miércoles, 13 de enero de 2016

Julio César Escobar, el niño que se convirtió en árbol

Fui testigo mudo y tuve que observar a la fuerza una terrible ejecución. Presencié por algunos días momentos importantes de su vida y gocé con cada entusiasmo que este angelito demostraba en defensa de mi tierra. Lo veía subir y bajar a cada instante por mis ramas más fuertes y no temía a mi gran altura. Albergaba yo a pájaros, roedores e insectos pero jamás había compartido tan dulces momentos con un niño.

Él no era un chiquillo común, era soldado y servía a mi tierra perteneciendo a un grupo de vigías que debían anunciar la llegada del enemigo en caso era avistado. Yo tenía más de 300 años y nunca antes un niño me demostraba tal cariño por su patria, San Juan sería escenario de una cruenta guerra, pero donde muchos veían a la muerte aproximarse yo veía paz y una tranquilidad que solamente este pequeñín podía darme.

Casi nunca intercambiábamos palabra alguna, sin embargo en sus ratos libres y mientras él me quitaba las hojas secas, me contaba que trabajaba como repartidor de periódicos y que algún día quería ser útil al Perú. Por más que deseaba, jamás pude decirle una palabra de aliento o un consuelo en sus momentos de agonía, lo menos que podía hacer era darle sombra, protegerlo del arenal y del tan despiadado sol.

Fueron pocos días pero disfruté cada minuto que pasaba con él y mientras trepaba rogaba que no se resbalara porque no sería capaz de atraparlo. ¡Ten cuidado!, quería decirle cuando ascendía por mi tronco o ¡gracias por tu amistad!, cuando me regalaba una poca de agua. Pensé que era tan solo un pino pero con él soñaba que era algo más y que a pesar de que no podía moverme podía sentirme vivo. A su lado aprendí a respirar no solamente aire sino libertad, dicha, felicidad.

Pino en el que Julio César Escobar servía como vigía
Quería saber su nombre pero no sabía preguntar, quería abrazarlo pero nunca aprendí cómo hacerlo, simplemente me dediqué a ser feliz con él, sin presagiar lo que ocurriría después. Recuerdo permanecer firme en la hacienda San Juan Grande que servía como refugio a soldados de mi coronel Andrés Avelino Cáceres, conocer sus pesares y júbilos me hacían creer que era parte de ellos, no podía portar un arma pero estaba lleno de patriotismo como todos.

Esa calma y tranquilad se rompe el 13 de enero de 1881, sabía que estábamos en una riña pero ignoraba quién era el enemigo. Escuché a los soldados renegar de su destino y culpar a un tal Chile de la hecatombe, espero que nuestros defensores y Chile o como se llame ese digno señor dejen sus diferencias y algún día regresen como hermanos a retozar bajo mi sombra.

Logro divisar fuego en Chorrillos, muchos de mis defensores buscan asilo en la hacienda, el conflicto todavía no llegaba aquí pero era cuestión de horas para que se desate la tragedia en este lugar, que por ahora era seguro. Mi pequeño amigo toma su puesto en lo más alto de mi follaje y se mantiene firme como esperando el momento decisivo. ¡Corre!, quería decirle, este lugar no estará a salvo por mucho tiempo, la incertidumbre se aproxima y no hay nada que yo pueda hacer para protegerle.

¡Enemigo a la vista!, grita el pequeñín con voz firme. Era cierto, seres humanos iguales a nuestros defensores llegaban produciendo un ruido ensordecedor que venía de una especie de rama puntiaguda. Lo único que los diferenciaba de los nuestros era una bandera de colores azul, rojo y blanco. Quién de todos ellos será el señor Chile, quería preguntarle a mi amiguito, tal vez si me ve y observe el árbol majestuoso en el que me he convertido quiera soltar esas ramas que portan sus soldados y que causan tanto ruido, a tal punto que su sonido hace dormir a muchos de mis defensores.  

Trataba de comprender los hechos, en ese tiempo jamás conocía la muerte, ni mucho menos oído hablar de ella. Para mí tenía otro significado, era un sereno descanso por el que todos íbamos a pasar algún día. El miedo era simplemente para mí una respiración agitada y cúmulo de sensaciones, pero mi valiente amigo lo sentía de otra manera, su rostro reflejaba desesperación y pánico.

Los extranjeros rodearon la hacienda y prendían fuego a cada cosa que se les atravesaba. Recuerdo que trataba de esconder a mi angelito entre mis ramas pero fue en vano, los forasteros lo divisaron y lo bajaron a la fuerza. Yo no entendía que delito había cometido o qué pudo haber hecho para que el pequeño sea tratado de esa manera.

Trataba de preguntar pero una vez más no sabía cómo, las palabras por más que las sentía no las podía pronunciar. Arrimaron a mi pequeño amigo a mi lado y mientras me miraba con la inocencia propia de su edad fue ultimado. No podía llorar porque tampoco sabía cómo, solamente observé como la vida abandonaba al niño que me trató como un amigo y no como un simple pino.

Desde aquel 13 enero mi vida no fue la misma, vi pasar generaciones pero ninguno de los que pasaron me hicieron sentir como un amigo. Tal vez siempre fui un árbol y como un árbol debía morir. Caí en el 2001 y morí en la más triste soledad, tuve que secarme para entender que la soledad no es la que mata sino el olvido.      

No fui muy listo porque nunca aprendí hablar pero conocí a un pequeñín que se convirtió en parte de mí y si las personas no lo recuerdan yo lo recordaré como Julio César Escobar, el niño de trece años que se convirtió en un bello y hermoso árbol cuyas raíces continúan en mí.




10 comentarios:

  1. Muy buena publicación, me emocione mucho, es todo un homenaje para los soldados heroes sin nombres del ayer y de hoy. Orgullo peruano

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  2. Muchas gracias por tu comentario, esperamos seguir por ese camino, el camino de un Perú mejor, saludos.

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  3. Que hermosa historia y que final tan conmovedor, tantos héroes que lucharon y que no conocemos, gracias por mostrarnos así la historia!!!

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    1. No Jessica, las gracias a ti por leerla y difundirla. Saludos.

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  4. Durante mi infancia tuve la oportunidad de visitar esta iglesia que albergaba al famosísimo pino histórico. Casi me saltan las lagrimas el leer el texto.

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  5. Excelente, mis más sinceras felicitaciones

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  6. Ojalá muchos traten de imitar a Julio César Escobar un gran héroe

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