martes, 12 de enero de 2016

Mi pequeño defensor y la historia de un revólver (segunda parte)

Fui testigo del holocausto sucedido en San Juan y Miraflores y cuando creí que había visto ya suficiente al ejército invasor no se le ocurrió mejor idea que entrar por el Jirón de la Unión y flamear bandera enemiga en Palacio de Gobierno.

Negocios cerrados, comerciantes ocultos, vecinos de Lima escondidos en iglesias, embajadas y conventos por temor a saqueos, violaciones e incendios. Algunos en su desesperación colocan en las afueras de sus casas banderas de otros países para no sufrir los mismos abusos sucedidos en Chorrillos y Barranco.

¡Cobardes! les gritaba muy despacito, sus hijos, esposos, hermanos y hasta nietos han caído en los reductos y ahora sólo podemos escondernos. El alcalde de Lima, Ruffino Torrico ha desarmado a los pedazos de batallones que regresan de San Juan y Miraflores para seguir en la lucha, con la condición de que el enemigo imponga el orden en la ciudad, debido a diversos actos de indisciplina de parte de algunos mal llamados soldados peruanos. ¡Para no creerlo!

Salí de la casa para poner a disposición ese revólver, sí, ese mismo que recogí en las pampas de San Juan para seguir combatiendo. A medida que caminaba recibía algunas burlas de batallones chilenos postrados en la Biblioteca Nacional como si fuera un insignificante establo. ¡Ehh, peruanito! me gritaban, sólo atiné a caminar con la cabeza agacha y el puño cerrado.

Mientras caminaba mirando una y otra vez la pistola con el nombre del dueño grabado en ella, se me acerca una señora con mandiles cubiertos de sangre. ¿Es usted doctor? me preguntó, y antes de responder tomó mi mano y me hizo pasar a su casa...
Augusto Bolognesi murió el 27 de enero de 1881

Ahí estaba, era nada más y nada menos que el hermano del dueño de este revólver. De una pequeña sonrisa pasé a una penumbra inimaginable, él estaba postrado en una cama agonizando. ¡Enrique!, le grité, mientras trataba de abrazarlo. Estarás bien muchacho, yo te lo juro, estarás bien, no dejaba de repetírselo.

¡Chiquillo terco!, le decía. Te dije que te fueras de San Juan, ¿por qué regresaste? No regresé, me dijo con una leve sonrisa. Al saber que nos vencieron en San Juan no dudé en resistir también en Miraflores, continuó con voz entrecortada.

¿Dónde está mi hermano Augusto?, me preguntó. No supe que responderle, sólo atiné a sostener fuertemente el revólver. ¡Veré a mi padre!, él no dejaba de repetir. ¿Quién es tu padre? le pregunté. Enrique nunca me respondió.

Sólo pude agachar la cabeza mientras los médicos que acababan de llegar certificaban su partida. ¿Cuál es el nombre del joven fallecido?, preguntó uno de los doctores. Enrique Bolognesi Medrano, por ahí dijeron. ¿Bolognesi?, ¿es hijo del gran coronel Francisco Bolognesi Cervantes?, insistió un médico. Nadie dijo nada, solo a lo lejos del cuarto se escuchó: Peleó con orgullo en Tacna y vino herido a resistir a San Juan y también a Miraflores. ¡Fue más valiente que su padre!

 Es 23 de enero de 1881 y el inicio del fin de esta guerra recién empieza, no nos queda nada. Lima se ha rendido, No hay noticias del presidente Nicolás de Piérola, dicen que huyó a Ayacucho, no lo sé. Quería gritarlo: ¿Dónde está Cáceres?, algunos dicen que cayó en Miraflores, otros que está gravemente herido y oculto en una iglesia.

Al retirarme de la habitación y lamentando la partida del corajudo Enrique pregunté por su hermano, el moribundo pequeñín de diecisiete años dueño de este revólver. ¿Cómo, no sabes?, me dijo entre lágrimas nada más y nada menos que Mariano Bolognesi, hermano del Titán del Morro. Mi pequeño defensor se me quiere ir también…


4 comentarios:

  1. Novedosa manera de narrar nuestra historia. Ojalá pronto puedas tocar otros temas con el mismo estilo, porque resulta muy emocionante.

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    1. Muchas gracias, esperamos en un futuro no muy lejano cubrir otros temas y por qué no invitarlos a participar.

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  2. Debo confesar que lo mío no son los relatos históricos, justamente por todos los sentimientos que se desbordan al hablar de aquellas muertes, que pesan tanto en nuestra memoria nacional, como una enfermedad incurable.
    Sin embargo, la manera en que lo has relatado, cautiva, y brinda un aire de resignación y esperanza basado en la grandeza de los hombres a los cuáles les rindes tu humilde y grandioso tributo.
    ¡Felicitaciones! Y no dejes de escribir aquello que sientes en el corazón.

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    1. Muchas gracias por tus buenos deseos, esperamos contribuir con nuestro granito de arena y lograr todos juntos un futuro mejor. Saludos.

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