas marcas de fusiles juntas: Chassepot, Peabody, Minié y carabinas Remington, todas de diferente calibre. Me pregunto si esta variedad  dificultará el reparto de municiones a la hora de la batalla.

Conformamos una línea extensa de defensa que iba desde los cerros de Pamplona hasta el Morro Solar. Tan solamente un peruano al lado de otro tenía que soportar el peso de lo que iba ser una de las batallas más sangrientas de esta guerra.

Eran ya las tres de la madrugada del 13 de enero de 1881 y el Taita Cáceres ordenó rancho, una hora más tarde mi pregunta a Dios de cuándo se desatará el infierno fue respondida. El comandante de la primera división enemiga a cargo de Patricio Lynch choca con las fuerzas de mi Taita.

No hacía mucho que había empezado la contienda y el clima no era alentador, poco a poco Chile carga con profundidad sobre los nuestros. Recuerdo mi respiración agitada y las órdenes que me habían dado de usar correctamente la bayoneta. ¡Ataca el abdomen!, no dejaba de repetir, puesto que si me centraba en el pecho del enemigo la cuchilla se podía trabar entre sus costillas y podía tener aún la suficiente energía de contraatacar.

El cuidado del rifle sumado a la bayoneta fue esencial para el combate cuerpo a cuerpo, verlas unidas hacían una temible y brutal lanza de más de un metro. Cuando creí que ya había visto suficiente el enemigo prueba aún más nuestras debilidades y embestía con más poder.

Ver la bravura y despliegue del valiente Miguel Iglesias, el 'Brujo de los Andes' Andrés Avelino Cáceres, al enérgico Manuel Belisario Suárez, al humilde Justo Pastor Dávila, arengar a sus tropas era cautivante. Hasta 'el León' de Pisagua Isaac Recavarren está aquí, si muero al menos será entre estos gigantes.

Recuerdo que cuando las balas llovían y la sangre salpicaba no podía comunicarme con muchos de mis compañeros, eran quechua hablantes e intercambiar palabras valiosísimas para repeler los embates enemigos era casi imposible. La repartición de municiones era complicada, nunca nos faltó balas pero de qué sirven muchas si no pertenecen a la misma marca de mi fusil, llegaba un momento en el que pensaba que si perdía mi arma no me quedaba más remedio que defender mi posición con nada más que mis puños.

Si tan sólo la segunda línea ubicada en Miraflores estuviera más cerca estoy seguro que ofreceríamos algo más que un repliegue. ¡Retirada!, escuchaba en la lejanía, el enemigo nos flanqueaba y únicamente tenía dos opciones: o resistía en el Morro Solar donde se concentraba un ataque más encarnizado o huía a Miraflores a unir fuerzas con la segunda línea en los reductos.

Pintura: Rudolp de Lisle
Jóvenes y hasta casi niños seguían resistiendo, los hijos de Francisco Bolognesi también están aquí, el valiente Enrique de veintiún años y mi pequeño defensor Augusto de diecisiete, al igual que su padre han decidido morir hasta quemar el último cartucho. Mi decisión estaba tomada, el Morro Solar era mi destino.
Nuestra artillería se había concentrado en la cima y estaba compuesta por la batería Mártir Olaya, que resistió heroicamente junto con el coronel Arnaldo Panizo. Poco a poco nuestras fuerzas iban reduciéndose, la valiente defensa de Miguel Iglesias fue loable, Chorrillos fue tomado y la enorme resistencia que hubo en el Morro Solar fue exterminada.

Tomado Iglesias como prisionero y su hijo Alejandro muerto no había ya nada por hacer, hasta el hermano del Presidente Piérola, Carlos y Guillermo Billinghurst, también fueron capturados. Saber que parte del ejército de línea no entró en combate por estar demasiado distante me causó molestia, unos morían otros miraban a lo lejos.

El Morro Solar había caído y la cantidad de muertos regados por todas partes era impactante. Qué será de los caídos aquí, serán enterrados con honores o simplemente se dejará que el arenal los envuelva con olvido, qué ocurrirá cuando el peruano del futuro pise sobre suelo chorrillano bañado por sangre patriota, sin saber que hubo personas que entregaron sus vidas por un ideal. ¿Quién se los dirá?

Bajando por una de las quebradas del Morro encontré a un muchachito gravemente herido, a duras penas y podía quejarse del dolor, dejarlo aquí era sentenciarlo a muerte sea por un repase chileno, o por las lacerantes heridas que tiene en el cuerpo. Había que sacarlo del arenal, lo cargué rápidamente con la ayuda de otro muchacho bajé el balneario chorrillano, tratando de esconderme en cada rincón. Imposible, Chorrillos, uno de los lugares más lindos y exclusivos de Lima está siendo incendiado y no hay nada más que se pueda hacer. Encontrar atención médica para este jovencito será difícil, comenzaba a perder la fe. Gritos de arengas chilenas se confundían entre sollozos de los nuestros.

Hombres, mujeres y niños corrían por sus vidas, nadie atinaba a nada, corrían sin rumbo fijo. Algunos no querían abandonar sus casas o pertenencias y eran alcanzados por el enemigo. Entre tanto ajetreo pude encontrar un grupo de personas quienes recibían algunos heridos, ¡ayúdenlo por favor!, tiene diversas heridas de bala, les dije. De inmediato valerosas mujeres se encargaron del pequeño quien entre lágrimas no dejaba de gritar: ¡mi revólver!, ¡necesito mi revólver!

Aquella vez dejé de llamar ese enfrentamiento como la batalla de San Juan, para llamarlo la lucha de mi pequeño defensor y la historia de su revólver…



No hay comentarios:

Publicar un comentario